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¿Extinción o cambio cultural? por Isabel Viana

¿Extinción o cambio cultural?  por Isabel Viana
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El agua es el tema del momento. Todos los medios de comunicación colocan al agua como centro de la preocupación de las sociedades locales. Pero no es una crisis local más: es consecuencia visible de una manera de gestión de recursos que está generando procesos de desertificación y de extinción de especies en el planeta. Se anuncia un “día cero” para Ciudad del Cabo en menos de 100 días. Está previsto el corte de la distribución de agua por cañería. Se planifica además el racionamiento por distintas vías, limitando la disponibilidad de agua. La amenaza de la escasez de agua pesa sobre las grandes ciudades: San Pablo, Melbourne, México y otras metrópolis enfrentan problemas similares. En otra escala, Montevideo.
El tema saltó a nivel público a partir de la decisión de mezclar el agua dulce del Santa Lucía con agua elevada desde aguas abajo de la planta de Aguas Corrientes, e puntos más próximos a la desembocadura del Santa Lucía en el Río de la Plata. Produce el aumento del tenor de sal del agua que se brinda a la población. El agua elevada sería bebible, pero más salobre, lo que implica riesgos para la salud de animales (incluido el hombre) y vegetales, y daños irreversibles para algunas instalaciones y equipamientos.
En el ámbito nacional se debate ante la situación, mencionando el cambio climático y la sequía; la ineptitud e inoperancia de las administraciones anteriores y actual para prever el riesgo; posibles fuentes alternativas de agua dulce (ignorando la conformación física y geológica de las posibles fuentes alternativas propuestas y las obvias interconexiones entre aguas subterráneas y superficiales); se improvisó acerca de tecnologías de producción de agua dulce generables o adquiribles (curiosamente nadie propuso remolcar témpanos hasta nuestras costas!); se miró hacia la OSE, prima pobre de las empresas públicas y describió el deterioro de los sistemas de producción y conducción del agua para consumo humano. Se señaló que las redes pierden aproximadamente el 50% del líquido elevado, debido a la vejez de los caños y conexiones y, sobre todo, a la construcción informal en las puntas de tendidos en las periferias informales. Las iniciativas citadas refieren a aspectos parciales del problema y proponen soluciones más o menos improvisadas para lo que ha sido un enorme descuido de nuestra gestión del agua (y no sólo del agua sino de todos los recursos naturales vivos e inertes).
El extractivismo de la cultura global promueve usos de recursos extinguibles y renovables, tales que agotan las capacidades naturales de regenerarlos. El consumo intenso y el uso de suelos y aguas como sitios de disposición de residuos, generan niveles de destrucción y contaminación que los sistemas naturales tampoco pueden procesar.

En el caso de Montevideo, no se ha controlado la expansión territorial de la planta urbana metropolitana y ni la de la red de agua, que se ha extendido en baja calidad. Las instalaciones de potabilización y saneamiento en el resto del país se encuentran en general en mal estado. La calidad de aguas en los cuerpos líquidos receptores de aguas usadas muestra niveles indeseables de contaminación.
Hay países que han enfrentado sequías desde el pasado y han desarrollado culturas para convivir con la escasez de agua. No es nuestro caso. El funcionamiento de nuestro territorio previo a las grandes intervenciones humanas, se caracterizó porque la abundancia de agua y la predominancia de suelos de buena calidad lo hacían apto para sostener una biota rica y diversa.
Desde la colonización, el ecosistema ha sido sistemáticamente intervenido. Se introdujo ganadería de rápida reproducción, se talaron los montes criollos, se introdujeron masas de eucaliptos y pinos y grandes plantaciones de especies agrícolas destinadas a consumo animal y humano, se manipularon genéticamente seres vivos y se empezaron a usar químicos como herbicidas, fertilizantes e insecticidas. No se atendieron los efectos de esos cambios sobre el conjunto de los componentes vivos e inertes de los ecosistemas. Como consecuencia, se extinguieron o migraron especies animales y vegetales nativas, se perdieron (y se pierden) anualmente toneladas de suelo fértil por erosión, retroceden las costas. En las zonas despojadas de vegetación se perdió la capacidad de retener el agua de lluvia y de infiltrarla al subsuelo.

La gestión del agua no puede ser nunca independiente de la del conjunto del ecosistema natural y para llevarla a cabo, hay que considerar la influencia recíproca entre las acciones encaradas en el suelo respecto a las restantes dinámicas territoriales. Si las tierras emergidas se modifican, cambiará la dinámica de los cuerpos líquidos (régimen de lluvias, escorrentía de cursos de agua, conformación de cauces, niveles de lagos y lagunas, etc.).

Las situaciones críticas que las distintas sociedades del planeta enfrentan hoy son resultado de decisiones tomadas a nivel global respecto a la relación entre el ambiente global por las sociedades humanas. Toda la naturaleza es vista como algo que está para su manipulación, extracción y uso por la humanidad.
La especie humana ha logrado modificar a su voluntad las condiciones de naturaleza en casi toda la superficie del planeta, en la atmósfera, en los mares y océanos y en el subsuelo, creando situaciones artificiales, resultado de transformar los ambientes naturales para satisfacer las necesidades humanas. Se considera además a todos los sistemas del planeta como sumideros de basura, volcando a ellos residuos de todo tipo, la mayor parte no biodegradable.
Las ciudades son ambientes totalmente artificializados, categoría que incluye a los vegetales y animales (modificados), que se ha llevado a convivir en ellas con los humanos. Para construir y sostener la vida en un ambiente artificial es necesario el aporte continuo de enormes cantidades de materia viva e inerte, energía e información. La vida urbana depende de que lleguen los insumos necesarios, desde cualquier punto del globo, por alejado que esté. Para eso se han inventado sistemas de transporte y comunicación que, que cubren el planeta, conformando redes globales de estructura múltiple. Su sola presencia altera y contamina los medios terrestre, atmosférico y marítimo.

No pueden solucionarse los problemas del agua sin redefinir la relación de los humanos con el hábitat global, del que los sistemas hídricos son sólo un componente.
Extinguimos destruyendo lo que parece que no nos sirve y extinguimos también lo que nos sirve, a consecuencia del uso abusivo que hacemos del ecosistema planetario, considerando que todos son “recursos” puestos a nuestra disposición.
A partir del origen de nuestro planeta se han producido cinco extinciones masivas de formas de vida. La sexta extinción masiva, que estamos viviendo, es la primera debida a la acción de la especie humana. Su causa es la intervención irresponsable en las dinámicas y equilibrios de la biosfera. Hoy vivimos las consecuencias de lo hecho, especialmente desde la Revolución Industrial, sean sequías, inundaciones, desertificación, pérdida de especies, hambre conviviendo con la riqueza, concentraciones insustentables de población. Ninguna de éstas se corrige con acciones parciales o provisorias. Parece existir la creencia de que el planeta se arreglará solo.
Las intervenciones aisladas y específicas (como las que se están proponiendo hoy en Uruguay), encaradas para resolver conflictos puntuales, agravan los desequilibrios y amplifican los perjuicios que los procesos de extracción masiva y acumulación de capitales causan.

Para detener los procesos de agotamiento de recursos y de extinción de especies es necesario un cambio de cultura, pasando del extractivismo y consumo global, de la concentración de la población y de la riqueza y del derroche del consumismo, a formas más austeras de convivencia, de uso y cuidado de los recursos naturales.
Los problemas del agua no se arreglan comprometiendo otras fuentes hídricas. Vivimos los primeros efectos del cambio global, que se acelera. Las “soluciones” que encaremos no pueden ser más de lo mismo, aumentando el deterioro de la biosfera.

Hay que modificar las formas destructivas de gestión de los ecosistemas terrestres, a partir de comprender que la vida es una sola y que forma parte de un ecosistema complejo y frágil, al que una cultura egoísta, ignorante e irrespetuosa está encaminando hacia una factible extinción.

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