En uno de los pasajes más intensos de “Cien años de soledad” Gabriel García Márquez narra la represión a un grupo de trabajadores bananeros que luchaban por mejorar sus condiciones de vida. Agrupados en una estación de tren los trabajadores y su familia esperaban las noticias de las autoridades, pero lo que oyeron fue: “al teniente leyendo con una bocina de gramófono el Decreto Número 4 del Jefe Civil (…) (que) declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala (…) El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto.” La represión continuó, pero los discursos no dieron cuenta de ella. “En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de los malhechores, asesinos, incendiarios y revoltosos del Decreto Número 4, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias. «Seguro que fue un sueño -insistían los oficiales-. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.» Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales.”
García Márquez habla, con su estilo, de una práctica común de los estados latinoamericanos, la práctica del exterminio y desaparición de los luchadores sociales. Pero ese exterminio se intenta borrar de la memoria de los pueblos, porque la memoria también es un campo de lucha. Julio María Sanguinetti, uno de los principales ideólogos de la impunidad en nuestro país, se complace en afirmar: “Hay gente que piensa que revolver las cuentas del pasado es una buena política para el presente. Yo creo por el contrario que lo mejor que puede ocurrir con el pasado es dejárselo a los historiadores.” La canción de Jorge Bonaldi “Verás, verás” parodia la postura que negó la práctica del terrorismo de estado en nuestro país: “verás verás…, mi amor verás verás…, que aquí no pasa nada, ni sucedió jamás, que todo fue producto de tu imaginación (…) no sé porque me hablan de desaparecidos, a fin de cuentas, ¿usted ha visto alguno?”
En esa lucha en el terreno de la memoria, el 1 de noviembre del año 2000 desde el taller de Género y Memoria de expresas políticas se hizo un llamado a las mujeres del país para que brindaran sus testimonios sobre cómo habían vivido la dictadura. La propuesta generó la edición de un libro en el año 2001 (que se fue ampliando en otros tomos luego) titulado Memoria para armar. Rubén Olivera participó de la presentación del primer tomo del libro, y se le ocurrió formar una “memoria para armar musical”. La memoria es en sí misma un espacio casi de collage, en que solo con esfuerzo consciente esa selección de recuerdos que aparecen fragmentados se ordenan con un determinado sentido. Olivera siguió apostando a esa idea en sus presentaciones musicales, y en su trabajo docente, trabajo docente que se extiende, por ejemplo, al programa radial Sonidos y silencios.
Otras memorias
Memoria para armar, el espectáculo de Rubén Olivera, integra canciones, poemas, videos, títeres, animaciones, generando un hecho escénico en que los elementos estéticos en juego muchas veces se yuxtaponen, quedando el público en libertad de terminar de construir el sentido que surge de esa yuxtaposición. La memoria de Olivera remite a la niñez, por ejemplo con la canción Interiores. El espectáculo comienza con una historia de títeres, a partir de un personaje creado por la compañía peruana Hugo&Inés. Lo lúdico y el humor nunca dejan de estar presentes, aunque en el juego de memorias el espectáculo en un momento entra directamente en recuerdos que denotan la dictadura y su práctica de terrorismo de estado. Y ya en 1976 quienes llevaban adelante la práctica de desaparecer personas y raptar niños negaban esos hechos, como lo hacían los soldados de Macondo, o lo hacen hoy mismo los gobiernos de Argentina (Santiago Maldonado es mencionado explícitamente por Olivera) o México (el 26 de este mes se cumplen 3 años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa). Sin embargo las memorias de Olivera no se detienen en la dictadura, los fragmentos que se integran en su espectáculo-collage atraviesan los años de la primavera democrática, y cuestionan la práctica de la impunidad desde temprano, llegando hasta el presente.
Pero hay otro aspecto en este juego de memorias que propone Olivera que quizá sea el más relevante, y es el de rescatar una forma de pensar la producción de hechos artísticos que tiene un vínculo directo con la sociedad en la que se está inserto. Jorge Lazaroff escribía hace más de 30 años: “La música actúa sobre los demás, de manera que el que hace música tiene responsabilidad sobre los demás (…) Si es un producto del hombre, entonces es un producto de la sociedad del hombre, y responde a lo que está aconteciendo en esa sociedad (…) ¿Cómo es posible que un músico no tome en cuenta esto, y aún más viviendo en un país que está cumpliendo un proceso revolucionario?” Lazaroff afirmaba esto cuestionando la práctica musical de Pablo Milanés. Lo interesante es la consciencia del rol social del músico popular. Y del contexto en que se está inmerso. Más adelante agrega el Choncho que lo “universal”: “es un invento del imperialismo. Una necesidad del capitalismo (…) Para que el gusto, los gustos de las distintas regiones que el imperio intenta “igualar” sean los mismos, se debe crear un gusto “universal”, se debe crear una serie de mecanismos de comportamiento culturales que se adapten, que respondan al mismo modelo de electrodoméstico, al mismo modelo de canción, de música”. Hasta la “diversidad” es global hoy en día, se le podría acotar a Lazaroff, lo que permite que tras la legítima lucha por vivir con libertad la orientación que sea se contrabandee un modelo homogéneo de diversidad (por contradictorio que parezca) funcional a la reproducción del capital.
Lazaroff, como Olivera o Bonaldi, pertenecen a un grupo de músicos (no creo que ha una generación) que en un período determinado, y bajo el magisterio de Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis, eran muy conscientes de sus responsabilidades como artistas, y la reflexión crítica acompañaba la producción de sentido artístico, en la propia producción de hechos artísticos. Ya en la canción “De generaciones”, que integra Memoria para armar, Lazaroff planteaba como parte de sus compañeros de ruta iban dejando sus responsabilidades de lado: “siempre hay excusas para daaa…”.
Esa práctica musical consciente de su responsabilidad social es parte de la memoria, pero también parte de nuestro tiempo. Porque Olivera parte de esos fragmentos para reconstruir en su espectáculos una memoria colectiva que se pretende borrar, pero no lo hace desde el recuerdo autocomplaciente y llorón, tan característico de otros supuestos izquierdistas con prácticas moralistas reaccionarias, sino desde la construcción de un espectáculo que parte de la memoria para cuestionar nuestro presente pero siempre apostando seguir construyendo otros mundos y así permitirnos pensar en otras realidades, que serán, seguramente, el estímulo a nuevas acciones.Memoria para armar, de Rubén Olivera. Viernes de setiembre a las 21:00. Teatro Victoria (Río Negro 1477).
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