El cineasta griego Yorgos Lanthimos, quien se ha ganado un destacado lugar dentro de la consideración de público y crítica a pesar de contar solamente con cincuenta años, vuelve a seducir a sus incondicionales con una película de particular propuesta estética. “Pobres criaturas”, que tiene once nominaciones al Oscar, es una visualmente atrapante fábula neogótica ambientada en la Inglaterra victoriana, que transmite un mensaje adaptado a las nuevas sensibilidades, acorde al discurso actual de un Hollywood empeñado en refundar su otrora conservadora imagen.
Cada tanto, la llamada crítica especializada, término demasiado amplio en una época en la que cualquiera con un nutrido número de seguidores en Internet puede influir sobre el gusto de los demás, descubre algún artista supuestamente transgresor.
Nuevo niño mimado de cierta parte de los analistas cinematográficos, el griego se ha forjado, con tan sólo siete largometrajes -“Pobres criaturas” es el octavo- un público fiel, que ve en él un director visualmente llamativo, de particular impronta narrativa y al mismo tiempo comprometido con el abordaje de ciertas cuestiones trascendentales.
Lanthimos filmó su primer largometraje en 2001, en codirección con su compatriota Lakis Lazopoulos, y su primera obra en solitario en 2005, pero el reconocimiento fuera de su país llegó recién en 2009, con “Canino”, filme surrealista premiado en el Festival de Cannes y en el de Sitges, certámenes europeos que otorgan prestigio a cualquier realizador que pretenda ser tomado en serio artísticamente.
En el año 2011, el ateniense estrenó “Alps”, un drama psicológico que analiza el concepto del duelo y la aceptación de la pérdida en el marco de una sociedad distópica, mixturando elementos de distintos géneros y corrientes cinematográficas, Esta obra le valió un par de galardones más, en el Festival de Venecia y en el de Sidney, y contribuyó a seguir cimentando su fama, a pesar de que aún no se había convertido en un director tan reconocido fuera de Europa.
Su definitivo salto al cine de industria y al beneplácito de Hollywood, llegó en 2015 con “La langosta”, obra de distribución internacional protagonizada por reconocidas estrellas de la talla de Colin Farrel y Rachel Weisz.
Con su impronta transgresora algo contenida para no apartarse demasiado del discurso políticamente correcto, Lanthimos, sin embargo, suele atraer a los cinéfilos con su hábil manejo de la fotografía, su estudiada “rareza” y su visión cuestionadora del sistema, pero sin llegar a escandalizar a la industria.
En el 2017, el realizador estrenó “El sacrificio de un ciervo sagrado”, una suerte de ensayo que reinterpreta el mito de Ifigenia. Se trata de una película claustrofóbica, protagonizada nuevamente por Colin Farrel y con la incorporación de la talentosa Nicole Kidman, que radiografía despiadadamente a las clases altas, con reminiscencias que remiten a Buñuel y a Pier Paolo Pasolini.
Al año siguiente, con la magistral “La favorita”, el cineasta logró un importante reconocimiento de público y crítica, varias nominaciones al Oscar y la obtención del preciado galardón por parte de la brillante Olivia Colman.
Ambientada en el siglo dieciocho, es una ácida comedia de humor negro, con atinados apuntes dramáticos y políticos, que narra la lucha de poder entre tres mujeres fuertes y ambiciosas, la Reina Ana, su amante y una de sus cortesanas.
“Pobres criaturas”, la nueva película de moda del realizador europeo, retoma el mito literario-cinematográfico del Doctor Frankenstein y su torturada creación, y lo reinterpreta en clave feminista, a lo siglo veintiuno. Para ello, se vale de múltiples influencias, como el cine de terror de los años treinta, el retorcido neogótico de Tim Burton, y una estética deudora de los estudios Hammer, responsables de la segunda época dorada del género de terror, entre las décadas del cincuenta y setenta del pasado siglo.
“Pobres criaturas” narra la historia de una mujer a la cual un científico demente le trasplantó el cerebro de un feto, y de cómo este extraño ser descubre el mundo y logra emanciparse en una sociedad asfixiantemente machista.
La subyugante ambientación, por momentos el uso de las imágenes generadas por computadora puede resultar agotador, la cuidada paleta de colores que va variando según las peripecias de la vida de la protagonista, un Willem Dafoe siempre adecuado y una soberbia actuación de Emma Stone, firme candidata a su segunda estatuilla dorada, coadyuvan al seductor atractivo de una historia de humor negro con tintes reflexivos.
Lo que se esconde, aunque resulte demasiado evidente, detrás de toda esa parafernalia visual, actoral, de homenajes y abundantes referencias a películas y libros prestigiosos, es un mensaje feminista que por momentos se queda en lo superficial bordeando el panfleto, aunque procure homenajear a aquel feminismo de fines del siglo dieciocho, cuya figura más importante fue la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft, madre de la autora de “Frankenstein”.
La protagonista, que posee el cerebro de una niña pero el cuerpo de una adulta, descubre lentamente el mundo y comienza a liberarse, escapando al control de los hombres que la rodean, en una sociedad en la cual las mujeres son mayormente inteligentes, cultas y liberadas y los hombres autoritarios, manipuladores, reprimidos, emocionalmente perturbados y violentos.
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