El pasado 28 de junio, tras 19 años, paréntesis de seis, marchas y contramarchas, Mercosur y Unión Europea (UE) alcanzaron un principio de acuerdos comerciales que deberán ser ratificados por sus poderes legisativos. Jean-Claude Juncker, presidente de la Comunidad Europea (lo sustituirá la alemana Ursula von der Leyen) festinó el hecho asegurando que era el «mayor acuerdo comercial» de la UE en su historia. Agregó: “En medio de las tensiones comerciales internacionales, estamos enviando una señal potente de que apoyamos el comercio basado en normas»
Brasil, por su parte, que se adjudicó el éxito de esta culminación, no se quedó atrás y sus voceros declararon: «El acuerdo es un marco histórico en la relación entre el Mercosur y la Unión Europea». Ya subidos en ese tren de bienvenidos sean los arreglos comerciales, los brasileños recordaron que este año quieren llegar a acuerdos con la EFTA (Asociación Europea de Libre Cambio de países que no integran la UE); Canadá, Corea del Sur, Singapur y hasta un TLC con Estados Unidos.
De su lado -con “la cortina” de làgrimas del canciller argentino, Jorge Faurie- la secretaria de Comercio Exterior, Marisa Bircher, lanzó en un tuit «¡Hoy logramos un acuerdo histórico entre Mercosur y la UE”! El gobierno, con un comentario de tono triunfal -acorde con el clima electoral que se vive en el país y la aspiración de su presidente de reelegirse- y cierto aire de análisis agudo y torpeza prosopopéyica, manifestó que hay “un antes y un después en la integración internacional de la Argentina» y «fortalece internamente al Mercosur». Sin embargo, lo acordado trajo críticas contra el tratado en la propia Argentina.
Con tono no exento de cargas comiciales próximas, el candidato presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández -que tiene a Cristina Fernández como vice de la fórmula- tuiteó que «no queda claro cuáles serían los beneficios concretos para nuestro país, pero sí queda claro cuáles serían los perjuicios para nuestra industria y el trabajo argentino. Un acuerdo así no genera nada para festejar sino muchos motivos para preocuparnos».
Por su parte, las grandes cadenas de comunicación se unieron al clima de alborozo destacando -y exaltando- el acuerdo que involucra la mayor parte de las exportaciones de estos bloques (desde los sectores tecnológicos hasta los primarios), subrayando que se trata de un tratado -en caso de concretarse dentro de algunos años- que ofrece un mercado, hoy, de alrededor de 800 millones de consumidores potenciales.
Mientras en el Mercosur dos presidentes (Macri y Bolsonaro) se adueñaron de la negociación intercontinental -con lo que tratan de obtener réditos políticos para sus maltrechos mandatos- en la UE sirvió como telón de fondo para el enfrentamiento a distancia entre la canciller Angela Merkel y Emmanuel Macron. La germana, en nombre de su país y otros seis gobiernos -según relato de Der Spiegel– le escribió a Juncker exigiéndole que se hiciese «una oferta equilibrada y razonable que allane el camino para la conclusión del acuerdo» (con el Mercosur), lo más rápidamente posible. Macron, a nombre de Francia y otras naciones también le envió su carta al mismo personaje donde insistìa en que “las cuestiones agrícolas debían mantenerse fuera de las negociaciones con los Estados del Mercosur en la medida de lo posible.»
Y en este caso no es sólo que se enfrenten dos estrategias acerca de cómo posicionarse en los mercados: Merkel y Macron saben que deben llegar a asegurar la relación de la UE con el Mercosur antes que esta región decida volcarse hacia la esfera comercial estadunidense o china. El francés también festejó la conclusión del principio de acuerdo, pero por cómo se mueve su retaguardia urbana y, sobre todo, la rural, tiene que atender a éstas. De ahí que la vocera del Elíseo, Sibeth Ndiaye, señalara en estos días a la cadena nacional BFM, luego de escuchar reacciones de voceros agropecuarios y a los ecologistas: «No puedo decirles que vamos hoy a ratificar el Mercosur; Francia no está por ahora preparada para ratificarlo». Acerca de lo acordado manifestó que en el gobierno «Vamos a mirarlo con detalle y, en función, de estos detalles se va a decidir». Es decir que Macron acepta el acuerdo, pero observará con detenimiento su aplicación y en algunos casos lo impugnará.
A los productores rurales franceses los alarma el acceso que se le da a exportaciones sudamericanas, que -por ejemplo- tendría una cuota de introducción de 99 mil toneladas de carne de ternera. Los agricultores de Francia y los ecologistas apuntan a que en el Mercosur -a diferencia de la normatividad en la UE- se sigue aplicando en la producción agrícola semillas genéticamente modificadas y ponen como prototipo la soja y la fertilización con glifosato. De ahí que en particular apunten contra Brasil y su amago de salirse (como Estados Unidos con Trump) del Acuerdo de París -sobre cambio climático- y que en un paso simultáneo ampliaría espacios agrícola-ganaderos permitiendo la más acelerada deforestación de la Amazonia.
Una primera aproximación a los acuerdos me deja las impresiones anteriores y me lleva a pensar que el Mercosur se ve únicamente como ámbito comercial de Argentina y Brasil para mantener perennes las reglas de seguir vendiendo productos primarios a cambio de otros procedentes del mundo capitalista desarrollado cuya tecnología nos está vedada. Y pienso en Uruguay que exportó en 2018 por 9 mil 88 millones de dólares (sumando zonas francas) y se calcula para 2019 un incremento de 4% (a 9 mil 451). Si a los efectos de este planteo aceptamos -como dice el canciller Nin- que el 97% de ese total podría colocarse mediante este tratado, hablamos de que serían, algo así, como una posibilidad sobre 9 mil 168 millones. El ministro agrega que ingresarían por concepto de exportaciones 100 millones de dólares; es decir, el 1.1% del total de lo exportado: ese será el “beneficio” para Uruguay de 19 años de discusiones con la UE y entre sí. ¿Poquito, no?
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