¿Impotencia? por Hoenir Sarthou
Escribo hoy para personas que sienten impotencia. Gente que percibe que las principales decisiones de nuestra sociedad -las inversiones, los contratos, las leyes, las vacunas- no se toman aquí, no las toman los gobernantes ni los parlamentos. Gente que tiene la fuerte o leve sospecha de que esas decisiones no contemplan un futuro venturoso para ellos y sus descendientes.
Esta descripción no es absoluta. Como en todas las épocas, hay gente con lucidez para ver la realidad y, a la vez, con plasticidad para acomodarse a ella y obtener beneficios. Les basta con reproducir el discurso y la escala de valores de moda, que en una época fue el “Tocan a una y nos tocan a todas”, o “Hay que modernizarse para atraer inversión extranjera”, y ahora es “Nos cuidamos entre todos”. Esa actitud rinde, por ejemplo, en la polìtica, en el periodismo y en la actividad académica.
Otra gente, en cambio, opta por fingir. Aunque la realidad le rompa los ojos, juega a que lo real no es lo que ve, sino otra cosa, que tal vez le gustaría que fuera. Entonces, se enoja con el “Cuquito”, o lo defiende a capa y espada, dice que “hay que derogar la LUC”, o que “hay que defender la LUC”. Gente que está indignada con el anterior o con el actual gobierno. En suma: gente que juega a que el sistema polìtico local sigue siendo la clave de todo lo que ocurre.
Si un efecto esclarecedor ha tenido la pandemia, fue hacer evidente còmo funciona realmente el mundo. Todos hemos visto a la OMS (y a la industria farmacéutica, que está detrás) dictar reglas sobre qué se puede y qué no se puede hacer. Hemos visto al FMI (es decir al sistema financiero global) dar premios y castigos a los gobiernos según su grado de acatamiento a las medidas de encierro y paralización social. También hemos visto a los gobernantes entonar al mismo tiempo el credo de la “nueva normalidad”, fundir sus economìas, encerrar a su gente y firmar como posesos contratos secretos para comprar unas vacunas experimentales y sin garantías, de las que se desconoce el contenido y los efectos.
La pandemia puso en evidencia ese estado de cosas, pero no lo creó. La dependencia de los gobiernos respecto a intereses globales venía de lejos. Basta pensar, por ejemplo, en las leyes de forestación y de zonas francas, que son de 1987, durante el primer gobierno de Julio Marìa Sanguinetti, y en la ley de puertos, que se aprobó poco después, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle de Herrera. A la luz de la información de que ahora disponemos, toda esa legislación era necesaria para los proyectos de inversión, básicamente forestal, que el Banco Mundial promovió y financió en esta región del Globo.
Luego, una serie de contratos y de tratados internacionales de protección de inversiones fueron dando forma a un modelo de país que los uruguayos jamás discutimos ni votamos. Montes del Plata, Botnia (hoy UPM 1), Aratirí y la regasificadora, UPM2 (primer caso de contrato absolutamente leonino, en que Uruguay invierte más que el inversor, entrega agua, territorio y soberanía y no recibe nada a cambio); ahora, en el nuevo gobierno, la ratificaciòn de UPM2, los contratos secretos de compra de vacunas, la entrega del puerto de Montevideo a Katoen Natie y, en el horizonte, un TLC con China, que contendrá con seguridad la entrega de un puerto a la flota china.
Reitero que siempre es posible creer que esas cosas no ocurren, decir y decirse que los malos negocios son casualidad, o consecuencia de tal o cual mal gobierno, y que la pandemia es un problema sanitario circunstancial al que “la ciencia” va a resolver. Así, resulta fácil ensarzarse en las trifulcas partidarias domésticas, discutir si el senador Fulano evadió un tributo o si el Intendente Mengano es coimero. Conozco a mucha gente así. Cuando uno les pregunta “¿Pero vos crees realmente que la situacion actual la decidió el gobierno?”, miran con cara de desconcierto, parecen pensar, pero después sacuden la cabeza y vuelven mecánicamente a su discurso habitual, de ataques o loas al gobierno de turno.
Pero, como les decía, este artículo va dirigido a personas con otra actitud. Personas que ven el grado de dependencia en que vivimos, la forma en que se nos imponen polìticas casi suicidas, la forma en que perdemos el control de nuestro territorio y sus recursos, de nuestra libertad, de nuestra economía y de nuestra legislación.
Hay ciertas formas de la lucidez que lindan con el escepticismo o con el nihilismo. Es la actitud de quien dice: “Todo está perdido; no hay nada que podamos hacer”.
Eso no es cierto. Y la prueba es que el poder económico y el sistema político a su servicio tengan necesidad de mentirnos. Si no tuviésemos ningún poder, no sería neceario engañarnos, asustarnos, dividirnos y confundirnos. Es decir, los mecanismos de control y de manipulación de la información son, paradójicamente, la prueba de que los ciudadanos comunes tenemos una cuota importante de poder latente. Tal que, si nos pusièramos de acuerdo, podríamos obstaculizar, o incluso impedir, algunos de los negocios y compromisos ruinosos que se están asumiendo en nuestro nombre.
Hay en curso un proyecto que nos propone a los ciudadanos comunes retomar una capacidad de control y de decisión que nunca debimos perder. Me refiero a la reforma constitucional Uruguay Soberano, que básicamente tiene por fin regular la contrataciòn del Estado, impidiendo los contratos inconsultos y secretos con los que se está condicionando y endeudando a varias generaciones de uruguayos, incluidas las de nuestros hijos y nietos. Contratos en que el País entrega recursos estratégicos (agua, puertos, tierra, vías férreas, regulación legal, etc.) durante más de cincuenta años, a cambio de prácticamente nada, o de nada declarable, al menos.
La reforma Uruguay Soberano se plebiscitará junto con las elecciones del año 2024, por lo que ahora se está en el proceso de reunir las 300.000 firmas necesarias para hacer posible ese plebiscito. Quien quiera más informacion al respecto, puede encontrarla ingresando al grupo público de Facebook llamado Movimiento Uuguay Soberano.
Uno de los recursos polìticos más tìpicos del poder global es convencernos de su inevitabilidad. La idea es que nada puede hacerse y que debemos resignarnos a vivir en un mundo que no controlaremos, en el que las decisiones se tomarán por criterios económicos y tecnológicos, contra los que nuestra voluntad nada valdrá.
Eso también es mentira. El poder globalizador ha sufrido grandes derrotas, generalmente provenientes de las voluntades populares. Así, en 2004, cuando los intereses globales pretendían aprobar una constitución europea que sometería a las soberanías nacionales, los plebiscitos realizados en Francia y en los Paìses Bajos obligaron a archivar el proyecto. Durante la crisis financiera de 2008, cuando el poder financiero global quería que las sociedades salvaran a sus bancos, los habitantes de Islandia resolvieron no hacer el salvataje y dejar que los bancos se fundieran. Asi se hizo y no pasó nada. Incluso Islandia sufrió menos la crisis que otros paìses que salvaron a sus bancos. Hace menos aun, el pueblo inglés decidió el Brexit en un plebiscito, para indignación de los intereses globalistas, que querían a Inglaterra dentro de la Unión Europea.
En suma, no es cierto que los pueblos carezcan de todo poder de decisión. La idea de que nada puede hacerse es parte fundamental de la estrategia globalizadora, que necesita a las sociedades sumidas en el desaliento y la impotencia.
¿Puede la reforma Uruguay Soberano ser un mecanismo por el que la sociedad uruguaya reivindique su soberanía y su capacidad de decisión?
Sería ingenuo creer que ese efecto depende de cambiar unas frases en un papel. Una reforma constitucional, por iniciativa popular, es mucho más que eso. Es un mensaje que la sociedad envía a los intereses econòmicos externos y a los gobernantes actuales y futuros. El mensaje dice que la sociedad estará políticamente atenta y que controlará lo que se haga con sus recursos y su futuro.
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