No estuvo en la cárcel, ni fue torturado, ni lo mató la inquisición, sino que murió en su casa a los 78 años. Hubo dos procesos a Galileo, uno en 1616, en el que solo recibió una notificación, y otro en 1633 que fue realmente ante un tribunal. En 1616 se le acusó de sostener el sistema heliocéntrico propuesto en la antigüedad por los pitagóricos y en la época moderna por Copérnico. Galileo se basó en sus descubrimientos astronómicos, gracias al telescopio que él mismo perfeccionó, para criticar la física aristotélica y apoyar la teoría heliocéntrica. Los profesores aristotélicos eran muchos y poderosos y sintieron que Galileo contradecía su filosofía y su ciencia y los dejaba en ridículo, razón por la que lo atacaron mezclando argumentos teológicos en la discusión, pero el conflicto no era entre ciencia y religión, sino entre dos modelos filosóficos y científicos. Por otra parte, la Iglesia Católica estaba pasando por un momento de especial sensibilidad respecto a la libre interpretación de la Biblia, en pleno enfrentamiento con la Reforma Protestante, una situación peligrosa para que un laico use argumentos bíblicos y teológicos, como lo hizo Galileo, que no se limitó a discutir cuestiones científicas, sino que entró en debates teológicos, porque era creyente y conocía la Biblia. Además, la cosmovisión tradicional, que colocaba a la Tierra en el centro del universo, parecía estar de acuerdo con la experiencia ordinaria y con la ciencia de su tiempo. De hecho, se le exigió que, sin pruebas irrefutables a nivel empírico, desistiera de su teoría. Todo ello contribuyó a un lamentable final para un genio de la ciencia, incomprendido por las autoridades científicas y religiosas de su tiempo.
La historia del conflicto.
Hay que tener en cuenta que, aunque las críticas de Galileo a la posición del geocentrismo tenían sus fundamentos teóricos, ni él ni nadie en su tiempo poseían pruebas suficientes para demostrarlo, aunque ya lo habían anticipado el cardenal y astrónomo Nicolás de Cusa un siglo antes y Copérnico, entre otros. En una carta, el cardenal Belarmino, pidió a Galileo que utilizara el heliocentrismo sólo como una hipótesis astronómica, sin ir más lejos. Pero Galileo, para defenderse de acusaciones personales, se lanzó a la defensa de su teoría, trasladándose a Roma e intentando influir en personalidades eclesiásticas. En febrero de 1616 por orden del Papa Pablo V, el cardenal Belarmino citó a Galileo y le amonestó para que abandonara la teoría copernicana.
Galileo sabía que la prohibición se basaba en una equivocación y quería solucionar el problema. En 1623 fue la elección del Papa Urbano VIII, gran admirador de Galileo quien lo recibió cordialmente seis veces en 1624. En este contexto Galileo publica en 1630 su teoría, en su obra «Dialogo en torno a los dos grandes sistemas del mundo, el tolemaico y el copernicano» y lo llevó a Roma para obtener el permiso eclesiástico para su impresión. Demoraron la aprobación y la mala comunicación de la época puso nervioso a Galileo, y lo imprimió en Florencia en 1632. En esos años la mayor preocupación del Papa no era precisamente si se movía la Tierra o el Sol, porque estaba en pleno desarrollo la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). En 1632, en una reunión con cardenales, el cardenal Gaspar Borgia acusó abiertamente al Papa de no defender como era preciso la doctrina católica. Se creó una situación muy tensa, por lo que el Papa se vio obligado a evitar cualquier cosa que pudiera interpretarse como no defender la fe católica con claridad. Precisamente en ese tiempo comenzaron a llegar los primeros ejemplares del Dialogo. En su situación el Papa no toleró que se publicara un libro con su permiso, en el que se defendía una teoría condenada como falsa. No era un dogma religioso, sino una cuestión científica considerada errónea.
Galileo llegó a Roma en 1633 y el Santo Oficio centró su proceso en la desobediencia a la amonestación de 1616. Lo llamaron el 12 de abril de 1633, aunque no estuvo en la cárcel, sino que fue instalado en habitaciones del fiscal de la Inquisición. Los cardenales visitaron a Galileo para convencerlo de su error y después de una larga charla, el 30 de abril Galileo reconoció ante el tribunal que había expuesto los argumentos en favor del copernicanismo sin evidencia suficiente y con una fuerza que él mismo no creía que tuvieran. Ese mismo día se permitió a Galileo volver al palacio de Florencia y en junio abjuró públicamente de su opinión. Luego del proceso, se recuperó en Siena y en diciembre del mismo año volvió a su casa en las afueras de Florencia, con arresto domiciliario. Murió en su casa el 8 de enero de 1642. Galileo jamás fue torturado ni recibió malos tratos, aunque el proceso a su avanzada edad fue muy duro para él, desgastante e injusto.
Un mito creado a partir de una injusta condena.
La mayoría de los intelectuales de su tiempo pensaban que el movimiento de la Tierra era absurdo, porque contradecía la experiencia. Los teólogos que lo juzgaron entendían que el heliocentrismo era irracional, contrario a la ciencia y a la Biblia. Belarmino, y otros eclesiásticos, advirtieron que, si fuera cierto, se podía interpretar una serie de pasajes de la Biblia de modo no literal. Sabían que eso podría hacerse, pero pensaban que el movimiento de la Tierra nunca se demostraría porque no era cierto. Ya Agustín de Hipona (s. IV) aclaró que los textos del Génesis no pueden tomarse al pie de la letra y esto es tradición común en la historia del cristianismo, salvo en el siglo XX con el fundamentalismo bíblico que es un fenómeno moderno. Además, el ambiente teológico de su tiempo vinculaba el heliocentrismo a doctrinas esotéricas sospechosas, como fue el caso de la condena de Giordano Bruno, que murió en la hoguera, pero no por temas científicos, sino por sus doctrinas religiosas. De hecho, Bruno no era científico, sino que tomó como punto de partida la teoría de Copérnico para sus postulados religiosos panteístas de culto al Universo.
Hechas estas precisiones, nada justifica la incomprensión y la injusticia que se tuvo con uno de los gigantes de la historia de la ciencia, que también era un hombre de profunda fe y de una gran sensibilidad espiritual, como muestran sus escritos. Pero no puede usarse un caso lamentable y excepcional, como si fuera la muestra de la incompatibilidad entre ciencia y religión. La mutua colaboración entre ciencia, filosofía y teología configuró la historia entera del progreso en el conocimiento en occidente, con sus luces y sombras.
Para profundizar:
-ARTIGAS, M. – SÁNCHEZ DE TOCA, M. (2008). Galileo y el Vaticano: Historia de la Comisión Pontificia de estudio del caso Galileo (1981-1992). Madrid: BAC.
-ARTIGAS, M. – SHEA, W. (2009). El caso Galileo: mito y realidad. Madrid: Encuentro.
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