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El principio de realidad por Hoenir Sarthou

El principio de realidad por Hoenir Sarthou
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Las cosas no pasan por casualidad.
Uno puede adornar mucho la realidad, puede declarar que un hombre es una mujer, o que una mujer siempre dice la verdad, o que todos los hombres son potencialmente violadores y golpeadores. Puede incluso dictar leyes que establezcan esas cosas. De hecho, la “corrección política” es esencialmente eso: declarar que el mundo es como uno quiere que sea y prohibir o condenar a todo el que se atreva a describirlo de otra manera.
Sin embargo, el mundo es como es. Nos guste o no. Y tarde o temprano la realidad aflora, para desconcierto de los tantos “políticamente correctos” que por ahí andan.
Durante muchos años, las personas “trans”, es decir las que se autoperciben como de un sexo distinto al de su nacimiento, fueron profundamente discriminadas. Eso, sin duda, ocasionó innúmeros sufrimientos a esas personas.
Desde hace algunos años, ocurre lo contrario. La transexualidad se convirtió en una suerte de mérito, de plus que habilita a tener mayor respeto, credibilidad y exposición pública que cualquier otra personal. De hecho, una ley determina que sea posible cambiar de sexo y de nombre e impone al resto de la sociedad considerar y tratar a esa persona conforme al sexo y al nombre que ha elegido.
La pregunta inevitable es si eso es realmente posible. ¿Puede una ley hacer que hechos biológicos, como los cromosomas y las formas y funciones de los órganos del cuerpo, dejen de tener significado y que la persona transexual sea, a todos los efectos, de un sexo distinto a aquél con el que ha nacido?
Dejo la respuesta al lector. Sólo me limitaré a decir que existe algo llamado “principio de realidad”, que distingue a la salud mental del delirio. Si yo me autopercibo pájaro y me propongo saltar desde un décimo piso para volar por los aires, todos pensaremos que corresponde negar mi autopercepción e impedirme saltar, porque en realidad estaría cometiendo suicidio. Ni hablar de que si, desde mi metro setenta de altura, me autopercibiera campeón de la NBA y reclamara el salario y la fama correspondientes, el mundo entero me los negaría muerto de risa.
Pero, por alguna razón, no ocurre lo mismo si me autopercibo mujer. Al contrario, en ese caso se me tratará con sumo respeto y una ley me asegurará el derecho a ser considerado del sexo que elegí.
En Uruguay tuvimos ya dos casos notorios de esto. Uno fue el de la persona conocida como Michelle Suárez, que fue electa senadora antes de ser penalizada por falsificación. El otro es el más reciente de la persona conocida como Romina Celeste, que derribó a un senador y actualmente está presa por montar una denuncia penal falsa contra un candidato a presidente de la República.
¿Qué tienen en común?
Que recibieron atención y tuvieron cierta importancia ante todo por su cambio de identidad sexual. Ninguna de las dos tenía méritos que justificaran la relevancia política que se les dio. Simplemente se las vio como figuras que podían justificar el dogma “políticamente correcto”, y ahora “legalmente correcto”, de que la identidad sexual es una decisión y no un aspecto innato e inherente a la persona.
Las dos fueron usadas, para justificar una teoría socio-sexual delirante, y para producir efectos políticos.
Cabe preguntarse por qué estos dos experimentos terminaron tan mal.
Mi hipótesis es que, si se le hace creer a una persona que puede hacer absolutamente lo que quiera, por ejemplo, cambiar su identidad sexual y ser reconocida, respetada, festejada y premiada por eso, tiende a creer que puede hacer cualquier cosa.
Si puede ser tratada como mujer siendo hombre, ¿por qué no creer que puede firmar por quien quiera o que puede denunciar lo que quiera? ¿Quién se hace cargo de ese exceso de credibilidad otorgado sin méritos?
Para colmo, en el caso de los hombres que se autoperciben como mujeres, su delirio se entronca con las políticas de género y la lamentable ley sobre “violencia basada en género”, que elimina el principio de inocencia y consagra el criterio de que la denuncia de una mujer equivale a la verdad y a la prueba de los hechos denunciados.
No es mi afán defender a Michelle Suárez ni a Romina Celeste, sino señalar que sus conductas y delirios no brotaron de la nada. Son las emergentes de una patología social, las puntas del iceberg de un delirio colectivo. Una sociedad que cree que un hombre puede convertirse en mujer a voluntad y merece ser festejado por eso, está incursa en el delirio. Así como lo está si entrega a sus hijos a una enseñanza que no les enseña a pensar. O confía en inversiones extranjeras que nos endeudan, se llevan todo y no dejan nada. O se asusta por pandemias inverosímiles y se inyecta sustancias de las que nadie se hace responsable. O si opina que “los políticos son todos iguales” pero vota a los mismos políticos cada cinco años y -esto es lo delirante- espera resultados distintos.
Lo que realmente quiero decir es que, en términos prácticos (el relativismo filosófico es otra cosa), la realidad material es una, y no puede cambiarse a fuerza de autopercepciones, ni de lenguaje, ni de leyes.
La gran pregunta es de dónde procede esta tendencia universal a dar la espalda a la realidad que nos rompe los ojos y a refugiarnos en relatos “políticamente correctos” pero absolutamente delirantes.
La respuesta es obvia. Proviene de los mismos “tanques de ideas”, fundaciones y organismos internacionales que promueven las inversiones empobrecedoras, la enseñanza vacía y las vacunas mortales, y financian a los políticos “todos iguales”.
Le doy vueltas al asunto y sólo puedo llegar a una conclusión. La más urgente necesidad social es descreer de toda esa maraña de “corrección política” y percibir la realidad tal como es.
Un hombre es un hombre y una mujer es una mujer, hagan lo que hagan con su sexualidad. Las mujeres y los hombres pueden y suelen mentir. La inversión que no nos enriquece nos empobrece. La enseñanza que no te enseña a dudar y a discutir los conocimientos no es enseñanza sino domesticación. Los medicamentos que enferman o matan no son medicamentos. Los negocios que te dejan más endeudado que antes son malos negocios. Y los políticos que “son todos iguales”, seguirán siendo políticos e iguales en tanto los sigamos votando sin chistar.
Eso, nada más: la realidad es la realidad. Y se confirma y demuestra en los hechos.

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