Visages Villages (Visages Villages), Francia 2017. Dirección y libreto: Agnès Varda, JR. Fotografía: Roberto De Angelis, Claire Duguet, Julia Fabry, Nicolás Guicheteau, Romain Le Bonniec, Raphael Minnesota, Valentín Vignet. Música: Matthieu Chedid. Documental. Estreno: 26.04.2018. Calificación: Muy buena.
La relación del ser humano con el arte no surge de la noche a la mañana, sino que se construye día a día a lo largo de la vida: en la infancia, mediante la educación recibida en la escuela y las propias bases culturales de nuestro hogar; en la juventud, gracias al trabajo al que logremos acceder; y en la adultez mediante los ideales que nos hayamos creado, manteniéndolos en pie contra viento y marea. En un mundo como el de hoy, que naufraga entre un capitalismo mentiroso embanderado como única alternativa social y el conformismo generalizado de la masa popular, no es fácil advertir los valores del arte autodidacta, porque escapa al canon capitalista defensor de la ganancia perpetua.
Precisamente, de todo eso es de lo que viene a hablar Visages Villages (o Caras y lugares, como se tituló al exhibirse en el Festival de Cinemateca), documental dirigido por la casi nonagenaria cineasta Agnès Varda junto a JR, artista callejero de 35 años de edad, especializado en intervenciones urbanas basadas en carteles pegados en edificios, en una mezcla de gigantografía fotográfica y pintura mural. Al igual que su recordado documental Los hurgadores y yo, o su memorable ficción Sin techo ni ley, Visages Villages es una road movie donde se retratan los rostros de los habitantes del interior de Francia. Varda y JR les sacan fotos, las transforman en enormes afiches y las pegan en las fachadas de sus hogares o lugares de trabajo, e incluso en determinados espacios públicos, con el previo permiso de las autoridades locales.
Si la propuesta lucía interesante por lo inusual, la película aporta un plus fascinante, debido a la avanzada edad de Varda. La cineasta tiene lógicos problemas de visión, que no oculta sino que los destaca en forma permanente, como diciéndole al espectador que la realidad del mundo puede no ser la que vemos a simple vista, sino otra que puede adivinarse con los ojos del conocimiento y el espíritu. El contraste de su actitud serena con la efervescente y hasta alocada presencia de JR los convierte en una suerte de dúo dinámico (alguien habló de Laurel y Hardy al respecto) que va dibujando por el mundo universos visuales que celebran la belleza de la gente anónima con la que se cruzan, para devolverles su real dimensión, oculta en el estrépito de la vida cotidiana.
De esa manera conoceremos a una mujer empeñada en permanecer en su casa, en un barrio minero que las autoridades quieren derruir; a una antigua pareja de amantes que se enfrentaron a sus familias; a los trabajadores de una planta productora de ácido; a un granjero que cultiva 800 hectáreas él solo; a un jubilado empobrecido (pido perdón por la redundancia); a las esposas de varios estibadores portuarios; e incluso a un pueblo fantasma abandonado a medio edificar. Esas pequeñas figuras establecen casi sin querer el ideario que defienden Varda, JR y el film resultante: que es posible un arte que le gane la partida al marketing por el dominio visual de las calles y plazas públicas.
Visages Villages es una experiencia de cine mayor, muy luminosa a nivel conceptual y que sólo choca con un agujero negro llamado (¡cuándo no!) Jean-Luc Godard. Porque cerca del final de la travesía Varda siente la necesidad de visitar a su antiguo amigo, lo llama y arreglan una cita, pero cuando llega el momento Godard no le abre la puerta. En su lugar le escribe un mensaje en clave, que hiere profundamente a la anciana. Pese a ello Varda le deja un sencillo obsequio en la entrada. En realidad debió haberle regalado una copia de Visages Villages, para que Godard recuerde lo que significa hacer gran cine, eso que olvidó medio siglo atrás al enredarse en su petulancia, eterna y demodé.