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La última palabra por Hoenir Sarthou

La última palabra por Hoenir Sarthou
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Cada tanto es bueno recordarlo.
Mientras escribo estas líneas, y también más tarde, cuando ustedes las lean, cientos de uruguayos estarán juntando firmas para reformar la Constitución. Aquí, en Montevideo, y en cada uno de los diecinueve departamentos, a lo que se suman algunos que reúnen firmas de uruguayos que están fuera del País.
¿Por qué es importante esa reforma constitucional, que se llama Uruguay Soberano?
Podría responder desde el punto de vista jurídico: porque regulará la forma en que nuestros gobiernos firman los grandes contratos “de inversión”, generalmente con empresas extranjeras, exigiendo que medie aprobación parlamentaria, con mayoría especial, y que, aun obtenida la aprobación parlamentaria, esos contratos puedan ser sometidos a referéndum, vale decir a control popular, a impulso de un razonable 10% de los inscriptos en el registro cívico (hoy, para un referéndum, la Constitución exige un inalcanzable 25%).
También podría decir que la reforma declara nulos los contratos de inversión irregulares (UPM2, Katoen Natie, Pfizer, Neptuno, los del hidrógeno verde, etc.) firmados a partir de 2017, en secreto, sin control parlamentario ni de nadie.
No faltará quien señale, con horror, que esa nulidad expondría al Uruguay a juicios internacionales.
En realidad el horror es bastante infundado. Lo que Uruguay haría al declarar nulos los contratos es darles la oportunidad a gobernantes y empresas de regularizar su situación, logrando para sus contratos la aprobación parlamentaria que hoy no tienen. Si los contratos son tan buenos para el Uruguay como nos dicen unos y otros, ¿qué duda cabe de que serán aprobados por el Parlamento y de que la población no moverá un dedo para organizar un referéndum contra ellos?
Ahora, si se tiene miedo del debate público y parlamentario sobre los contratos, no hay más remedio que sospechar que no son tan buenos, que en realidad encubren un despojo de bienes públicos y de soberanía sobre nuestro territorio.
Esa sospecha se robustece con sólo pensar que la mayor parte de esos contratos se basan en la entrega gratuita de nuestra agua potable durante muchas décadas. ¿Acaso no horroriza pensar en las enormes fortunas que estaríamos regalando por miedo a un juicio que es sólo probable (a las empresas podría convenirles renegociar los contratos) y de resultado incierto?
No hay forma de calcular el valor que pueden adquirir durante los próximos cincuenta o sesenta años los millones de litros de agua diarios que consumirán, gratis, la industria celulósica y la del hidrógeno verde. No hay juicio que pueda ser peor que ese despojo absolutamente seguro.
Sin embargo, la reforma Uruguay Soberano apareja algo mucho más importante que sus potenciales efectos jurídicos y económicos.
En primer lugar, instala en el debate público el único tema político realmente esencial: que los capitales transnacionales se están apoderando de los recursos naturales más valiosos de nuestro territorio. Lo están haciendo gratis, además, por medio de contratos secretos que firman los gobiernos de todos los colores. Y que los organismos internacionales de crédito (FMI, BID, Banco Mundial) son los celestinos de esa entrega.
Olvídense de Astesiano, de Gas Sayago, de Marset, de los dichos de Graciela Bianchi y de las idas y vueltas de Carolina Cosse. Eso no es más que humo para entretener a la tribuna. Lo realmente importante pasa por fuera de las noticias y de los debates interpartidarios. Las empresas extranjeras se nos llevan el agua, se apropian de la tierra, controlan el puerto y el ferrocarril, nos endeudan y encima nos hacen creer que debemos estar agradecidos y votarles más privilegios.
En segundo lugar, una reforma constitucional nacida de abajo, por impulso ciudadano, sin control partidario, ni empresarial, sin ninguna otra financiación que los aportes de sus promotores, desempolva el viejo principio republicano, democrático y constitucional de que “la soberanía radica en la nación”, es decir en nosotros, todos los uruguayos.
Pienso en vos que está leyendo. ¿Sos de los que sienten que las grandes decisiones económicas y políticas del País se toman sin considerar tus necesidades y deseos, en niveles a los que no accedemos, y que nos vienen dadas como si provinieran del cielo? ¿Sentís que el sistema político, en general, te toma el pelo?
No sos el único. Y no estás delirando. Muchos lo sentimos lo mismo. Básicamente porque es verdad. Nuestro sistema político no decide. Apenas ejecuta lo que le ordenan los acreedores, los inversores y los organismos de crédito. Luego trata de convencernos de que eso es bueno para nosotros. En eso consiste la tomadura de pelo de la política uruguaya.
La finalidad de este artículo es hacerte saber que existe una forma de hacerle saber al sistema político que trabaja para nosotros y que somos nosotros quienes debemos tener la última palabra.
Se llama reforma constitucional “Uruguay Soberano”. Sólo necesita tu firma, cuanto antes, y tu voto en el plebiscito que tendrá lugar junto con las elecciones del año próximo.

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