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EL PENSADOR por Antonio Pippo

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Hay una acepción de la palabra educación que es sinónimo de cortesía, urbanidad.

Es sencillo apreciar cuando una comunidad, en su devenir cotidiano, es educada o lo contrario. Sobre todo, característica original de nuestro comportamiento social, se advierte durante un clásico de fútbol o en las etapas más ardientes de una campaña electoral.

Ahora mismo estamos siendo muy poco urbanos, corteses o educados. Y quienes se han puesto al frente de tamaña corriente son los políticos, aunque es probable que se sugiera esto como una generalización exagerada.

Puede ser. Pero imputando a tres o cuatro figura que llevan esa oscura, sucia y rota bandera, alcanza y sobra.

Asistimos a una campaña ordinaria, mal hablada, insultante, agresiva y mentirosa que flaco favor hace a los ciudadanos, desesperados por saltar esa valla. Es una muestra penosa, deplorable, del descaecimiento moral que predomina

Hay un aspecto que me interesa resaltar y remite al pasado remoto.

En pueblos que la presuntuosidad occidental llamó “primitivos”, y que prefiero denominar, siguiendo el buen hábito de algunos antropólogos, “de tradición”, los consejos de ancianos se reunían para afrontar circunstancias importantes y la palabra de sus miembros constituía ley no escrita. Los viejos, entonces, eran los conductores, aquellos que resolvían entuertos complejos y que, imperturbables, sostenían el respeto de su pueblo sólo con serenidad y sabiduría. Y qué decir de su cortesía, de su urbanidad, de su educación.

Lo curioso es que han pasado milenios pero hasta no hace tanto a los ancianos se les prestaba una atención similar. Es verdad: aunque yo he vivido épocas donde eso aún pasaba, en los últimos años, al decir del bolichero Varela, de Mal Abrigo, “se fue dando vuelta la taba”.

“¡Viejo de mierda!”, “¡internalo en un geriátrico!”, “!mandale la jubilación con un delivery!”, son ciertas exquisitas expresiones que los príncipes harapientos de la tribu, los jóvenes de hoy, agracian a sabios desmonetizados.

Ser viejo paga poco estos días.

Sin embargo, porque somos un país de contradicciones y el envejecimiento de nuestra sociedad es inexorable, en las cúpulas políticas esos ancianos, en otros escenarios despreciados, son escuchados como representantes de Mahoma que bajaron de la montaña.

Imposible mejor contexto para que aquellos cargados de años y de experiencia derramen un mensaje constructivo, tolerante, respetuoso y, en particular, inteligente. Si así fuere, todo lo demás seguiría siendo verdad pero a nosotros, los nabos de siempre, los contribuyentes, nos abrigarían los consensos, los acuerdos, las políticas de Estado.

Ajá. Espere sentado, amigo.

No necesito más que dos ejemplos de políticos añosos que van a contramano. Dos, nada más. A Tabaré, por cuestiones constitucionales y médicas, es obvio no exigírselo; Astori se ha ido quedando día a día más sólo, con un discurso tipo montaña rusa y buscando un rincón donde llorar; Lacalle padre no corre por propia decisión de su hijo –lo sabe todo el mundo- y está pasándola bomba con su té con hielo.

Bueno, dirá usted, pero quedan Sanguinetti y Mujica.

¿Ah, sí?

El colorado de cejas espesas –cortés y urbano en fotos- carga un tablero de ajedrez del que no se ha desprendido jamás y al que apela siempre cual Maquiavelo redivivo, sin groserías verbales pero desparramando desconfianza.

El gaucho payador desprolijo –afecto al anadeo intelectual y moral, tanto como a falsos relatos a su gusto, que supo armarse, robar y matar en una destartalada revolución- escupe descalificaciones, insultos y bromas prostibularias con aroma alcohólico.

Feo el tablado.

Con un par de ancianos así no salvamos ni el carnaval.

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.