“En la literatura romana la noción de amor conyugal comienza a proliferar en el siglo tercero bajo Diocleciano en el momento en que la base del imperio se hunde. El mismo fenómeno ocurre en la Europa del siglo XVIII en el que la idea russoniana precede un poco a la revolución francesa”.
Con la anterior reflexión que asocia la noción del amor conyugal a la decadencia de una civilización comienza el filme El declive del imperio americano (Denys Arcand, 1986). La historiadora que protagoniza el filme había dicho antes: “En una sociedad estable el matrimonio es una forma de intercambio económico y político, incluso una unidad de producción, lo que significa que un matrimonio logrado no tiene nada que ver con la felicidad de los dos individuos casados” y agregará: “yo hago esta pregunta paradójica, esta voluntad exacerbada de felicidad individual imperante hoy en día en nuestra sociedad no estará a fin de cuentas vinculada históricamente al declive del imperio americano que ya hemos empezado a vivir”
Algunos pasajes de esa película se nos volvieron presentes pensando en Contra el amor, la segunda entrega de la Trilogía de la Indignación de Esteve Soler. La semana pasada escribíamos sobre Contra el Progreso, y es inevitable no pensar en como se vinculan las entregas de la trilogía. En Contra el Progreso una de las escenas tenía como eje el amor, en particular en como se institucionaliza a partir de “contratos” como el matrimonio. El “progreso” del amor era puramente protocolar, dejando intactas las tensiones que suelen atravesar las parejas “unidas” por el amor. Y es que esta idea, la del amor, es particularmente inasible, implicando un desafío importante articular un discurso que de cuenta de la misma de forma más o menos coherente. Por algo el texto de la obra comienza con el epígrafe “No es nada fácil estar en ninguna parte”.
En Contra el Amor el autor vuelve a articular siete escenas breves que proponen cierta “corrupción” de la idea de amor. Nuevamente surge el problema de donde está el punto cero del concepto, pero Soler no busca definiciones sino que, con un humor cáustico y una variedad de tratamientos estéticos, propone personajes atravesados por ese sentimiento. Ya desde el comienzo vemos que la temporalidad modifica a la propia idea del amor. La primera escena, interpretada por títeres, vincula a una princesa con un campesino, y que la mera posibilidad de ese amor pudo ser más que una utopía lo explicita la princesa cuando afirma: “Debéis saber que un acto como éste habría significado el peor de los castigos en tiempos no muy lejanos”. Pero si las diferencias de clase parecen haberse diluido, la perversidad opera de forma mucho más abismal. Esa primera escena es una de las más disfrutables de Contra el amor. La forma, que apuesta a lo lúdico y a un anacronismo de cuento de hadas, contrasta con la crueldad con que la “nobleza” pretende poner a prueba el amor del campesino.
Como decíamos, las historias proponen estéticas diversas, la segunda es quizá la más cercana a la tradición del “absurdo”. La “cosificación” de uno de los integrantes de la pareja es explícita y la incomunicación se expresa a gritos de la mano de las excelentes actuaciones de Mario Ferreira y Cristina Cabrera. La industria del amor también parece ser uno de los focos de esa segunda escena.
El otro momento destacado de Contra el Amor para quien escribe es la escena final, en donde Fernando Dianesi interpreta a un actor porno que mientras brinda detalles de su particular oficio narra las peripecias de un vínculo amoroso imposible. La actuación de Dianesi camina en el límite de lo caricaturesco para poner en pie un personaje que tiene la misma capacidad de indignar y hacer reír a carcajadas.
Contra el Amor parece ir en la misma dirección que la película de Arcand, señala formas de manifestar un sentimiento que parecen sugerir la decadencia de la sociedad que las genera. En términos más generales la trilogía es una invitación al debate sobre ideas centrales de las sociedades occidentales. Y ese intercambio parece ir en directa sintonía con la forma en que se produce esta trilogía, que es coproducida por la Comedia Nacional, la Federación Uruguaya de Teatros Independientes (FUTI) y colectivos teatrales que no integran la FUTI. Esa convivencia de organizaciones y grupos ha generado una estética irregular pero que quizá vaya en consonancia con la propia propuesta, y pone en diálogo a colectivos que difícilmente se encontraran de otra forma. Para hacer un balance es necesario terminar de ver la trilogía, pero la apuesta en sí misma parece ser uno de los aportes más interesantes que la Dirección Artística de Gabriel Calderón le está imprimiendo a la Comedia Nacional.
Contra el Amor. Autor: Esteve Soler. Dirección: Daniel Plada. Elenco: Leonor Chavarría, Sebastián Silvera, Cristina Cabrera, Mario Ferreira, Joel Fazzi, Cecilia Patrón, Fernando Dianesi y Lidia Etchemendy. Diseño de escenografía: Lucía Godoy. Diseño de iluminación: Nicolás Amorín. Diseño de vestuario: Catalina Peraza. Música: César Fernández. Realización y técnica de títeres: Guillermo Chávez.
Funciones: miércoles y sábados a las 21:00. Teatro Stella.
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