“Al mirar La trilogía de la indignación, inevitablemente recordamos la frase atribuida tanto a Fredric Jameson como a Slavoj Zizek: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
La frase que encabeza esta nota aparece entrecomillada porque si bien es exactamente lo que pensábamos ante varias de las escenas que conforman La trilogía de la indignación, del catalán Esteve Soler, pertenece a un artículo del crítico británico Mark Fisher recogido en el libro Realismo capitalista. Fisher no se refiere a la serie de obras de teatro de Soler sino al filme Children of men (de Alfonso Cuarón), pero el análisis parece caberle a la trilogía, por ejemplo cuando agrega: “Alguna vez, las películas y novelas distópicas imaginaron alternativas de esta índole: representaban desastres y calamidades que servían de pretexto narrativo para la emergencia de formas de vida diferentes. No es lo que ocurre en este caso”. En una de las últimas escenas de Contra el Progreso, un grupo de focas se encarga del “control de natalidad” de la población humana convertida en una plaga. O sea, la sociedad humana no logra generar formas de vivir alternativas a la que la lleva a destruir el planeta.
Se podrá decir que La trilogía habla del progreso, del amor y de la democracia, no del capitalismo, pero aquí Fisher también ayuda a pensar el trabajo de Soler. “El poder del realismo capitalista deriva parcialmente de la forma en la que el capitalismo subsume y consume todas las historias previas”. La forma en que se piensan los vínculos, la política o el desarrollo social está íntimamente ligada a como se estructura el todo social en torno a la reproducción del capital. Inmersos en el “realismo capitalista” estamos imposibilitados de imaginar siquiera otra forma de organización, y de hecho pensamos todas las formas anteriores como jalones que fatalmente desembocan en el orden actual. Para esto es particularmente necesario que el capitalismo no pueda ser juzgado moralmente. Las “injusticias” del capitalismo son inherentes a esa única forma de organización social posible. Como el capitalismo es un hecho y no un valor, no es desde la valoración moral que se lo puede combatir. “No hay alternativa” fue el eslogan acuñado en tiempos de Margaret Thatcher. Por eso solo parece posible cuestionar el realismo capitalista si se hacen visibles sus contradicciones respecto a la promesa de progreso y libertad. Si bien en la trilogía de Soler subyace una valoración moral (negativa) del capitalismo, el centro de las escenas que la componen señala las contradicciones de algunas de sus manifestaciones. El “progreso” destruye el propio hábitat humano, el “amor” se contractualiza más que en la Edad Media, y la democracia se convierte en una red en la que lo único que podemos elegir es quien va a consumir nuestra energía vital.
En una escena de Contra la democracia la imposibilidad de “pensar” más allá del orden actual queda genialmente plasmada en una comunidad que descubre que no puede pensar en cantidades mayores al “número seis”. Al modo de los comensales de El ángel exterminador de Buñuel, que no podían traspasar el umbral de la puerta para volver a sus casas, los personajes de esta escena cuentan hasta seis, y sin saber la razón no pueden continuar. La necesidad de obtener alguna certeza sobre lo que hay “más allá del seis” conduce a un explorador a extraviarse entre lo que desde el más acá se supone “el infinito o la nada”.
Si bien los temas de las tres obras de la trilogía se entremezclan, Contra la democracia centraliza sus ataques no tanto en el sistema democrático en sí sino en como opera en subjetividades alienadas detrás de la fachada de libertad. En un juego estético que va del absurdo al humor negro, vemos desaparecer ciudades ante personajes que traducen inmadurez emocional en totalitarismo, o parejas que ilustran mucho más de lo esperable la idea de que un hijo “no deseado” entorpece el desarrollo personal. El “realismo capitalista” pauta el comportamiento de personajes que viven en un orden social que Fisher denomina “ontología de negocios” en la que “simplemente es obvio que todo en la sociedad debe administrarse como una empresa, el cuidado de la salud y la educación inclusive”.
La última historia de Contra la democracia, que trascurre en un bar, es la única de la trilogía que parece plantear alternativas. Más allá de las potentes e hilarantes actuaciones de Camila Giannotti y Rosario Martínez (Violencia Rivas presente) la exasperación de sus personajes contradice los propios planteos que portan. “Todos los políticos son iguales” es funcional al orden que se rechaza, pero la apelación al “diálogo y la reflexión” en ese tono exasperado es una contradicción en sí misma también. La vuelta de tuerca final es una invitación a pensar que sí es posible una alternativa a la forma en que nos organizamos como sociedad. Solo que no hay que salir por la misma puerta de siempre.
Más allá de lo anterior, hay un detalle que vale señalar. En una de las escenas un aprendiz de dictador/demócrata plantea al pasar “que el arte y la política juntos estén pasados de moda para siempre”. Es claro que parece peligroso el matrimonio entre arte y política. Pero hace muy pocos años estaba instalada en parte de la escena teatral montevideana la idea de que el teatro político “estaba pasado de moda”, o que el teatro no era “comunicación social” y se huía del “mensaje” de las obras como de la peste. Siempre pensamos que el problema estaba mal formulado. Un tipo de teatro político, evangelizador y francamente aburrido, estaba siendo pasado por el todo y se tiraba por la borda, junto con él, a la idea misma de que el teatro pudiera ser un disparador de la discusión sobre la forma concreta en que las personas habitan su país y se vinculan entre sí. Esteve Soler dice explícitamente que su teatro es un disparador de la discusión, y que la Comedia Nacional haya decidido promover este debate en una forma de producción que además necesita del encuentro y el intercambio de colectivos de origen muy diverso es una señal de que, como cantara Bob Dylan, los tiempos están cambiando (y el teatro arde).
Contra la democracia. Autor: Esteve Soler. Dirección: Gustavo Kreiman y Sebastián Calderón. Elenco: Rosario Martínez, Federico Martínez, José Pagano, Diego Ayubí, Camila Giannotti, Sebastián Calderón, Daniel Espino Lara y Fernando Vannet. Diseño de escenografía: Pablo Caballero. Diseño de iluminación: Federico Machado. Diseño de vestuario: Sofía Beceiro. Música y composición sonora: Patuco López. Técnica de títeres: Ovidio Fernández.
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