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GUSTAVO ZERBINO “Aprender que los imposibles no existen”

GUSTAVO ZERBINO “Aprender que los imposibles no existen”
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Aprovechando la notoriedad de la nueva película sobre el accidente de los Andes, decidimos encarar esta asignatura pendiente. No es fácil entrevistar a quien fue mi jefe durante los mejores años que viví en mi pasaje por la industria farmacéutica. Frontal, honesto y con unas enormes ganas de vivir al mango cada minuto, es un ejemplo a tener en cuenta. Con ustedes la charla con mi amigo Gustavo.

Por Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

Naciste en el 53.
Soy modelo 53, en la cordillera éramos cinco. Canessa cumplió 71, Mangino cumple en febrero, yo en mayo, Vizintín en agosto, y Carlos Páez cumplió sepultado abajo del alud. Tuvimos los cumpleaños de NumaTurcatti y Carlos Páez, debajo de la nieve. La velita era un encendedor, que se apagaba porque no había oxígeno.
Ustedes son varios hermanos.
Somos nueve, tengo cuatro arriba y cuatro abajo. Soy el del medio.
¡Qué aguante tu madre!
Una santa. Vivió cien años y cuatro meses. Tenía cincuenta años cuando se cayó el avión, y no se moría porque quería conocer a mis nietos, que eran sus bisnietos, de treinta y cinco y treinta y seis años. Sebastián y Lucas venían peleando cabeza a cabeza, y ganó Sebastián cuando nació Antonio, y León, en Buenos Aires, quince horas después. Un uruguayo y un argentino. Y Lucas, que tuvo a León, me dijo: “Papá, es un hijo de puta, tiene cuatro meses y ya salió dos veces campeón del mundo, por Argentina, con Messi, y por Uruguay con la Sub-20. Cuando yo nací éramos campeones del mundo.
Vos eras de terror en tu familia. Eras el más bandido.
Bueno, sí. Era antiautoritario, rebelde e irreverente. Las tres cosas, en ese orden.
Te rajaron del Christian.
A los nueve años. Me fui del Christian al Seminario, con los jesuitas, en la calle Soriano, en cuarto de primaria.
¿Qué hiciste para que te echaran?
Los Brothers eran muy humildes. Eran Brothers porque no les daba para curas. La disciplina para ellos era que la letra con sangre entra. Si te portabas mal, venía volando el borrador de madera y te pegaba en la frente. Después te pegaban en las manos con la regla. Te pegaban piñas en los riñones. Pero la tortura mayor era hincarte al frente de la clase, arriba del arroz o del maíz, y aguantar con las rótulas arriba del arroz durante un minuto. Si decías: “Me rindo”, te sentabas de vuelta en el banco. Yo aguantaba durante una hora y media, mirándolos. Me entrené para los Andes ahí, como faquir. Y siempre decía que el dolor no existe, que se puede cambiar el dolor por placer, si te relajás. Si te relajás, el dolor baja. Cuando te contraés, el dolor aumenta. Todas esas cosas las experimenté en mi vida, y de chico. Que me echaran fue lo mejor que me pasó. Del Seminario no me echaron porque yo les decía que me iba a meter de cura. Utilicé el marketing.
Eras mentiroso de chico.
No, en verdad tenía gran vocación de servicio. Y antes de los Andes tenía una novia con la que rompí, porque me iba a meter a cura.
¿Tenías vocación?
Sí. Trabaje en los Castores, hacía mil cosas, con un grupo muy grande con el que hacíamos obras por todos lados. En el 71 no fui a jugar a Chile con el Christian porque estaba haciendo casas en Tacuarembó. Siempre fui una persona muy inquieta socialmente, de hacer cosas de solidaridad y de ir a ver otras realidades.
Te desvinculaste del Christian pero no del rugby. Seguiste jugando.
Cuando empezaron a jugar al rugby yo tenía todos mis hermanos y los amigos del barrio en el club. El colegio era del barrio, y yo iba a ver fútbol y rugby y, como era bueno, me dejaban jugar, aunque no fuese más del colegio. Cuando se funda juveniles en el Christian fui el primer capitán, tenía cuatro o cinco años menos, pero jugaba con ellos.
¿Tenían un buen cuadro?
Antes de la cordillera, en catorce años habíamos ganado solo un campeonato, y luego, en catorce años, ganamos doce campeonatos, porque no jugábamos por nosotros sino por los que no estaban. Al hacer algo por otra persona por amor, recibís mucho más de lo que das. Hacer cosas por los demás te hace salir del ego, tener empatía, comprender, practicar la compasión. Te reís con el que ríe y llorás con el que llora. Entendés que el mundo es redondo, al ponerte en el lugar del otro. Cuando yo era chico no me ponía en el lugar del otro, y era terrible. Hacía lo que ahora llaman bullying. A todos nosotros nos tendrían que dar cadena perpetua por las cosas que hacíamos. Yo de chico era un rompehuevos y me cagaban a palos. Mi madre era la vicepresidenta de la comisión del Colegio Stella Maris, y se enteró diez años después de los golpes que nos daban. Me preguntó por qué no le había dicho, y le respondí que qué le iba a decir, si ella era de esa escuela. Así era la educación antes. Por eso te digo que, si yo me portaba mal y era un rompehuevos imbancable, mis hijos eran igual que yo, pero ellos eran hiperactivos, disléxicos, tenían desorden atencional y les daban ritalina en vez de una patada en el culo. Eso fue lo que cambió. Distinto nombre para la misma patología, y distinto tratamiento.
No sé cuál resultado es mejor.
No sé. Lo único que te digo es que, si tenés las características mías, te moldea el carácter, te hace rebelde, pero empezás a entender. Sobreviví a esa educación, y eso me preparó para la montaña.
¿Esperaban que la película tuviera el éxito que tuvo?
Schopenhauer decía que el mundo era todo dolor y sufrimiento, y que sentías placer cuando el dolor cesaba. Leibniz decía lo opuesto. Yo creo que esta película viene en otra época distinta a la película que vimos antes. La primera estaba muy cerca del accidente. Las madres de los que murieron estaban todas vivas. Nos opusimos durante dos años a que se hiciera la película, para que no sufrieran de vuelta las muertes de sus hijos.
Para evitar la revictimización
Nosotros no queríamos película. Se hizo el libro porque nos dijeron que había que hacer un libro. Ya se habían hecho cuatro, que eran ficticios. Durante dos años, lo pudimos parar, pero ganaron e hicieron la película. Como ya la iban a hacer, al final los apoyamos. Los ayudamos a hacer la caída del avión, la avalancha y la escenografía. Pero la película se basa en el libro Viven, que está escrito por un inglés, Piers Paul Read, que era sobrino del escritor Graham Greene. Y este era católico, y muy respetuoso, pero anglosajón. Nos preguntó por qué ayudábamos a nuestros amigos, algo que en el Río de la Plata está de más, con la gauchada criolla, la pierna, que están implícitas. Allá nadie ayuda a nadie. No se involucran. Y esa película era muy fría. Por eso en el 2002 con Canessa empezamos a hablar sobre que teníamos que hacer un banco de información sobre los sentimientos y las vivencias.
¿Qué hicieron?
A Gonzalo Arijón, un director de cine, lo había conocido en París en el 76. Cuando se cumplían treinta años, en 2002 fuimos a Chile. Contraté tres aviones para doscientas noventa y ocho personas. A los dos años del accidente fuimos trece jugadores en tren, en dos días. Para que veas cómo cambió el trauma. Y este vino, y filmó y filmó. Durante tres años filmó a los sobrevivientes. Le dijimos a Pablo Vierci que tenía que escribir el libro nuestro, que él era amigo, que había ido al Christian, que escribía bien. Le dijimos que tenía que escribirlo, porque le faltaba mucho de nuestra cultura, de Uruguay. Queríamos que se entendiera que éramos uruguayos. Y fue a la cordillera. Yo fui con mis cuatro hijos, Canessa y Strauch fueron con sus hijas. Dormimos en el lugar del accidente. De día había cuarenta grados y de noche eran treinta grados bajo cero. Setenta grados de diferencia. No sabés lo que es ese cambio de umbral. Mis hijos, en un catre, esa noche, casi se mueren de frío. Temblaban. ¡Qué frío que hacía! Nosotros estábamos acostumbrados.
¿Se puede acostumbrar una persona a eso?
Como allá el frío no se iba, tenías que apagar el termostato. Nadie se quejaba. Cuarenta grados bajo cero es frío, pero treinta y cinco es un poco mejor. Cuando aprendés a relativizar los sensores, te das cuenta que no podés hacer nada para que no haya frío, pero sí podés aceptarlo. Cuando aceptás que no podés cambiar el mundo exterior, te fusionás con la naturaleza y sos el viento, sos el aire. Y lo único que te une con la naturaleza son tus amigos con los que te abrazás para que el frío sea menos frío. Aprendés que el yo se convierte en los otros, y que vos no sos más vos, sino que sos “nosotros”, porque solo te morías. Nunca dejábamos que se nos enfriaran los pies y las manos. La primera expedición arriba, con NumaTurcatti, y Daniel Maspons, al otro día de escuchar en la radio que iban a volver cuatro meses después a buscar los cadáveres, que en los últimos treinta años se habían caído cincuenta aviones y nunca se había encontrado a nadie vivo… Esa noticia fue durísima. Esa noche no dormí. Pero nadie habló, porque estaba prohibido quejarse.
Esa fue una regla tácita.
Fue más que tácita. Era imposible de romper. Porque el caos, cuando es total, solo se puede mejorar si no te quejás. El caos, cuando te quejás, es más caos. La sociedad de la nieve no es solo el nombre del libro. Cuando volvimos de la cordillera y hablábamos, al hablar de La sociedad de la nieve, hablábamos de la montaña. La gente no entendía de qué hablábamos. Primero porque no hablábamos con las frases completas, porque al decir dos o tres palabras nosotros nos entendíamos todo. En la cordillera teníamos telepatía. Acá nos conectamos con el lejos, por medio de los teléfonos, pero perdimos la conexión con el adentro. Ya no pensamos, ya no discutimos, no discernimos. Todo es lo que dice Google, el todo absoluto. En Google tenés todos los colores del arcoíris sobre un mismo tema, pero después tenés que discernir qué vas a creer sobre lo que leés. Y ahí es donde están los dogmas. Porque no es lo que pasa sino los lentes con los que mirás lo que pasa.
¿Por qué el éxito de la película ahora?
Porque la película no es distante. Todo el tiempo se habla de emociones y de sentimientos. El televidente se cae del avión, se caga de frío, se sepulta con el alud, festeja los triunfos y llora las derrotas. Es uno más. Esa unión que se logra, que es energética, no es mental. La película no es mental. La realidad es abstracta y es lineal. Es todo lo que pasa acá en la mente. Pero las emociones son cinco mil veces más potentes que un electroencefalograma. La única fuerza mental es la capacidad de mantener la atención en algo. La perseverancia, la expansión, la disciplina, la táctica. Esa es la fuerza de la mente. El pasado no se puede cambiar, y te hace sentir culpa y pérdidas, y el futuro no se conoce, y produce miedo y angustia. En esos momentos no estás presente. Y en la cordillera, si ibas al pasado, había pérdidas. La familia, la cama. Y en el futuro estaba la muerte.
Vivías el momento.
Me concentraba en vivir un segundo más. Los segundos se hacían minutos y los minutos, horas. Y las horas se hacían días. Si el primer día nos hubieran dicho que íbamos a estar ahí setenta y tres días, nos hubiéramos muerto al otro día. Y aprendimos, con ensayo y error, que si te proyectabas más de veinticuatro horas, tu energía se disipaba. Si te concentrabas en estar atento, permeable y receptivo, en ver si tus pies se enfriaban a no, en estar atento a los receptores, entonces sabías que si te dormías, el otro se moría. Nadie durmió en esos setenta y tres días.
Vigilia constante.
Eso te cargaba. Yo me duermo cuando estoy cansado, cuando el semáforo se pone en rojo. Y cuando se pone verde me despierto. Me quedó ese reflejo, del fusible que salta. La película no solo es buena porque el director es un genio en todo lo que transmite, sino porque también hoy, en el mundo actual, hay un vacío espiritual terrible.
Poco sentimiento.
Queremos todo ya. Apretás un botón y adelgazás en dos días. Todo es ya. Repetís tres frases y ya sos Buda. Y todos dan clase, y no saben ni cómo se llaman. Hoy la gente es una maqueta disfrazada de cosas, representando personajes huecos que compran la aceptación de la gente. Los like, los me gusta. De un modo la sociedad de consumo, que vende una necesidad y luego la satisface, agarró un poder muy grande por medio de las redes y los smartphones. Los tipos están todo el día consumiendo, y la mente la tienen apagada. Son adictos a la imagen, y no hay nada. No piensan, no sienten. No tienen ningún pensamiento propio. Son como la película The Wall, donde iban caminando y se caían. Una fotocopia perfecta de lo que hay que decir y lo que hay que hacer. Es famoso el que tiene más seguidores. El Gran Hermano. Mis hijos lo miran. ¿Qué me importa lo que diga ese gordo? No me importa lo que sea, pero no tengo tiempo para un mundo ficticio, para un juego donde todo es mentira.
Y la gente se engancha con eso.
Entonces hoy, cuando ven algo tan fuerte, tan crudo, tan real, donde se ve que el ser humano tiene una capacidad ilimitada, se preguntan si son Superman. No, somos seres humanos ordinarios, comunes y corrientes, que tuvimos la oportunidad, sin pedirla, de aprender que los imposibles no existen. Las cosas posibles demoran un rato, y las imposible un ratito más. Pero para eso tengo que aceptar la transformación interior, y el desafío de la vida, y es que primero tenés que querer, y luego creer, y luego hacer. Sin excusas. En la cordillera construimos una sociedad solidaria, donde los bienes pertenecían a la comunidad. Éramos el universo, no existía nadie más que nosotros. Éramos cuarenta y cinco, veintisiete, dieciséis. Y el único objetivo era sobrevivir, y no yo, sino todos. No se podía morir nadie. Por eso no se murió François. Ni una sola persona se murió de frío en los setenta y tres días. Y nadie entiende cómo no tuvimos a nadie con gangrena de oreja, de nariz, de dedos. Fue porque cada uno cuidaba el cuerpo del otro. Mis sentidos estaban concentrados en cuidar al otro, y los del otro en cuidarme a mí. Necesitábamos estufitas de treinta y siete grados, todos amontonados. Poníamos para arriba los asientos, que eran de tela, y respirábamos abajo, creando un microclima.
¿Cómo era Numa Turcatti?
Turcatti era un caballero, que no hablaba, que era estoico, buen tipo, buen amigo, jugador de fútbol, y que nos conocía por la amistad con el Seminario. Pero no era del club. Por esto Bayona tuvo la brillante idea de elegir un outsider para que le cuente al público quiénes eran los que él no conocía, para que el espectador vaya entendiendo. Esa es la genialidad. Si no, no da para explicar todo. En la primera expedición llevábamos mocasines de cuero, suelas de cuero, medias de nailon, pantalón de tela, una camisa, un buzo rapiñado de alguno que se había muerto, un blazer azul, sin guantes, sin lentes, sin bastones, sin cuerda y sin sobre de dormir. Desde abajo veíamos la cima de la montaña. El problema es que en la montaña el lejos es cerca, y el cerca es lejos, porque no hay escala humana. Lo único que te permite ver la distancia es la escala humana. El blanco es todo igual, y es como un farol que te encandila. Parece que son cien metros y son dos kilómetros, porque te metés en algo tridimensional que pierde profundidad. Era todo hielo, un glaciar de tres mil años llamado Valle de las Lágrimas, donde nunca había pisado un hombre. No había ningún ser vivo, no había ni líquenes. Los únicos que estaban en el lugar equivocado éramos nosotros.
Claro.
Fuimos a molestar a la montaña. La montaña nunca tuvo a nadie y caímos nosotros. Todos se mueren en un día, pero nosotros no nos morimos. No nos morimos, primero, porque no sabíamos que te morías congelado. Y como no sabíamos que la gente se moría congelada, nos cagamos a piñas y no nos quedamos quietos. En la charla que doy sobre los soldados cuento que los tipos se murieron a ciento cincuenta metros de altura, con botas de goma, medias de montaña, cuarenta kilos de equipaje y comida. Caminaron doce kilómetros y en menos de doce horas murió más del 60%, al nivel del mar, porque los agarró una tormenta de nieve de doce horas. Nosotros estuvimos setenta y tres días, tuvimos mil tormentas, avalanchas, no teníamos comida y no teníamos ropa, y no murió una sola persona de frío. ¿El frío te mata, o te mata tu creencia? Si vos aflojás, te morís. Aprendimos que quedarse quieto era morir. Mirabas un muerto y decías: “¡Qué afortunado que soy!, estoy vivo, él se estaba riendo y ahora está muerto”. Si estás vivo, tenés que dignificar la vida. El que se murió no existe más, era mesa, era banco, era pared.
Había que abstraerse de eso.
Nosotros nos alimentamos de comida. Nadie sabía quién era, más que los cuatro que estaban en esa tarea. Se cortaba y se repartía en la bandejita, el mismo pedacito para todos. Y eso hizo que sobreviviéramos un día, cuatro días. Nos organizamos. Tapiar el avión, para que no entrara una sola ráfaga de viento helado. Páez era el tapiador oficial. Yo era el médico con tres meses en medicina. Canessa, lo mismo. Ya había visto un cadáver, y lo había tocado.
En definitiva, lo que los hizo sobrevivir fue el espíritu de cuerpo.
Pero nosotros ya éramos un equipo. Vivíamos en el mismo barrio, íbamos al mismo colegio, teníamos la misma religión y jugábamos al mismo deporte. El deporte que jugábamos era el rugby. Para nosotros el capitán siempre tiene la razón, y hay uno solo que habla. Marcelo Pérez del Castillo pasó a ser el capitán, y el resto se callaba. Estábamos en sintonía. No éramos un grupo heterogéneo. En el rugby todos sirven para algo, el gordo, el flaco, el alto, el petizo, el rápido y el lento. En la cordillera, también. Todos eran únicos e insustituibles en su función, como yo para que no se muriera Bobby François. Todos eran vitales para que no se muriera el que estaba enfrente. Y para hacer cosas. Con Canessa fuimos médicos y expedicionarios. En esa expedición nos congelamos toda la noche. A las cuatro de la tarde allá estaba la cima, pero no podíamos movernos porque se nos habían congelado los pies. Miramos para abajo y no se distinguía el avión de una roca.
No se veía.
Confirmamos que la teoría de Marcelo, de que nos iban a ver de arriba, no iba a funcionar. Teníamos tres opciones. Una era dejarnos caer, volver al avión y morirnos todos mirándonos a la cara. La segunda era entregarse, no moverte más e irte congelando de afuera hacia adentro. En una hora te transformás en una estalactita. Cuando veías que no te podías mover más, le pedías a otro que saltara arriba tuyo con las rodillas en los muslos, en los glúteos, en el pecho, para producir edema y vasodilatación. Y cuando yo me recuperaba, te hacía lo mismo. Toda la noche cagándonos a piñas, saltando con las rodillas, hasta que al final quedábamos totalmente exhaustos. Ahí aprendí que la noche y la oscuridad se diferencian en que la oscuridad es eterna. Es la falta de fe, de esperanza. Pero la noche termina cuando sale el sol. Lo tercero era dignificar la vida y hacer el último esfuerzo para tratar de llegar. Mirá las cosas que inventábamos.
Es el instinto de supervivencia que surge.
Porque teníamos la mente enfocada en vivir. No queríamos morir. Morir era muy fácil. Lo antinatural era vivir. Vivir era la soberbia, la arrogancia. Es como pelear quince rounds con Mike Tyson. Si te pega una piña al primer round, te caés al piso y no te querés levantar más, porque te va a cagar a palos. Pero te levantabas, y no para que te caguen a palos. Vivir era sufrir, pero sufrir era no entregarse, tener la ilusión de que valía la pena atravesar ese dolor, porque mañana ibas a estar mejor.
¿Y que pasó?
Al otro día, cuando salió el sol y me pegó en la cara, a cinco mil metros de altura, vi que nos habíamos salvado con la salida del sol. Cuando nos levantamos, no podíamos movernos. Empezamos a trepar los novecientos metros, y nos caímos arriba de algo que era medio amarillo, que estaba calentito. Era azufre, que tenía dos metros cuadrados. De ahí salía un vapor del volcán, y ahí nos calentamos durante tres horas, los pies, las manos, el cuerpo. No lo podíamos creer. Pero no nos podíamos quedar ahí. Cuando pudimos recomponernos, atacamos la cima de la montaña, y cuando llegamos esperábamos ver verde, la precordillera chilena. Pero había cien kilómetros de nieve para todos lados, hacia Chile, hacia el sur, hacia el norte y hacia Argentina. Y arriba estaba El Sosneado, un volcán de seis mil cuatrocientos metros, que es la montaña más alta. Nosotros pensábamos que estábamos en Chile. De arriba vimos que estábamos en medio de la cordillera. Hicimos un pacto de no decirle nada a nadie, para que no se deprimieran, con Numa y Maspons. Cuando empezamos a bajar, a los quinientos metros vemos dónde estaba clavada la hélice, en una roca, donde se clavó el ala y se partió. Rebotó y cayó para el otro lado. Bajando, a los doscientos metros, encuentro el primer asiento. Lo doy vuelta y encuentro a dos personas todas quemadas por la nafta.No los reconocía, y para saber quiénes eran les busqué los documentos. Me di cuenta quiénes eran, y ahí pensé que tenía que llevarles esos documentos a las viejas, porque nadie más iba a subir ahí arriba. Ahí fue donde me puse la misión de arrancar las cadenas, los relojes, las cédulas, y a esos cinco que estaban ahí arriba les junté las cosas. Las traje en el blazer.
Empezaste a juntar las cosas.
Y a partir de ahí junté absolutamente todo. Y después fui a buscar a los que se habían muerto, porque sabíamos dónde habíamos puesto los cuerpos. Para saber quiénes eran, los tenía que revisar. Todo lo fui juntando, y lo puse en un bolso de deportes. Estuve setenta y tres días juntando. Cuando volví, estuve veintinueve días yendo casa por casa, todos los días, para llevar esos relojes, esas cédulas, y el relato. Nicola perdió al padre y a la madre. Le dije que sus padres habían muerto en el acto. Estaban en la primera fila y se dieron contra la mampara. Había doce tipos con las patas rotas. Fue durísimo, pero en verdad no tuvimos opción. Yo me olvidé. Y cuando veo la película no lo puedo creer, porque la mente tiene una capacidad para tomar distancia.
No te acordás.
Pero cuando te lo muestran… Quedé sin aire. Se me aceleró el corazón. Vi diez minutos, un día que Bayona nos mostró. “¿Pero vos viste lo que es esto? Es un animal”. Había filmado la misma montaña. ¿Viste las fotos reales? Ponen esas fotos, y de repente se mueven, y mi amigo, que estaba muerto, sale caminando. Porque no es que es un actor, son las fotos reales, que las transforman en vivo. Es un genio. Te asusta, es como que venga tu viejo caminando y te diga: “Hola”, mientras mirás una foto de él. Esta es la genialidad que tiene este tipo, y por eso esta película tiene el impacto que está produciendo en el mundo. A muerte luchamos que somos uruguayos, hablamos uruguayo. Vierci fue custodio del idioma. Los Shakers. Todo es uruguayo. La música, el candombe. Nosotros no somos ni mejores ni peores, pero somos uruguayos, un país republicano, democrático, donde el respeto es algo muy importante. En los barrios todo el mundo se conoce, aunque hoy no es como antes. Antes te mandaban a la calle para que te avives. “A este pibe le falta barrio, andá a la esquina”. Ahora salís a la calle y no sabés si volvés. El mundo cambió. Carrasco era un barrio como cualquiera. Había vacas, había comadrejas. Ordeñaban las vacas. Donde yo vivía no había un puto cerco. La bicicleta estaba tirada en el jardín. La leche se dejaba con la plata abajo. Los autos estaban con la llave puesta.
En algunos lugares del interior todavía pasa.
Pero así vivimos. El lechero, el panadero y el policía eran de la familia. Todo el mundo los conocía. Estabas en el carnaval y venía el milico. “Qué te pasa, culo roto”, te decía. “¿Usted está de vivo? Mire que yo a las cuatro estoy de franco y vamos a la playa”. Íbamos cinco tipos con tres policías a la playa. El milico se sacaba la gorra, ponía el bufo, ponía el palo, y te agarrabas a las piñas. Y después terminábamos jugando al fútbol.
Había códigos.
Después se perdió todo. Ese mundo es el que yo todavía rescato, el que Uruguay tiene que recuperar, porque hoy vive con miedo. Si no fuera por el arriero, un tipo que hizo una gauchada, que hizo ciento cincuenta quilómetros para avisar que había encontrado dos personas que no conocía. Nosotros acá no levantamos a nadie en la calle, porque tenemos miedo. La grieta que se ha armado hoy es de exclusión. Yo empecé en 2008 a trabajar en las cárceles. El otro día hicimos el primer encuentro nacional con ocho cárceles. Yo empecé cuando estaba Bonomi, que escuchó una charla mía y quedó impresionado. Me pidió que diera esa misma charla en la Escuela Nacional de Policía. Después me pidió que fuera al INR. Di charlas para los presos, en La Tablada, en el COMCAR. En La Tablada fui con Pablo Estramín y Tabaré Martínez. Llegué y el comisario me dijo que yo entraba bajo mi responsabilidad. Le dije que no pasaba nada. Entré y vi a los milicos caminando por los pretiles, en un patio gigantesco. Sonó una chicharra y empezaron todos a salir al patio, gritando como locos. Yo estaba contra la pared con mi computadora, un amplificador y un proyector. Vinieron todos corriendo. “Hola, Oreja”, me dijo uno. “¿No te acordás de mí? Soy el Pelado Roldán”, y me explicó que él era el enano que cuando jugábamos al fútbol se subía al árbol y bajaba las pelotas.
El famoso Pelado Roldán.
Me preguntó si iba a dar una charla y si precisaba algo. Le dije que tenía que conectar la computadora. Había un barullo bárbaro, hizo “¡Schiss!”, y se callaron todos. “¡Cacho!, la caja de herramientas”. Ahí tenía todo. En la pared había un enchufe de tres y otro de dos. Agarró los cables y me miró a los ojos como diciendo: “Mirá lo que voy a hacer”. Con una mano agarró el enchufe y con la otra los tres cables. El olor a carne quemada, como la marca de un toro. Soltó, abrió la mano y tenía las grietas. Él hacía eso. “¡Pará, Pelado!”, le dije. “Chiquito, dormí sin frazada”, me respondió. Puso cinta aisladora y me dijo que enchufara. Le pregunté si estaba seguro. “Enchufá”. Y arrancó el proyector, la computadora. Y di la charla. Ese loco, así, manejaba toda la cárcel. La charla duró tres horas. Cuando empecé la charla les dije que quería que supieran que la única diferencia entre ellos y yo es que a ellos los habían descubierto y a mí nunca. Que ellos sabían que eran personas muy eficientes, unos cracks, porque sabían perfectamente lo que tenían que hacer para no estar de vuelta en la cárcel. “Ya sé que son todos inocentes”, les dije, y se cagaron de risa. “¿Ven esos tipos que están sentados ahí?”. Eran los Peirano. José, Dante y Jorge. “Son primos segundos míos. Pregúnteles si son inocentes o no”.
No hay nadie que diga que es culpable.
Después de esa charla venían de a uno a saludarme. El primero, un morocho que medía dos metros. Se me arrimó, se abrió la camisa y tenía una cruz de clavos. Se la arrancó y me dijo que se la había regalado la vieja. La agarré y me dijo: “Gracias por traernos luz a la oscuridad”. Se me arrimó al hombro y se quebró. “Y gracias por darme amor”, me dijo. “Es la primera vez que me dan amor en mi vida. A los seis, me violaron. A los quince, maté al primer tipo. Hace cuarenta años que entro y salgo de esta cárcel. Este es mi hogar, donde paro cuando vuelvo”. Yo lo miraba y pensaba que yo tenía el orto de haber tenido unos padres que me dieron amor. A ese tipo lo habían violado a los seis. Así había arrancado. A partir de eso me dije que yo estaba vivo, que la vida me había dado una segunda oportunidad, que yo estaba acá y que tenía que hacer algo. Son el despojo de la sociedad. La única diferencia, como les dije, es que a mí no me descubrieron. Cuando mis hijos hacen cagadas les digo que si se van a portar mal en el colegio, tienen que hacerlo bien y no te tienen que descubrir. ¿O sos gil? Es para divertirte. Primero, no tenés que hacerle mal a nadie. Joder y portarte mal es parte del proceso natural. Una persona, a los dieciocho, es incendiaria, y a los cuarenta es bombero. Ese es el proceso natural de una persona. Toda la vida fue igual. Las personas que siempre fueron iguales no aprendieron nada.
Claro.
Todos los días son distintos. Yo me voy a acostar mañana, y lo que pensaba que era de una forma, mañana me doy cuenta que no era así. Ves las cosas desde distintas perspectivas. Andá a ver la película cinco veces, y las cinco veces ves cosas distintas. Es la misma película, sí, pero vos no sos el mismo. Ese tipo de cosas, de la percepción, de mirar, de ver, de sentir, es una de las cosas que en la vida me tienen despierto. No soy igual que toda la gente. Y no soy distinto. Pero miro la vida de forma distinta. Miro con atención. Me da lo mismo seas lo que seas, blanco, colorado, comunista. Me da lo mismo. Sos uruguayo. Podemos pensar distinto, pero si pensás distinto y no me lo decís, me estás estafando. Decime, convenceme. Me divierten mucho las polémicas, porque cada uno pone y hacen algo que parece que es ficticio. Así eran los bares siempre, ¿o no? Ahora vas a un bar que está programado, donde te dicen “corte” y discutís, donde defendés una posición y el otro defiende otra. ¿El otro es un hijo de puta? No, piensa distinto. En una radio de Melo tuve un problema.
¿Qué pasó?
Van a un corte y estaban hablando de Bergara. “¿Qué tenés para decir?”. “No, muchachos”, dije. “Yo no tengo nada para decir. El hombre es una persona de bien. Fue ministro, es senador, es candidato a la presidencia. Dijo algo y pidió perdón. No hay más nada para decir. De Carrasco o no, soy uruguayo. No soy ni más ni menos. Es verdad que nací en Carrasco. No me ofende. No me ofendería haber nacido en el Borro, tampoco. Yo no lo defendí, pero no acepté que dijeran que era un hijo de puta porque opinaba. Además, dije que creo que él le estaba hablando a los sectores más extremos del Frente Amplio. “A pesar de que nacieron en Carrasco son uruguayos, y es una historia que…”. ¡Cómo lo putearon!, hasta en arameo… Creo que la obligación que tenemos los uruguayos es sumar. Y este tema no hay que politizarlo. En todos estos años el tiempo y las necesidades te dan la razón, y después la gente sabe si puede confiar. La confianza es lo que genera los resultados. Y en este país hay que volver a construir puentes de confianza.
¿Ves mucha brecha acá?
No hay brecha, pero hoy las redes sociales… Vos vas al estadio, y a un tipo que la mujer lo caga a pedos en su casa, que no puede ni hablar, le grita al juez y lo putea porque por algún lado se tiene que descargar. Es de los que se esconden en el anonimato. Juegan para la tribuna, y entonces son machos, “Agarrame, que le pego”. Un perro chiquito y con cadena le ladra al más grande. Sacale la cadena y ni le ladra. Es comportamiento humano. En las redes la gente se esconde para armar quilombo, se sienten pícaros y machos. No hace bien. Yo estoy en Twitter pero no digo nada. Esto lo dije en una radio, porque un tipo me habló. Lo volvería a decir. ¿Sabés la cantidad de gente que me pregunta por qué lo defendí? No hay que llegar a los extremos. Podés estar de acuerdo o no, pero no es un hijo de puta. Cuando Mirtha Legrand me preguntó qué me parecía tener un presidente terrorista, por Mujica, le dije que había sido electo democráticamente, que había estado preso por sedición y había pagado su condena. El pueblo uruguayo lo eligió presidente. Yo no lo voté, pero hasta el último día va a ser mi presidente. Esa es la democracia. Lo vuelvo a decir a donde sea que vaya. Yo no tengo un presidente terrorista. Tengo un presidente que fue terrorista. Estuvo preso, y se presentó a una elección dentro de las reglas del juego. Mujica tuvo un mérito, y es que cuando vino Chávez y fueron al quincho de Varela, estaba Chávez y decía que íbamos a empezar la revolución del siglo XXI y Mujica le dijo que nosotros ya habíamos pasado por esa etapa y no nos había dado resultado, y que acá la lucha armada no era una opción. Mujica. Entonces, cuando me dicen… Yo viajé con Mujica en un avión.
¿A dónde fueron?
Él iba con Cánepa. Me fui a tomar un café porque no me podía dormir. “¿Qué tal?, Zerbino”, me dijo, tratándome de usted. Él había escuchado una conferencia que yo había dado, a las mujeres del campo, donde estaba su mujer, Lucía. Y escuchó la conferencia que di en el Jubilar cuando él estaba compitiendo con Lacalle para ser presidente. Lo vi en la primera fila, con la mujer. Cuando terminó la conferencia, en la que dije muchas cosas para él y para todos los políticos, dije: “Acá tenemos un aprendiz de presidente, Pepe Mujica, al que voy a invitar para que pase acá arriba y les hable a todos los cajetillas de Carrasco y Pocitos”. Cajetillas, como decían ellos.
Sí, sí.
Todos los que estaban ahí me miraron. Se fue a parar, y pensó que era joda. Le dije que le estaba hablando en serio, que viniera, que me encantaría escucharlo. “Pero eso sí, te quiero decir una cosa”, le dije. “Yo soy del MPP, pero nunca te voté. Soy más pesado que el Pepe”. Todos se cagaron de risa. Y el Pepe vino, se paró al lado mío. Es chiquito así, pero tiene un tórax que es como un barco. Vino y se paró al lado mío. Le di el micrófono. “Bueno”, dijo, “qué les puedo yo decir después de escuchar al compatriota contar todo lo que contó. Lo que podría agregar es que yo, en el fondo del aljibe en donde estaba, en la humedad de mi espalda –todos los días a las cinco de la tarde, me bajaban un balde con galletas–, cuando me movía para el costado, tenía una ranita. Era mi amiga. Y había una rata, a la que yo le tiraba migajas. Ahí aprendí mucho del silencio, de la soledad. Y aprendí a entender que no hay nada que te pueda dañar si estás convencido de lo que estás haciendo. Yo solo tengo gratitud, y en esta oportunidad espero hacer las cosas distintas”. Le pregunté si había terminado, me dijo que sí, le agradecí y pedí un aplauso. Lo aplaudieron. “Pepe”, le dije cuando bajaba la escalera. “Mucho éxito”. Pensó que lo estaba jodiendo. “Mucho éxito, porque el éxito tuyo, si sos presidente, es de todos los uruguayos”. Bajó la escalera y salió, y cuando sale, lo entrevistaron. Le preguntaron a qué había venido, y dijo que a detectar talentos. “Cuando salí me llevé una gran sorpresa. Nunca había estado en el Jubilar y la verdad es que están haciendo una obra maravillosa. Y escuché cosas muy interesantes. Creo que hay que escuchar a todos y hoy acá hay gente que es muy valiosa para el país”. Los cajetillas de Carrasco. Así que él vio cómo lo respeté.
¿Volviste a verlo?
Otro día jugábamos las eliminatorias de Mundial contra Rusia. Llamé a Presidencia y me atendió María. Me dijo que me admiraba, y que Pepe me quería mucho. Le dije que quería hablar con él y que le dijera que me llamara, que tenía algo importante para decirle. A las dos horas me llama su edecán, Muñoz: “Zerbino, estoy acá con el presidente”. Hablé con Pepe. Le pregunté si él era el presidente del Uruguay, y me dijo que sí. “Tenemos un partido de rugby contra casa matriz”, le dije, y me preguntó qué era casa matriz. “Rusia”, le expliqué. “¿No es tu casa matriz?”. Le dije que quería que él fuera a hinchar por Uruguay. “Mirá que sos pícaro”, me dijo. Le dije que me parecía interesante, que íbamos a estar concentrando en el Cottage, que podía venir a almorzar o en la noche. “Dejame ver y te cuento”, me dijo. Después me llamó el edecán. Estaban volviendo de Las Piedras y nosotros estábamos en el Cottage. Vino y almorzó con nosotros. Cuando terminamos, se para y dice: “Bueno, muchachos, ustedes van a jugar contra Rusia, una potencia mundial, yo vengo acá a alentarlos para que ganen. Y no es mi casa matriz. Mi casa matriz es el Uruguay. El pícaro de Zerbino me tiró una broma, pero estoy acá como presidente de todos los uruguayos”.
¿Fue al partido?
Vino al estadio, con dieciséis mil personas. Estaba lleno, lleno. La semana anterior en un partido de básquetbol habían matado a un tipo de un tiro. Terminó el partido y nos clasificamos. Entró toda la gente a la cancha. No había policías. Todo el mundo respetaba. A los rusos les hicieron un túnel, y festejaron en el tercer tiempo. Fueron los ocasionales adversarios, pero sin ninguna rivalidad. Eso es una cosa que tiene el rugby, el otro es un ocasional adversario. No es un enemigo. Me permite mejorar, enfrentarme, entenderlo. Y eso al Pepe le encantó. Bajó conmigo, caminó por la cancha. Había cinco mil personas, como en un concierto de rock. Caminó entre toda la gente. La gente lo saludó, sin molestarlo. Dio toda la vuelta y miró. Descubrió un mundo nuevo. Entiendo que el resentimiento nace cuando la gente no recibe lo mismo que reciben otros. ¿Cuál es el deporte nacional en Uruguay? La queja. Putear, criticar. Cuando fundé Rugby Sin Fronteras, una de las cosas que hicimos por el mundo era el “Yo respeto”. Yo nunca respetaba. Los semáforos en rojo eran verdes para mí. Cuando empecé con la campaña frenaba en los semáforos en rojo, porque mis hijos me veían en televisión diciendo: “Yo respeto”. No es que “hay que respetar”, sino que “yo tengo que respetar”. Yo decido respetar. Es una decisión. Yo había decidido ser rebelde y no respetar nada, hasta que me di cuenta que con las reglas, si las respetás, es mucho mejor.
¿Por qué largaste la medicina? ¿No te convenció?
Sí, me convenció. Volví de la cordillera en diciembre, y perdí tres meses. Arrancó el año y Pablo Carlevaro firmó un decreto por el cual el curso que yo había perdido lo podía recuperar. Su hijo, Pablito Carlevaro, era compañero mío. No lo hizo para beneficiarme, sino por sentido común. El ciclo básico era pedorro. Vino el golpe de Estado. Se cierra la Facultad de Medicina durante dos años. Medicina, Química e Ingeniería. Todas las otras arrancaron antes. Cuando arranca, arrancó con Gonzalo Fernández de decano. Yo tenía barba, y cuando ibas a cualquier facultad, si tenías barba, eras tupa o comunista. Y te hacían cortar el pelo. Estuve seis meses empujando al portero, sin cortarme el pelo. Un día estaba en Anatomía, entra el buchón con los milicos. Me pidió que lo acompañara. “¿Quién? ¿Yo?”. “Sí”. Me subieron a la chanchita, y me llevaron derechito al Cilindro. Ahí entrabas y había cincuenta peluqueros que rapaban a todos. Cuando estaba en la fila, por llegar, le pregunté: “Flaco, ¿vos tenés madre, tenés hermana? ¿Se tiñen el pelo, se lo cortan? Yo tengo esta barbita tipo Che, que era lampiño y me creció en los Andes, ¿Por qué me la voy a afeitar?” Me dijo que él no tenía nada que ver, que a él le decían que tenía que afeitar y él afeitaba. Cuando me va a afeitar me preguntó que cómo era aquello que había dicho de los Andes. Le dije que la barba me había crecido en los Andes y no me la quería cortar.
¿Qué hizo?
Me miró, y me preguntó si yo era un sobreviviente de los Andes. Me dijo que si era sobreviviente de los Andes, entonces no me afeitaba, que arrancara. Y me soltó. Al otro día volví a la facultad con todos los pelados, pero con barba. Y el tipo me mira. “No ves que sos un botón”, le respondí. “¿Los milicos me dejan y vos no me dejás entrar? No seas tarado”. A las tres semanas me vino a buscar Garbino y me llevaron al decano que era muy petizo. “Dígame una cosa”, me dijo, “¿Usted es comunista?”. Le respondí que qué le importaba. “Todos estos que están acá son todos comunistas, tupamaros”, me decía. “¿Y? ¿Para qué me llama?”. Me muestra una carpeta y dice: “Esto está firmado por Carlevaro, decano comunista.” “No, Pablo Carlevaro era anarquista”. “Es lo mismo”. “No, no es lo mismo”. “Encima que lo dejo venir a estudiar…”. “Usted no me deja venir a estudiar, es la Constitución del país la que me autoriza”. “Usted es un atrevido”. “Atrevido es usted”. Y me cruzó con la fusta. Lo agarré del cogote y lo subí arriba de un perchero, y lo colgué. Se me vinieron los milicos. Lo tenía ahí arriba al enano. Dije que, si me tocaban, lo soltaba y se rompía todo. Se corrieron un metro y lo bajé. Abrí la puerta y salí por la escalera hasta mi moto, una Triumph 500 azul. Me subí, la prendí y me fui a Carrasco. Me fui a la casa de una novia, y me dijo que mi viejo me estaba buscando, que estaba muy preocupado, que había un lío bárbaro conmigo. Le dije que ya lo sabía.
No era para menos.
Lo llamé a papá al estudio y me dijo que lo había llamado Fernando Muxi, grado cinco de la Facultad de Medicina, y también Caldeiro, grado de cinco de Perinatología, y Ruiz Liard, porque el decano había pedido mi destitución de la facultad. Fernando Muxi, Caldeiro y otros tres dijeron que no, que ellos querían que fuera yo para explicar qué había pasado, porque tenían que escuchar la otra parte. Le dije a mi padre que yo no pisaba nunca más la Facultad de Medicina hasta que se fuera ese hijo de puta. Durante toda la dictadura ese tipo fue el decano. Cuando volvió la democracia, fui a bedelía a inscribirme. Hice seis años. Cuando terminé, venía el internado obligatorio, con dos años en el interior. A uno del laboratorio le dije que iba a ir a estudiar medicina. Me dijo: “Mirá, chiquito, que la representación de Merck te la dimos a ti. Si vos te vas…”.
Fuiste.
Chau. Entonces me dije que no, que yo podía hacer lo mismo sin ser médico. Como no podía hacer las dos cosas, seguí trabajando en farmacéutica con capacitación continua, dando un servicio de otra manera, con mutualistas que estaban fundidas, peleando para que les dieran crédito, armando instrumentos para que salieran adelante. Daniel Garat me ayudó mucho, y también Dalto, que era el gerente de ALN. También Birenbaum. Tratamos de ser parte de la solución a los problemas. Desde mi lugar, hice una cantidad de cosas, y las he seguido haciendo hasta ahora. Estoy porque sé que Merck y Cibeles ha crecido tanto que sé que el día que yo no esté nos pegan una patada y se acaba, y hay muchas familias que dependen de eso. ¿Sabés lo feliz que sería pescando, haciendo otra cosa? Pero tengo un liderazgo, me respetan. No politizo los temas. Nos sentamos en el Ministerio y hablan los técnicos. Hicimos la primera ley en el mundo de patentes acordadas entre las dos cámaras, nacional e internacional. Las multinacionales me querían matar, porque fue una ley única acordada.
Algo muy excepcional, ¿no?
La votó Astori, la votó Mujica. A Mujica le expliqué que el Uruguay tiene tres millones de personas y que en el mundo son ocho mil quinientos millones, y que tenemos que pensar en venderles investigación y desarrollo, no solamente lana. Los países son ricos porque investigan. Hoy China es el dueño del 70% de las patentes de invención del mundo. Antes eran Estados Unidos con el 30%, Europa con el 25% y Japón con otro tanto. Hoy China solo tiene más del 70%. El mundo cambió. Y nosotros tenemos que cambiar. Uruguay tiene el Instituto Pasteur y está patentando en Francia y en Estados Unidos. Lo que hicimos nosotros con el Covid fue mostrarle al mundo que pudimos generar todos los kits, cosa que en otros lados no se podía hacer. Uruguay lo hizo solo, y se abasteció. Cuando toda la ciencia y el GACH trabajaron unidos, sin preguntar el partido político, ahí demostramos que, si se trabaja juntos, se logran cosas importantes. Las grietas son para la tribuna. Por eso cuando veo que Sanguinetti y Mujica se abrazan y sacan un libro juntos, cuando a un acto van cinco expresidentes, veo que este país tiene una institucionalidad. Se podrá discrepar, pero en los grandes temas están todos alineados. Del señor Kirchner dicen que rompió la televisión cuando el problema de las pasteras, cuando se reunió Tabaré Vázquez con Lacalle y con Mujica. “Me está traicionando”, dijo, “Yo le llevé ciento cincuenta mil tipos a votar”. Pero no era contra él, sino en defensa del Uruguay. Estábamos perdiendo la autonomía, nos estaban poniendo reglas de afuera. Eso es algo que en Uruguay es un valor que tenemos que aprovechar y consolidar. Lo hicimos en la ciencia, lo hicimos con el GACH y con muchos temas importantes. Tenemos que volver a hacerlo. Y trabajar juntos, Orsi con Delgado y con Carolina. Con el que sea. Con Manini, que fue comandante en jefe de Mujica y del que Huidobro decía que era el tipo más confiable que había. Después la cosa se pudrió por un problema interno que no sé cómo es, y pasó a ser el malo de la película. Los malos fueron hace cuarenta, cincuenta años. En todos lados hay malos, que no se bajan del caballo y siguen tirando piedras. Hay que juntarnos todos.
¿Ves viable eso, políticamente? ¿Es factible lograrlo?
Ana Olivera, intendenta de Montevideo, era del Partido Comunista. Ella firmó el acuerdo de cesión del Charrúa para el rugby. Un día, cinco años después, cuando ya no era intendenta, la trajimos para que viera que lo que ella había hecho había dado sus frutos. Le agradecimos, y lo reconocimos públicamente. Nos dijo que esa era una de las satisfacciones más grandes de su vida, “Porque no sabés lo que me putearon”. Se daba cuenta que esto es buenísimo para el país. Primero, sacaron este centro de corrupción y drogadictos que estaba acá. Era un gueto, y hoy es algo increíble, donde está practicando la selección de fútbol femenino. De mañana estuvieron los rugbiers y ahora vienen de vuelta. Ayer jugaron un partido por la Libertadores. Esto es el Uruguay, esto tiene que ser el Uruguay. No me parece mal que Carlos Páez vaya a hablar a un acto de Orsi. Lo que me parece mal es que ponga una foto del accidente de los Andes. Eso no se puede politizar. Es de todos. En la cordillera había del Partido Colorado, del Partido Nacional y del Frente Amplio. Hacíamos elecciones en joda, para ver quién ganaba. En la cordillera ganó Wilson, en esa época.
Vos eras wilsonista.
Hasta que murió. Después no lo fui más. Pero fui wilsonista del MUN, y el amigo mío, Álvaro Villar, compañero de clase mío, que era cuadro del Partido Comunista. El otro era Marcos Carámbula. Grandes amigos. Cuando me acusaron de comunista en la facultad, fui a la primera reunión de la Agrupación 14 de Agosto, y estaban Villar y Carámbula. Les dije que iba a militar con ellos, porque me habían echado de la facultad acusado de comunista, y que yo no lo había desmentido, así que quería saber qué era lo que decían. Iba a todas las reuniones. Se cagaban de risa. Lo peor es que me escuchaban y muchas cosas las hicimos de común acuerdo. “Gustavo Zerbino”, decía Villar, “blanco como costilla de bagual, milita en la 14 de Agosto y es integrante de la FEUU”. Era verdad. Fui porque quería saber lo que decían. Me quedaba hasta el final. Lo que sí reconozco es que eran pragmáticos. Si te ibas, marchabas, porque votaban lo que querían. Pero si te quedabas hasta el final y discrepabas con tus ideas, muchas veces logré convencerlos. Y otras veces me lograron convencer ellos. Pero nunca fui comunista. Me habían echado por no desmentirlos, así que fui a escuchar de qué hablaban.
Vos defendés siempre mucho al Uruguay.
Soy un uruguayo orgulloso de ser uruguayo. Para mí es el mejor país que hay en el mundo, pero por afane. La escala humana. Las cosas se discuten. En Argentina o en otros países hay impunidad. Acá un vicepresidente dejó de serlo porque dijo que tenía un título que no tenía, y porque se equivocó con las tarjetas de crédito. Hay países donde pasa eso con cientos de miles de millones de dólares y no pasa nada. Acá, el que la caga se va. El pibe que andaba en Presidencia con los pasaportes está en cana. Penadés fue en cana. En otros lados no pasa nada. Se podrá discutir, pero la Justicia es independiente. Acá se aceptan las reglas del juego. Si pitan foul, es foul. No se discuten los fallos. Y eso en otros países no existe. Mujica sacaba una ley que era anticonstitucional, y cuando la Suprema Corte lo señalaba, iba a la papelera. No era como decía Chávez, “exprópiese”, de pesado, sin que pasara nada. Una vez estaba tomando un café con Mujica y me dijo que él a los dieciocho años pensaba que podía llegar al poder por las armas y que si llegaba a ser presidente podía hacer lo que quería, y que ahora era presidente electo democráticamente y no podía hacer nada, que los abogados no lo dejaban, los escribanos, las corporaciones, los sindicatos. La revolución del Estado, nada. La educación, nada. “No me deja ni mi partido. Ser presidente es ser el pelotudo más grande de la Tierra, no podés hacer nada”. Eso me lo dijo Pepe Mujica en un avión. Revolucionario en su juventud, después estuvo en cana, y después fue presidente, y respetó las reglas. Cuando yo digo esto, se calientan. No lo defiendo. Acepto las etapas, pero tenés que reconocer el proceso. Entregó la cinta. Tabaré Vázquez le puso la cinta a Pompita, a ver si me entendés. Cristina se la llevó para su casa. Que pase esto en Uruguay es respeto institucional.
Y eso vale muchísimo.
¡Cómo no va a valer! Acá hay locos, sí. “Juez chorro”, grita uno, y a la tercera se levanta un hincha y le dice que la próxima vez que grite le va a pedir que se retire. Si grita, se tiene que ir. Lo sacan los hinchas de su equipo. Es lo que tienen que hacer en los partidos. Batlle tenía a Michelini bajo el sello de Flores Mora. Eran los fox terrier. Cada partido tiene el que mueve la matraca y el que arma quilombo. Está bien. Pero hasta un nivel. No se puede faltar el respeto, atacar las instituciones. Y los hay en todos lados. Tampoco se puede decir que Luis es un narcotraficante. Esas cosas le hacen muy mal al país, para el afuera.
¿Te sorprendió Lacalle como presidente?
La verdad que sí. Yo lo conozco de chico, conozco a sus padres. Fue al British. Me sorprendió para bien. Superó ampliamente las expectativas. Él, con acciones, nos demostró ser un estadista superior en una cantidad de cosas. Le tirabas una piedra y te devolvía una flor. Maduró mucho. Es como Jorge Batlle, es tercera generación de presidentes. Cuando de chiquito en una mesa escuchás hablar de las discusiones del poder, ya te vas haciendo. Es como dijo un argentino, que contó que cuando volvía de jugar al rugby la madre no le preguntaba si había ganado, sino si había tacleado, si había pasado bien la pelota. La madre era esposa de un jugador de rugby, una mujer de segunda generación. En Uruguay hay una cultura futbolística porque las mujeres acompañaban al padre al estadio. Esa es la cultura que tiene el Uruguay, como Nueva Zelanda la tiene con el rugby. Y acá, aunque cada vez hay menos, hay una cultura, aunque cada vez, en la generalidad, llegan cada vez menos preparados. Personas que no tienen mucha formación. Pero bueno, la sociedad es heterogénea y tiene que haber de todo. Lo que tienen que tener es asesores jurídicos, si no saben. Mujica no sabía de derecho, ni de economía, pero tenía a Astori, y a sus asesores. Esos son los equipos. Hay que trabajar en equipo. Este país tiene gente muy capaz, y tenés que irla a buscar sin preguntarle de qué partido es. El día que pongas a los mejores en el puesto que sea, sin mirar el pelo político, vas a tener una Selección uruguaya de talentos, haciendo políticas de Estado. Y eso es lo que precisa este país. Creo que se puede lograr. Tenés que tener grandeza, humildad. Bajarte del caballo de la soberbia y la arrogancia.
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Alfredo Garcia Nació en Montevideo el 9 de agosto de 1954. Es Licenciado en Historia por la Universidad de Estocolmo, Suecia; que fue su lugar de residencia entre 1975 y 1983. Hizo un postgrado en Marketing y realizó los cursos del Master de Marketing en la Universidad Católica de Montevideo. Trabajó durante veinte años en la industria farmacéutica en el área privada. Su labor como periodista comenzó en los semanarios Opinar y Opción a principios de los ochenta. Participó en 1984 en el periódico Cinco Días clausurado por la dictadura. Miembro del grupo fundador del diario La Hora, integró luego el staff de los semanarios Las Bases y Mate Amargo. Escribió también en las revistas Mediomundo y Latitud 3035. Es el impulsor y Redactor Responsable del Semanario Voces. Publicó el libro Voces junto con Jorge Lauro en el año 2006 y el libro PEPE Coloquios en el año 2009. En el año 2012 publica con Rodolfo Ungerfeld: Ciencia.uy- Charlas con investigadores. En 2014 publica el libro Charlas con Pedro y en 2019 Once Rounds con Lacalle Pou. Todos editados por Editorial Fin de Siglo.