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La pandemia climática Por Hoenir Sarthou

La pandemia climática Por Hoenir Sarthou
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Desde que se declaró la emergencia sanitaria en 2020, la situación vital de los habitantes del mundo no ha vuelto a la normalidad. Sólo que ahora el Norte de la brújula problemática parece haberse desplazado desde lo sanitario hacia lo climático-ambiental.
Mientras que la economía estaba paralizada y la gente aterrada y encerrada por temor al virus, no había problemas climáticos. Según la OMS y los medios, el aire era más limpio, los delfines nadaban en los canales de Venecia y los osos polares y los pandas se reproducían y vivían de fiesta.
Apenas terminada la crisis sanitaria, mientras aun estamos digiriendo los efectos económicos, de salud, sociales, psicológicos y culturales de los encierros y de las vacunas, se desató la “pandemia climática”.
En Uruguay, durante los últimos dos años, sufrimos una sequía sin precedentes y ahora inundaciones que supuestamente derivan de las que sufre el Sur de Brasil.
Quien crea que este es un fenómeno local de Uruguay y del Sur de Brasil está muy equivocado. Basta leer los informes de las Naciones Unidas para descubrir que toda América y el Caribe, incluidos México, Perú, Brasil, Haití, Colombia, Argentina y Uruguay, han sufrido y están sufriendo en estos dos años inusuales sequías, inundaciones, ciclones, excesos de temperatura y contaminación ambiental.
Según los alarmantes y alarmistas informes de la ONU, los efectos económicos, ambientales, sanitarios y alimentarios de la crisis climática son terribles, sumiendo a casi 14 millones de personas en insuficiencia alimentaria y elevando el número de muertes por diversas causas, entre ellas el calor (no se menciona a las vacunas Covid).
A la hora de explicar estos desastres, que también se han vivido en Europa, la respuesta es siempre la misma: el fenómeno de “El Niño” o “La Niña”, según la época del año, sumados siempre a la gran vedette de todas las temporadas: el cambio climático de origen humano.
Por alguna razón, cuando se habla de cambio climático por acción humana, uno piensa en los escapes de los vehículos a nafta, en el plástico de los envases y, ahora, en las humildes ventosidades y eructos de las vacas, chanchos y ovejas. Nos bombardean publicitariamente a diario para que asociemos el cambio climático con nuestros churrascos, nuestros refrescos y nuestro transporte.
De lo que no se habla nunca en los medios de comunicación, ni en los discursos políticos, es de la posibilidad de cambios en el clima y en el régimen de lluvias provocados por medio de tecnologías desarrolladas específicamente con ese fin.
Supongo que, al llegar a este punto, más de un lector pensará: “Ta, este ya entró en otro delirio conspiranoico, como cuando dijo que la pandemia estaba siendo promovida para otros fines y que las vacunas no prevendrían la enfermedad y tendrían efectos nefastos”.
La respuesta es “sí y no”. Para empezar, tengo muy pocos conocimientos sobre meteorología y sobre geoingeniería como para afirmar algo definitivo. Lo que sí tengo es ojos para leer y curiosidad por informarme.
Ante cualquier hipótesis, lo primero que uno debe hacer es verificar si los presupuestos de hecho en que se basa realmente existen. En el caso, ¿es posible operar sobre las condiciones ambientales y sobre el clima para generar efectos significativos?
La respuesta la proporciona una resolución de las Naciones Unidas, redactada y aprobada entre los años 1972 y 1976. Me refiero a la Convención Nro. 31/72, titulada “Convención sobre la prohibición de utilizar técnicas de modificación ambiental con fines militares u otros fines hostiles”.
Fue promovida por los EEUU y la URSS en 1972, en plena “Guerra Fría”, cuando las dos potencias estaban interesadas en limitarse mutuamente las posibilidades bélicas, y fue aprobada en 1976.
Para entender su significado, nada mejor que transcribir los dos primeros artículos de la Convención:
“Artículo 1. Cada Estado Parte en la presente Convención se compromete a no utilizar técnicas de modificación ambiental con fines militares u otros fines hostiles que tengan efectos vastos, duraderos o graves, como medios para producir destrucciones, daños o perjuicios a otro Estado Parte.”.
“Artículo 2. .A los efectos del artículo 1, la expresión «técnicas de modificación ambiental» comprende todas las técnicas que tienen por objeto alterar -mediante la manipulación deliberada de los procesos naturales- la dinámica, la composición o estructura de la Tierra, incluida su biótica, su litosfera, su hidrosfera y su atmósfera, o del espacio ultraterrestre”..
Toda norma prohibitiva tiene dos requisitos: 1) Que la conducta o acción prohibida sean posibles. 2) Que haya alguien interesado en recurrir a ellas. Por eso, ninguna disposición de la ONU prohíbe usar en la guerra la ayuda de fantasmas o de extraterrestres. Es que no hay suficiente evidencia de la existencia de fantasmas ni de extraterrestres, y, al parecer, nadie ha mostrado la intención de usar su ayuda.
Lo concreto es que, hace más de cincuenta años, tanto el gobierno de los EEUU como el de la URSS, y el resto de la ONU, consideraban posible -y temían- el uso de técnicas que permitieran manipular “ los procesos naturales, la dinámica, la composición y la estructura de la Tierra, incluida su biótica, su litósfera, su hidrósfera, su atmósfera o el espacio ultraterrestre”.
¿Alguien puede creer que esas técnicas fueron olvidadas y que no avanzaron sensiblemente en estos cincuenta años?
De hecho, el disparador declarado de la Convención Nro. 31/72 fue el uso del “agente naranja” y de técnicas de inyección de nubes por parte de EEUU en la guerra de Vietnam, así como el desarrollo de técnicas similares por parte de la URSS. Aquí, en Uruguay, en 1954, se provocó lluvia artificial en la localidad de Sauce. Arabia Saudita y otros países han hecho llover sobre sus territorios en tiempos más recientes. Existen empresas comerciales que ofrecen servicios de generación y disipación de nubes y de lluvias. Y los EEUU, al año siguiente de la disolución de la URSS, hicieron operativo el proyecto Haarp, instalado en Alaska, que tiene como función intervenir mediante flujos electromagnéticos en las comunicaciones, el clima y otros fenómenos naturales.
¿Por qué, entonces, omitir este factor en el análisis de las causas de los fenómenos climáticos? ¿Quién puede asegurar que esas prácticas de manipulación de la naturaleza no tengan efectos muy serios, ya sean queridos o colaterales? ¿Por qué sólo se habla de cambio climático en relación con petróleo, vacas, envases y automóviles?
Las enormes consecuencias económicas y políticas de los fenómenos climáticos, las ganancias que produce su supuesta prevención por medio de tecnologías “verdes”, y el abrumador discurso mediático que se les destina, obligan a preguntarse cuánto hay de espontáneo en ellos y cuánto de manipulación tecnológica y mediática.
En rigor, no puedo afirmar más al respecto. Salvo señalar que la negación y demonización de una causa posible de cualquier fenómeno natural o humano no es una actitud científica. Más bien es el indicio inconfundible de una decisión política.

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