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El teatro: constante  imposible

El teatro: constante  imposible
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El crítico de cine André Bazin solía señalar que lo característico de lenguaje cinematográfico es el “realismo” frente al lenguaje “convencional” del teatro. En ese sentido la aparición de, por ejemplo, un árbol “real” en el escenario teatral delataría la artificialidad del resto de la escenografía. A la inversa, un árbol que se aprecie como “artificial” en una escena cinematográfica conspiraría contra la experiencia “realista” del espectador de cine. En palabras de Bazin: “una cierta artificiosidad, una transposición exagerada del decorado teatral es rigurosamente incomparable con el realismo congénito del cine (…) El cine debe necesariamente “resultar más rico” que el teatro (…) todo lo que suene a pobreza o a avaricia en los medios materiales es, suele decirse, motivo de fracaso.” Las palabras de Bazin pueden ser discutibles (¿qué pensaría de Dogville de Lars von Trier?) pero sí interesa el subrayado sobre el aspecto “convencional” del lenguaje teatral. Y es una reflexión que en Constante, el espectáculo de la Comedia Nacional que se encuentra en cartel en la Sala Verdi, se arroja al público desde el comienzo.

Stefanie Neukirch aparece portando un “cuello lechuguilla”, indumentaria de moda en la España en que vivió Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). El cuello no parece cómodo junto al resto del atuendo de la actriz, quien interpretando a Pernilla ensaya: “¿De qué sirve la hermosura,/ cuando lo fuese la mía,/ si me falta la alegría,/ si me falta la ventura?”. Los versos se corresponden a los de la infanta Fénix, uno de los personajes de El príncipe constante, del mencionado Calderón de la Barca. Pero Pernilla no los expresa naturalmente, repite los versos, se corrige, y vuelve a intentarlo. El juego teatral cayó desde el comienzo en profundidades imposibles de abordar brevemente, pero lo interesante es que lo primero que aparece en Constante es el señalamiento de una imposibilidad. La obra caminará por carriles vinculados a un lenguaje teatral contemporáneo, que apela a convenciones teatrales del siglo XXI, y en ese marco una “transposición exagerada” del barroco español no se encuentra cómoda. Aquí claramente hay un posicionamiento, no se puede hacer a Calderón de la Barca como se lo hacía hace cuatro siglos. Pero a la vez existe el deseo de que esas formas estén presentes conviviendo con las convenciones del teatro contemporáneo. Y la estrategia es explicitar esa distancia para anularla. Pernilla aparece en el escenario “ensayando” su parlamento, y de esa forma no necesitamos aceptar el resto de las convenciones del siglo de oro para disfrutar del mismo. El verso barroco aparece así “naturalmente” en el contexto de una obra contemporánea. Este juego de convenciones tiene otros momentos en Constante, por ejemplo cuando Joe (Juan Antonio Saraví) intenta enseñar a Karl (Pablo Varrailhón) y Opa (Luis Martínez) la forma correcta de interpretar la obra: “Son versos, quintillas, sonetos, endecasílabos, con errores sí, incompletos sí, pero tienen reglas, no se los puede leer como se lee la necrológica.”.

De esta forma algunos fragmentos de la obra “original” de Calderón de la Barca aparecen en Constante sin que sea necesario aceptar las convenciones teatrales del barroco, pero la discusión sobre la posibilidad misma del juego teatral no desaparece allí. La disputa por la ciudad de Ceuta entre musulmanes y cristianos en el norte de África, eje de las acciones de El príncipe Constante, se intenta “representar” siglos después en el Río de la Plata por parte de una “gran producción rusa”. Es la memoria de ese intento lo que subyace en Constante (escrita por Guillermo Calderón y Gabriel Calderón). Y sobre ese intento dirá Joe: “Sabrá que fue la obra más grande jamás hecha. Increíble. Reconstruir un pueblo con el tamaño del pueblo, una locura, posible para el cine, posible para el turismo, para un parque de diversiones, pero nunca para una obra de teatro.” Coincidiendo con las palabras iniciales de Bazin, Joe contrasta la “pobreza” de las posibilidades del teatro para hacer algo “realista” con las de otras puestas en escena. El teatro es pobre, diría Grotowski, o simplemente el teatro es otra cosa. El teatro es un juego en el que creer en la necesaria convención que el equipo creativo propone al público es sustantivo. Nada se sostiene si no se cree en esa convención, y esto trasciende la historia que se esté contando. En épocas de redes sociales en que todo es una puesta en escena la especificidad del teatro se complejiza. Pero se complejiza haciendo visibles otras puestas en escena, delatando la forma en que un individuo puede anular, simplemente mediante un “me disgusta” la forma en que se “vende” un apartamento con vista al mar. O delatando también como se reelabora constantemente un expediente policial que, como en En el bosque/Rashomón (de Akutagawa/Kurosawa) termina por concluir que es imposible acceder a la “verdad”. Si la verdad existe se seguirá escabullendo detrás de relatos incompletos y contradictorios que intenten dar cuenta de ella.

El Calderón español fue un maestro en varios sentidos, si por un lado en El alcalde de Zalamea pudo anticipar la evolución de  categorías como “noble” y “villano” (en donde desde el punto de vista moral los nobles son villanos y los villanos nobles) también anticipó la idea de que la “realidad” sea una “puesta en escena” en La vida es sueño. El chileno Guillermo Calderón y el uruguayo Gabriel Calderón son fieles representantes de esa tradición que discute con las categorías “absolutas”, y desde un juego teatral consciente de sus límites y de la necesidad de reformularse no han evitado abordar temáticas vinculadas a la realidad política contemporánea de sus países. En Constante tampoco falta el señalamiento a heridas aún abiertas de nuestras sociedades, pero siempre desde un lugar que esquiva lo obvio y mantiene vivo el hecho escénico. Constante no es El príncipe constante, pero la esencia de Calderón se repite como denominador común, ese esencia que cuestiona desde el escenario a las puestas en escena que vivimos fuera del mismo.

Resulta complejo delimitar la escritura de los calderones sudamericanos, parece claro que hay una escritura a cargo del uruguayo determinada por el elenco con el que trabaja. En particular Stefanie Neukirch es una actriz que se vuelve personaje de la obra a raíz de su “germanía”. Lo que es injusto en este espectáculo es destacar alguna de las actuaciones. El equipo en pleno, sin obviar al diseño escenográfico que logra hacer de una cama un personaje más, se conjuga para que el teatro viva atravesando siglos y convenciones.

Constante. Dramaturgia: Guillermo Calderón y Gabriel Calderón. Dirección: Gabriel Calderón. Elenco: Pablo Varrailhón, Jimena Pérez, Juan Antonio Saraví, Stefanie Neukirch y Luis Martínez. Escenografía: Lucía Tayler. Iluminación: Eduardo Guerrero y Sofía Ponce de León. Vestuario: Virginia Sosa. Música: Luciano Supervielle.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.