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Identidades enjauladas

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Todo por culpa de ella, obra de Andrei Ivanov dirigida por Graciela Escuder, se estrenó en la Sala Cero de El Galpón en el año 2016. La decisión de reestrenarla en el contexto actual, luego de meses de confinamiento voluntario y de que el teatro estuviera casi prohibido en las salas convencionales, parece particularmente acertada. Pero no tanto por la posibilidad de que el elenco interactúe a distancia, como lo planteaban los protocolos iniciales, sino porque la obra se detiene centralmente en el vínculo virtual, vía redes sociales, entre las personas. Si de algo se ha discutido en estos meses es de la capacidad de la tecnología para que gran parte de las actividades que se realizaban presencialmente se reformularan en el nuevo contexto. Y esto ha potenciado procesos ya iniciados, como la incapacidad para comunicarse “face to face” y el encierro por propia voluntad, dejando que la interacción con el mundo se realice mediante mecanismos tecnológicos. Por eso resulta tan sugestiva la primera escena de la obra, cuando la madre, enojada porque su hijo desprecia un regalo (un loro enjaulado) intenta deshacerse de él. “Abro la jaula, el loro que no para de chillar, lo zarandeo, pero se resiste, se aferra a la jaula…” Casi como una metáfora de la forma en que Ivanov parece entender algunas situaciones contemporáneas, con personas aferradas a sus zonas de confort, a sus jaulas virtuales. Y si esto era observable hace pocos años, hoy, luego de la pandemia, parece haberse exacerbado al extremo.

El eje de Todo por culpa de ella es el vínculo entre una madre, viuda, y su hijo adolescente. Los dos personajes se refieren en el transcurso de la obra al padre que no está, pero recordando las mismas escenas del pasado queda expuesta la diferencia entre como las recuerdan o recrean en el presente. Y es que la desconexión entre madre e hijo es propuesta al espectador en gran medida a partir de relatos contrapuestos del mismo hecho. La forma radicalmente distinta en que los personajes experimentan las mismas situaciones, cada uno desde su ángulo, va jalonando la distancia entre ellos. No deja de ser sugestivo que los relatos que cada uno de ellos realiza de esas situaciones contrapuestas las realicen a terceros pero desde sus respectivos espacios hogareños mediante aparatos tecnológicos (celulares o computadoras). En realidad ambos personajes aparecen enjaulados. Ella solo sale a trabajar. Él solo al liceo y a alguna aventura nocturna. El resto del tiempo están encerrados en su espacio doméstico.

Es claro que esta situación de incomunicación, en realidad bastante típica cuando hay hijos adolescentes, preocupa particularmente a la madre. Las dudas sobre sobre posibles adicciones o los prejuicios acerca de su orientación sexual la llevan a tomar una decisión: crear un perfil de facebook desde el cual comunicarse con su hijo. Desde ese momento la obra tomo otros derroteros.

Antes de poner foco en Toffy, el personaje que crea la madre, es interesante detenerse en Cuervo Tower, el del hijo, porque aquí naturalmente se propone una proyección de la personalidad del muchacho en las redes sociales. La decisión de Graciela Escuder de que sean dos actores y dos actrices quienes trabajen en este espectáculo potencia las diferencias entre los personajes reales y los virtuales. Primero vemos al hijo, nos acostumbramos a él, y luego vemos la proyección de sí mismo que él realiza en las redes, una proyección mucho más oscura y estilizada. Ya de por sí esa forma de proyectar la personalidad “ideal”, aunque  no haya intención se falsearla, es parte de esta nueva realidad de identidades múltiples en la que estamos inmersos en nuestro tiempo. Pero esta posibilidad se vuelve crítica ante la práctica desleal, aunque bien intencionada, de la madre. Y esto puede ser una alerta para quienes no hayan pensado en la cantidad de personajes falsos que circulan en las redes. Porque ahora sí Toffy es una criatura que, aunque virtual, opera en la “realidad” del muchacho que empieza a establecer un vínculo afectivo. Independientemente de la historia particular que se narra en este espectáculo, es interesante la reflexión acerca de las identidades múltiples y la posibilidad de intervenir en los afectos de las personas reales desde el mundo virtual.

Para que esa interacción entre mundo virtual y realidad se materialice en el escenario es particularmente relevante el diseño de la escenografía (Jorge Soto), con dos andamios detrás de los escritorios de la madre y el hijo. De esa forma podemos presenciar en simultáneo la comunicación entre Cuervo y Toffy, y cómo estas comunicaciones repercuten en los personajes “reales”. Y a la vez, cuando las criaturas virtuales abandonan sus espacios y empiezan a ocupar el espacio de la madre y el hijo queda claro que la virtualidad está afectándolos. En el desenlace, que se vincula plásticamente a la escena inicial de la salida obligada de la jaula, opera la ruptura de esa ilusión que ha generado el mundo virtual sobre el real.

Podríamos extendernos en la dependencia de la tecnología, en cómo esta puede modificar nuestros hábitos, pero en realidad esto es algo que ha sucedido siempre con los avances tecnológicos. Seguramente la novedad sea la velocidad con que estos avances se sustituyen unos a otros y estamos siempre acostumbrándonos a ellos. Lo que sí es claro es que la reflexión sobre estos cambios y los peligros que traen, potenciando la incomunicación, son el centro de Todo por culpa de ella.

Solo Victoria González Natero, como Toffy, permanece del elenco que estrenó la obra hace cuatro años. La madre en este caso es interpretada por Alicia Alfonso, el hijo por Andrés Guido y es Enzo Vogrincic el responsable de poner el cuerpo para crear al Cuervo Tower. El elenco en sí se apropia de los personajes con gran capacidad de recorrer los espacios que van delimitando el aislamiento inicial de los personajes y el paulatino acercamiento entre las distintas realidades. Las decisiones de duplicar a los personajes y de multiplicar el espacio en niveles simultáneos, con proyecciones de fondo, hacen que el trabajo de Escuder en la puesta en escena sea particularmente destacado. En ese sentido, si bien se pierde gran parte de la potencia de las actuaciones al pasar de la Sala Cero a la Campodónico, se gana en capacidad de percibir y comprender la puesta en su globalidad. Las entradas se agotan, reserven con tiempo.

Todo por culpa de ella. Autor: Andrei Ivanov. Dirección: Graciela Escuder. Elenco:Alicia Alfonso, Enzo Vogrincic, Andrés Guido, Victoria González Natero.

Funciones: sábados 21:00, domingos 19:00. Sala Campodónico de El Galpón.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.