El primero de muchos homenajes por Hoenir Sarthou
Hoy, jueves 27 de julio, se cumplen dos años del inesperado fallecimiento del Dr. Enrique Viana.
En su homenaje, habrá un acto esta tarde, a las 19 horas, en el Ateneo de Montevideo. El acto es convocado por el Movimiento Uruguay Soberano y contará con aportes o intervención de algunos de los muchos que tuvimos oportunidad de conocer, admirar y/o compartir sus luchas. Entre ellos, Irineu Riet Correa, Fernando Andacht, César Vega, Gustavo Salle, Mabel Fosman, Facundo Cuadro, Mónica Gerez, Juan Besuzzo, Marcelo Marchese y quien habla.
Quizá Viana haya sido la persona que antes advirtió y que mejor analizó el proceso de destrucción del sistema republicano que vienen sufriendo la casi totalidad de los países y pueblos del mundo debido al avance de fenómenos económicos globales.
En noviembre de 2017, a pocos días de haberse firmado el lamentable “Contrato ROU UPM”, en el mismo lugar en que hoy será homenajeado, Enrique realizó un análisis demoledor, técnicamente perfecto, sobre los que en otros países del Continente son llamados “contratos ley”, contratos de inversión leoninos que destruyen a los Estados y supeditan la soberanía y la democracia de los pueblos a los intereses de empresas transnacionales.
Es cierto que muchas organizaciones y discursos ambientalistas denunciaban desde hacía años la contaminación del agua y del aire, los daños causados por la agroindustria, y los riesgos del fracking y de la minería a cielo abierto.
Pero fue Viana uno de los primeros en ligar a esos fenómenos ambientales con otros procesos menos visibles, que consisten en la perversión y corrupción de los sistemas políticos, jurídicos e institucionales. Es decir, la destrucción de toda barrera estatal e institucional que pueda poner límites al interés privado en su voluntad de controlar y explotar los bienes y recursos naturales existentes en los territorios.
Porque algo es muy claro: ningún apoderamiento del territorio sería posible si los Estados cumplieran su deber constitucional de bien administrar, preservar y vigilar la integridad del territorio y el razonable uso de sus recursos en beneficio de la población. En otras palabras: para que los bienes y recursos naturales puedan ser entregados y dañados, es imprescindible que, antes, se hayan corrompido y desvirtuado los sistemas políticos, jurídicos e institucionales de una república.
A Viana, en sus tiempos de fiscal, se lo solía apodar “el fiscal verde”. Un apodo que en realidad no le hacía justicia. Viana era, ante todo, un republicano convencido. No había para él un deslinde entre la protección de los bienes naturales del territorio y la vigencia de la institucionalidad política y jurídica republicana. De hecho, sabía, por su profesión, que antes de que caigan los bienes naturales deben caer los mecanismos institucionales existentes para salvaguardarlos.
Hoy eso es evidente cada vez para más gente. Pero Viana fue un precursor. Y, como muchos precursores, fue a menudo incomprendido, tanto por quienes lo admiraban por su actuación en pro del medio ambiente como por quienes lo odiaban por el mismo motivo.
No me resisto a recordar una entrevista que le hizo en 2014 el periodista Daniel Castro. En ella, Viana vaticinó una crisis hídrica (reitero, en 2014) debida esencialmente al modelo forestal impuesto en el Uruguay desde 1987 en adelante.
El fin de su carrera como fiscal es conocido. Fue perseguido hasta que, absolutamente en desacuerdo con el nuevo régimen de “instrucciones generales”, dispuesto para acotar la independencia técnica de los fiscales, y con el nuevo Código procesal penal, renunció al cargo. Sí, como lo leen. Renunció a un puesto seguro, respetado y bien pago.
También es conocida su actuación político partidaria junto a Gustavo Salle.
Menos gente sabe que tuvo un breve pasaje por la administración pública, en un cargo técnico, al asumir el actual gobierno. Muy breve. También de ese cargo se alejó, convencido de que nada cambiaría con la nueva administración. De modo que le cupo el honor de haber renunciado a cargos públicos en dos gobiernos sucesivos, convencido de que ninguno de los dos alcanzaba los estándares de republicanismo y rectitud que él reclamaba.
Cabe preguntarse qué país somos, que pudo darse el lujo de rechazar por dos veces a un hombre de su capacidad jurídica e integridad moral.
Después, la pandemia y la cuasi imposición de las vacunas lo encontraron en la postura digna, republicana y defensora de los derechos fundamentales que era de esperar en él.
Habría mucho más para decir, pero no voy a decirlo aquí. Mucho se hablará de él esta tarde y, de seguro, en los años venideros. Porque algo es cada vez más evidente: Enrique Viana, con su férrea defensa de la soberanía democrático-republicana, en oposición a los proyectos económicos de control y explotación global de nuestro territorio, es un símbolo. El símbolo de una actitud vital, política y cultural que –lo digo ahora- no tendrá otro remedio que reconocerse a sí misma, crecer y multiplicarse.
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