Sebastián Barrios, en su faceta de dramaturgo y director, es un creador sumamente particular en nuestro medio, un creador interesado en indagador en las pulsiones que estarían detrás de las acciones de personajes traumatizados u obsesivos. No es que las temáticas de sus trabajos se repitan, pero el indagar en algún momento del pasado, a veces traumático, que explique la conducta presente de sus criaturas es algo que ha acompañado sus trabajos, y una culminación en ese sentido fue Tierra Adentro (estrenada en 2016). Ya el año pasado, en Las putas de Buchenwald, Barrios parece haber abandonado la búsqueda por “entender” las razones que explicarían el comportamiento patológico de un personaje para simplemente dejarlo vivir en el escenario. Pero los excesos macabros de Ilse Koch, que no buscaban ser entendidos sino que simplemente se exponían, aparecían “representados” por subalternas que la caricaturizaban. En Las brujas de Buchenwald aún no veíamos la pulsión desnuda actuando sobre un personaje, sino el reflejo de ese personaje en terceros. Es Un cordón rojo, siguiendo esta línea de razonamiento, otra culminación, ya que veremos a los propios personajes sometidos por su deseo en acción, sin mediaciones.
Como se indica en la gacetilla de prensa Un cordón rojo parte de la leyenda oriental de que entre dos o más personas que están destinadas a tener un lazo afectivo existe un “hilo rojo” que viene con ellas desde su nacimiento. Si eso fuera así ya no hay ningún hecho del pasado de los personajes que explique su comportamiento, tampoco podrán hacer nada para cambiar la situación, están destinados desde el nacimiento a estar unidos y nada podrá modificar eso. Esto permite a Barrios cambiar el foco, y si bien hay destellos de los personajes de entender su comportamiento, lo que veremos es actuar a un deseo ciego que los arrastra a estar unidos. Y en este punto el trabajo con los actores en el escenario es central. La obra está construida a partir del trabajo físico que el elenco desarrolla, y eso parece tener que ver con la contundencia del resultado. Lejos de ver actores y actrices que buscan “adaptarse” a un personaje preexistente, es la materialidad de sus cuerpos interactuando lo que construye el vínculo sostenido por un deseo que no pueden controlar y que choca con convenciones sociales y prejuicios, muchas veces internalizados en los propios personajes.
La escenografía es mínima, pero la decisión de colocar las butacas en círculo refuerza el que veamos a los tres personajes encerrados en una situación circular, de la que no pueden salir. Lo mismo sucede con un vestuario en donde el rojo que usa Sandra Américo parece atraer irresistiblemente al gris de los dos personajes masculinos. Las actuaciones de Sandra Américo y Ernesto Álvarez son potentes, ya desde sus miradas vemos que hay un sentimiento que los trasciende y que los une, lo que se graficará en acciones en donde las disputas físicas son el prólogo a que se manifieste, sin control, el deseo sexual.
Más allá del sentido que cada espectador encuentre en el espectáculo, el trabajo del elenco vale la ida el teatro en sí misma.
Un cordón rojo. Dramaturgia y dirección: Sebastián Barrios. Elenco: Sandra Américo, Ernesto Álvarez y Antranik Chakiyian.
Funciones: sábados 20:30, domingos 19:00. Teatro Victoria.
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