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Es la economía, Aldo Por Hoenir Sarthou

Es la economía, Aldo  Por Hoenir Sarthou
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Otra vez Aldo Mazzucchelli critica en un artículo de “eXtramuros” (titulado “En qué consiste mi diferencia con el Dr. Sarthou -o cuánta agua hay en el agua jane”) mis opiniones sobre la libertad de expresión, las redes sociales, Elon Musk, el bloqueo de “X” en Brasil, pero también sobre el globalismo, la modernidad, el agua jane, el Estado, el materialismo, la espiritualidad, la economía, derecha e izquierda”, “lo viejo” y “lo nuevo”, y -si me descuido- la física cuántica y el Big Bang.
La mezcla de todo eso en una columna periodística sólo puede dar lugar a una ensalada mal aliñada. En la que no faltaron unos toquecitos de pimienta de fea intención.
El primero es referirse a mí como “el Dr. Sarthou”. Cuando uno ha compartido durante años con alguien reuniones, conversaciones, columnas de radio, asados, boliches, cumpleaños de amigos y largos intercambios por Whatsapp, no se refiere a ese alguien como “el Dr. Fulano”.
Ya Borges señaló la función cuasi injuriosa de mencionar títulos o profesiones cuando lo profesional no viene a cuento. Lo transcribo porque no tiene desperdicio:
“Un alfabeto convencional del oprobio define también a los polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un vano caballero argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar día por medio… Queda la central e incurable futilidad de todo ser humano.” (J.L.B. “El arte de injuriar”).
El “doctoreo” y el “ustedeo”, cuando no son el trato natural entre dos personas, son formas de rebajar, de colocar al interlocutor en un lugar pomposo, vacío y un poco ridículo. Me pregunto por qué sentirá Aldo la necesidad de colocarme en ese lugar. Si con argumentar tranquila y amistosamente habría bastado. En fin… él también es “Doctor”. Pero yo voy a seguir diciéndole Aldo.
LA CHISPA DE LA VIDA
Pasaré por alto una serie de errores o falacias en que incurre Aldo al intentar caricaturizar mi punto de vista.
Todo el que me conoce sabe que soy enemigo de la censura y lo que pienso sobre el juez brasileño Alexandre de Moraes y el bloqueo a X-Twitter. De Moraes es como un cirujano que debe operar una pierna gangrenada y le corta al paciente la pierna sana. Debía usar el poder del Estado brasileño (poco o mucho) para garantizar la libertad de expresión de los brasileños en las redes sociales que sí censuran, Instagram, You Tube, Facebook, Tik Tok, pero lo usó contra X, una de las dos redes que por el momento no censuran (de Telegram se ocupó el gobierno francés). Y digo que tanto De Moraes como el gobierno francés están haciendo mandados, relacionados con las elecciones en los EEUU. Pero quiero ir al grano y responder a la tesis verdaderamente central del artículo de Aldo.
Aldo sostiene -lo ha hecho en varios textos- que la contradicción principal de nuestro tiempo es entre “lo viejo” y “lo nuevo”.
Lo “viejo” parece comprender todo lo que a Aldo no le gusta: lo que contradiga a Platón, la Modernidad, la Ilustración, el racionalismo, el materialismo, el Estado Nación, el Estado “a secas”, la democracia, supongo que también la Revolución Industrial, etc.. Cosas noveleras que, quizá desde inicios del Siglo XVI, lograron corromper la idílica vida comunitaria, pletórica de fe, que reinaba en la Edad Media.
No hay que esforzarse mucho para comprender que el de Aldo es un pensamiento conservador. Y, ojo, uso el término en forma descriptiva. Nada malo hay en ser conservador. Consiste en creer que el presente es una degradación de algún tiempo histórico que fue mejor. Es una postura ante la realidad, ante la historia, y también ante el presente y el futuro, que él no se cansa de contraponer con la mía.
Pero el conservadurismo de Aldo tiene una excepción: internet y las redes sociales.
Afirma que internet y las redes sociales son “lo nuevo”, destinado a barrer todo “lo viejo” (la Ilustración, el materialismo, el racionalismo, los Estados, la democracia, etc.). Tal vez por aquello de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, cada vez que el alcance mundial de internet pone en jaque a las soberanías estatales, Aldo experimenta un éxtasis, un orgasmo espiritual que lo lleva a abrazar y a adorar a Elon Musk y a Pavel Durov como arcángeles de “lo nuevo”.
Hago un paréntesis para destacar lo superficial y casi publicitario de esas categorías de “lo viejo” y “lo nuevo”. Se parecen más a un anuncio de Coca Cola que a un análisis serio de los entramados que unen a lo “nuevo” con lo “viejo”.
LA ECONOMÍA, CHE
Aldo no percibe o no toma en cuenta el papel de la economía en todo esto. Cree que el carácter supuestamente anárquico de internet y de la comunicación por redes aparejará la destrucción de los Estados y de todo lo que él odia.
Los saltos tecnológicos siempre han determinado cambios de época histórica. El fuego, la piedra pulida, la rueda, la agricultura, la moneda, el hierro, el acero, la brújula, la pólvora, el motor a vapor, el petróleo, el telégrafo, el teléfono, la radio, la producción en cadena, los antibióticos, la TV, la energía atómica, la píldora anticonceptiva y la computación revolucionaron en sus respectivos tiempos no sólo la economía sino la política y la vida toda. Y es inevitable notar que internet, la robótica y la inteligencia artificial están produciendo un cambio de época histórica.
Pero, por encima de los saltos tecnológicos, rige una ley suprema de la economía: la de la concentración de la riqueza. No hablo sólo del dinero, que es un instrumento, sino del poder sobre los bienes materiales necesarios para la vida.
Cada salto tecnológico fue acompañado por un aumento del poder y la riqueza de los sectores sociales situados en la cúspide de la estructura económica, mejor ubicados para apropiarse de las nuevas tecnologías. En algunos casos, como a partir de la Revolución Industrial, el aumento de la producción benefició también a la larga a las clases sociales subordinadas. Pero al mismo tiempo, durante el Siglo XX, se consolidaron las enormes fortunas que hoy determinan no sólo la economía sino la geopolítica.
Con Internet y las redes sociales está ocurriendo lo mismo. ¿Quiénes las controlan? En apariencia, millonarios emprendedores que obran como semidioses. Pero, ¿acaso Mark Zuckerberg no fue sometido por un boicot empresarial y una investigación en el Senado para que censura a los partidarios de Trump y luego a quienes cuestionábamos la pandemia? ¿Durov no fue arrestado en Francia y Elon Musk bloqueado en Brasil? ¿Saben quiénes son accionistas de monstruos como Meta y X-Twiter? Si, los mismos fondos de inversión, Vanguard, BlackRock y sus colaterales, que encubren al “viejísimo” poder financiero que, a través de ellos, opera sobre todos los bancos y grandes empresas de EEUU, Europa, China, Rusia y el resto del mundo, incluida UPM y algunas otras que nos tocaron en suerte a los uruguayos.
La lógica de la comunicación y la de la economía son opuestas. La comunicación tiende a la expansión, en tanto que la economía tiende a la concentración. Ahora, ¿alguien cree que Internet y las redes sociales son inmunes a la lógica económica de la concentración?
Aldo cree que sí. Yo lo pongo intensamente en duda. Me argumenta que por cada local de Starbucks surgen diez cafeterías independientes y me invita a tomar café en cualquiera de ellas.
Yo veo lo contrario. ¿Qué ha pasado con las grandes superficies comerciales en Uruguay y en el mundo? ¿Se multiplican o se concentran bajo muy pocas cadenas globales? ¿Y con las cervezas, refrescos y aguas minerales? ¿Cuántas quedan en manos de empresas uruguayas? ¿Y las farmacias? ¿Cuántas se convirtieron en Farmashopp? ¿Y las viejos marcas de alimentos? ¿Cuántas no son de Nestlé? ¿Qué intenta Minerva con los frigoríficos?
No hay vuelta. La economía tiende a la concentración, al monopolio, a la gran escala, a devorar lo chico y artesanal. Y la concentración del poder económico deviene en poder político y cultural. Lleva al control de los gobiernos, de la comunicación, de la academia, de la investigación científica y de la educación.
La “gobernanza” de Internet la ejerce la ICANN (Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números) con sede en Los Angeles, EEUU. Está conformada por representantes de las compañías que usan Internet, así como de ONGs de “la sociedad civil”, funcionarios de los gobiernos, y técnicos. Además está supeditada a controles del Departamento de Comercio de los EEUU. Ya pueden suponer el grado de descentralización e independencia real que tiene.
Mi gran discrepancia con Aldo es que no creo que debamos apostar nuestra libertad a las patas de los Musk, Pavel o Zuckerberg, o del ICANN. En este mundo de gigantescos poderes económicos, el único espacio donde las personas todavía podemos hacer pesar nuestra voluntad son los Estados. El único precario resguardo que tenemos frente a intereses que pueden arrasarnos con la misma facilidad con que Youtube o Facebook nos eliminan.
A ver si soy claro: el único lugar donde todavía podemos votar contra los bancos, como pienso hacerlo el mes que viene.

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