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El juego de las lágrimas por Luis Nieto

El juego de las lágrimas por Luis Nieto
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El último libro de Pablo Vierci (La redención de Pascasio Báez) desempolva uno de los episodios más dramáticos y crueles en la vida del MLN Vierci reivindica el género en que lo escribió, porque, desde su punto de vista, el escritor debe mantener su independencia respecto de los hechos, no contaminarse con la emotividad que generan las noticias en la opinión pública, y mucho más ésta, que repercutió tanto en la opinión pública como en la interna de la Orga.

El 14 de abril de 1972 fue el principio del fin del MLN. Donde nos hubiera encontrado ese día tuvimos la dura sorpresa de que el monstruo, que tantas veces mentamos, por fin había despertado, y venía por cada uno de nosotros. A muchos, aquel día nos sorprendió con nuestras dudas a cuestas. Se desató una cacería sin el más mínimo sentido moral y ético, porque la cacería no terminó cuando las Fuerzas Armadas habían destrozado el aparato guerrillero, y presos o muertos sus militantes.

A raíz de los hechos de ese día, un grupo de tupas fuimos trasladados a Punta de Rieles. Un soldado nos vendió una radio a pilas en 1200 pesos. La ocultamos dentro del hueco de la cinta de levantar la cortina. Cada noche, a las 8, ya estábamos esperando la música de las Fuerzas Conjuntas, y desde allí seguimos las novedades, los nombres de los caídos, los locales que desaparecían. El Ñato y yo estábamos en la misma celda, Juan Almiratti en la de enfrente. Yo había sido responsable del Caraguatá hasta que varios del Comando del Interior fuimos sancionados por no adherir al Plan Cacao. A pesar de eso seguí trabajando en la construcción hasta terminarlo. Era la construcción más importante que había construido el MLN, y, de alguna manera, era la idea que tenía el Comando del Interior como respuesta al Plan Tatú, que lo veíamos demasiado precario, voluntarista.

Lo primero que hicimos a la siguiente mañana de haber escuchado la noticia que había dado el parte de las Fuerzas Conjuntas fue encontrarnos con Almiratti en el patio. Ni el Ñato ni yo sabíamos una palabra sobre la muerte de Pascasio Báez. Se lo atribuimos a un asesinato por parte del ejército para achacarnos la culpa al MLN. Pero la sorpresa nos la dio Juan Almiratti, que integraba el Estado Mayor del Interior. Su respuesta mostró la sorpresa en su cara: “¿Pero y ustedes no sabían que eso era cierto?” Me guardo mi opinión respecto al hecho en sí, porque no era el primer caso, también estuve muy cerca del caso Roque Arteche, y eso era parte de las dudas que trasladaba de un lado para otro del MLN. Prefiero recordar la respuesta que tuvo el Ñato, porque fue espontánea, y marcó buena parte de su actuación futura: “Por la vida de un peón de campo yo le entrego treinta caraguatás a los milicos”, y a partir de aquella noticia sintió con claridad que debía ser trasladado al Florida. David Cámpora consiguió que lo llevaran a Punta de Rieles para informar al Ñato sobre la situación en el cuartel Florida, y, de regreso,  Cámpora consiguió que a los pocos días también trasladaran al Ñato al Florida, y allí se lo vio como un aplicado costurero. Todo empezó a cambiar en la dirección inesperada.

En una única baldosa, el Ñato empezó a bailar un tango triste, ya consciente de que el último milagro vendría de conquistar una parte significativa del Ejército.  El último compás hubiera sido digno de mayor atención por parte de los intelectuales, que tanto jugo le han sacado a las cosas más banales, al menos en puja con las propias barbaridades que cometieron las Fuerzas Armadas. Ese discurso nos encadena a una situación sin salida, demoledora, indigna de todos los sacrificios humano que implicó el intento de implantar la lucha armada en un país de profunda raíz democrática.

Pablo Vierci reaparece con el tema Pascasio Báez en un formato tramposo, irresponsable, porque entre los datos reales de lo que pasó desde el día que Pascasio Báez atravesó el alambrado de la chacra “Espartaco” y la aparición de su cadáver, hay una urdimbre de verdades y mentiras que Vierci elige a su arbitrio. Hay ciertos pasajes del relato que revuelve las tripas, sobre todo en lo referido a la mujer de Pascasio Báez, que también muere por esos días, aunque no a manos de los tupamaros. Pero el tratamiento que Vierci le da, su carácter de mujer de vida liviana, todo eso en medio de un ambiente asfixiante intenta hacer algo que ponga frente a los ojos del lector el ambiente social del asesinado, que no necesitaba tanta crueldad intelectual.

Es raro, un tipo que viene del guión cinematográfico, y que, seguramente tiene que haber visto “El juego de las lágrimas” antes de haber escrito esta novela, que, según declaró en “Esta boca es mía”, tenía pendiente de escribir desde 1972. El conflicto del IRA fue igual de complejo, tan inútil como la lucha armada en el Uruguay. Ahí Vierci tenía un modelo que le podría haber servido para eludir las alineaciones con el ordenamiento jurídico uruguayo que existía, sí, como lo recalca frente a cada hecho: El gobierno de Pacheco Areco, basado en los artículos tales y cuales procedió a decretar… La película de Neil Jordan toca una serie de hechos humanos en un ambiente sin salida, pero la historia sí tiene salida, ilumina un punto, ilumina otro, y no reparte culpas a diestra y siniestra. Lo que Vierci hace es justificar, una y otra vez, las decisiones que tomó Pacheco Areco.

En el tiroteo durante el copamiento del Caraguatá es herido de gravedad Walter Sanzó. Trasladado al Hospital Marítimo, en las inmediaciones de Punta Ballena, Sanzó es intervenido. Pero, sorpresivamente se presentó una patrulla del cuartel de Ingenieros 4, que irrumpe en la sala de operaciones para llevarlo al cuartel. Hay un forcejeo entre los médicos y la tropa, hasta que los militares se imponen, provocando el deceso de Walter Sanzó.

Si Vierci quería volver atrás debió volver atrás con todo, y relatar todo lo que 50 años de la vida de este país le deben haber puesto en sus manos de escritor. ¿Y la democracia no tuvo nada que ver en esa etapa de desencuentro? Una noche, mientras esperábamos un taxi, en Madrid, y ya a punto de despedirnos, nos dimos un abrazo con Carlos Julio, y me dijo: “Yo sé que ustedes se sienten responsables por lo que pasó, pero con Wilson somos muy conscientes que nosotros llegamos tarde.”

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