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(D)olores de despojo

(D)olores de despojo
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“¿Qué decís, pajero? ¿No te desayunaste todavía que lo único que les sirve es sacarnos porque somos incivilizados?, ¿porque somos sucios y negros? Gente molesta. Gente con olores.” (El lagarto, personaje de El despojo)

Una característica de Marcel Sawchik como dramaturgo es el abordaje simbólico o mítico de las historias que decide contar en el escenario. El interés por ese anclaje que trasciende lo coyuntural no implica, sin embargo, que las temáticas obvien disparadores concretos. La relación de un condenado con su verdugo en El último estertor (2006) trascendía el vínculo puntual para reflexionar sobre la pena de muerte y sus consecuencias morales y sociales. En El cordero y el mar (2013) veíamos como, para ocultar un hecho inconfesable, se reconstruían en el escenario las prácticas que vuelven a una sociedad cómplice, y artífice quizá, de la impunidad. En Neso (2019), como escribimos en su momento, Sawchik construyó un relato en que se superponían elementos identificables de un contexto rural contemporáneo, con sus tensiones y contradicciones de clase bien concretas, junto a otros de carácter más pulsional y ahistórico, sublimados en elaboraciones colectivas como los mitos de la antigüedad. Con estos antecedentes era lógico suponer que El despojo, estrenado hace dos meses en El Galpón y que tiene como disparador el desalojo del conventillo Mediomundo en diciembre de 1978, no se quedara en la reconstrucción periodística. Y justamente uno de los aspectos más interesantes de este último espectáculo escrito y dirigido por Sawchik es su carácter alucinado que, trascendiendo el hecho concreto, se entronca con pasajes de la mejor tradición del realismo mágico latinoamericano.

Otra característica de Sawchik, ya como director, es que la música suele ser protagonista de sus espectáculos, y siendo el conventillo el espacio en que transcurre El desalojo son los tambores del candombe quienes no solo acompañan sino que pautan la propia estructura de la obra. El despojo abre con las maderas llamando, y termina con la cuerda de tambores, luego de darle el espacio correspondiente a cada tambor de la cuerda, repique, piano y chico. Esa estructura formal que divide la obra en cinco momentos es reproducida en el escenario por un percusionista que ejecuta en vivo sonoridades que remiten a la cuerda de tambores del candombe. En esa estructura cada una de las tres escenas centrales ordenan y desordenan una historia en que los números 1, 2 y 3 se repiten de forma ordenada y desordenada también. Podríamos pensar en el 3 del 12 del 78 como una clave para interpretar el rol de esas cifras, pero en realidad el propio programa de mano de la obra nos recuerda que exactamente 123 era el número de inquilinos que el estado uruguayo decidió que ya no tenían derecho a vivir en el Mediomundo.

El carácter simbólico del espectáculo queda claro desde el primer momento, cuando el personaje más espectral se dirige al público y le dice: “¿Qué vienen a ver hoy que no hayan visto antes? Si ya todo está contado. El dolor y el amor. La muerte y la vida. ¿Sienten el olor de los orines concentrados en las letrinas? ¿El jabón de las lavanderas que fregaron todo el día? Las ásperas manos de piel reseca. ¿Qué esperan de ellas? Ordenando vestuarios almacenados de años, banderas y estrellas. El olor a negro”. El carácter universal de la propuesta queda especificado en las cuatro primeras oraciones: “todo está contado, el dolor y el amor, la muerte y la vida”. Pero inmediatamente esos “temas universales” se enlazan con un contexto bien específico, el del conventillo, el del “olor a negro”.

La obra transcurre en la noche previa al desalojo, con un puñado de personajes que esperan, entre el resentimiento y la resignación, entre el odio y la incertidumbre, que llegue el día en que serán expulsados de su hábitat. Pero no hay complacencia pintoresquista en la obra de Sawchik, un teatrista que se crió en los alrededores del Ansina, el otro conventillo demolido poco después que Mediomundo. Los personajes están atravesados por las mismas contradicciones que se imponían en la sociedad de su época. El machismo, por no decir la misoginia, domina a los personajes masculinos. El racismo parece incorporado en la propia repetición del sustantivo “negro” como adjetivo para calificar conductas propias. Hay distintos tipos de negros, así se autopercibe esa misma población que en el desalojo sufre la enésima forma de discriminación y violencia institucional. La violencia contenida se libera con el alcohol y la tragedia merodea desde el comienzo.

La obra tiene una tónica alucinada, afiebrada. Las cucarachas vuelan y los perros lloran. El simbolismo se cerrará cerca del final, cuando se siembre una semilla en las entrañas del conventillo que seguirá latiendo y que, fatalmente, reclamará a los exiliados que vuelvan al origen.

Sawchik recorta una historia familiar con ribetes trágicos sobre un hecho histórico de carácter traumático para quienes lo protagonizaron. El relato rompe la linealidad, y los espectros parecen señalar que hay algo circular, no solo mero quiebre temporal. Por eso, así como Juan Preciado no puede evitar cumplir con la promesa hecha a su madre y vuelve a una Comala llena de fantasmas para conocer a Pedro Páramo, los personajes de El despojo quedan atados al conventillo del que son desalojados.

Un aspecto que cabe destacar en la puesta, además de esa percusión que pauta el desarrollo del espectáculo y de los elementos escenográficos que posicionan temporalmente la historia, es la integración del elenco. Cuatro integrantes del elenco son afrodescendientes, algo que no es frecuente en nuestros escenarios. Es claro que en un espectáculo que transcurre en el Mediomundo era de orden, pero dado el porcentaje de población de origen afro en nuestra ciudad debería ser mucho más frecuente encontrarnos con espectáculos en que participaran actores y actrices afrodescendientes. Respecto a las actuaciones se destacan las interpretaciones de Loana De Souza como la joven Teresita y Juan Carlos Pereyra como el Lagarto. Teresita y el Lagarto son los hacedores inconscientes de ese mito que hará que los desalojados no puedan evitar volver al sitio del despojo.

Luego de una temporada en la sala Atahualpa de El Galpón la obra tendrá nuevas funciones a fines del mes de Julio en la Zavala Muniz del Teatro Solís.

El despojo. Dramaturgia y dirección: Marcel Sawchik. Elenco: Loana N. De Souza, Juan Carlos Pereyra, Juan Silva, Diego Silva González, Ruth Camargo y Adriana Ardoguein. Música en vivo: Fernando Cacho Rodríguez. Fotografía: Leandro Alfaro.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.