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1.400.000.000 PATADAS Por Hoenir Sarthou

1.400.000.000 PATADAS  Por Hoenir Sarthou
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Un viejo chiste, muy gráfico, dice que, si todos los chinos se pusieran de acuerdo para dar una patadita en el suelo al mismo tiempo, sacarían al Planeta de su órbita.

1.400 millones. ¿Les gusta la matemática? Divídanlo por 3 millones y medio. No, no me digan el resultado. Ya hice la cuenta y estoy haciendo terapia. “Complejo de insignificancia”, me dijo el terapeuta.

No hablemos tampoco de extensión territorial, ni de poderío económico y militar, ni de una tradición cultural que duplica fácilmente en antigúedad, no ya a estos andurriales sudamericanos que fueron ocupados por adelantados e inmigrantes analfabetos hace menos de 300 años, sino a la civilización occidental de la que provenimos. Cualquier comparación con Uruguay, también en esos planos, produce vértigo. Por algo China –si no lo es ya- está en acelerado camino a ser la primera potencia mundial.

Aunque Ud.  no lo crea, según nuestro gobierno, esa potencia descomunal está interesada en firmar un tratado de libre comercio con Uruguay. Y la noticia no es de ahora, porque ya se había anunciado durante el pasado gobierno de Tabaré Vázquez.

Tras el primer momento de estupor, uno se pregunta: ¿por qué diablos querria China un tratado de libre comercio con Uruguay? ¿Qué podemos comprarle o venderle que haga alguna cosquilla a la economía China, teniendo en cuenta que todo nuestro mercado apenas equivale al 0,25% (que me corrijan los economistas) del mercado chino?

Obviamente, el interés chino no está en vendernos ni en comprarnos. Hay –tiene que haber- algo mucho más importante.

No es necesario jugar al misterio. Ya en  las tratativas que mantuvo con Vázquez había aflorado el interés del gobierno chino en contar con un puerto, en principio pesquero, en nuestro territorio, es decir, un puerto que le diera a su flota acceso a la parte Sur del Océano Atlantico.

Hace pocos meses vi una foto publicitaria de una empresa pesquera china. La foto mostraba una bahía que parecía muy amplia, y, en ella, a la flota de la empresa. Los barcos cubrían absolutamente toda la bahía, cientos de barcos que se extendian hasta donde diera la vista. Y hablamos de sólo una de las muchas empresas pesqueras chinas.

¿Imaginan lo que significaría el flujo constante de esa enormidad de barcos pesqueros en nuestras aguas territoriales? ¿Y el impacto de sus tripulaciones en la vida social? ¿Y el peso de esas empresas gigantescas en nuestra economía y en nuestras decisiones políticas?

Hay algo aun más extraño en esa propuesta de tratado. Ya sabemos que Brasil, Argentina y muchos países latinamericanos nos odiarán si lo firmamos, por actuar fuera del Mercosur, unos, y el resto por abrirle la puerta del Atlántico a la flota pesquera china. Lo realmente curioso es que no se sepa qué opinará EEUU. ¿No llama la atención que su gobierno guarde silencio sobre la posibilidad de tener un puerto chino en su patio trasero? ¿Habrá en los EEUU intereses que tengan con China algún acuerdo que desconocemos? ¿O  el desmoronamiento de los EEUU como  imperio es mayor incluso de lo que creemos? Dudas que me acosan y no puedo despejar.

Lo inevitable es admitir que la globalización económica, que se inició para nosotros lenta y tardíamente, se ha acelerado a ritmos infartantes.

Hace casi cuatro años se firmó en secreto el contrato ROU-UPM, el primero de los llamados “contratos-ley” por los que las empresas transnacionales se aseguran un privilegio y poder que les garantiza explotar los recursos naturales de un país sin interferencias económicas, tributarias, políticas ni jurídicas del Estado que les permite el ingreso.

Casi cuatro años después de ese primer impacto, Uruguay celebra, uno atrás de otro, acuerdos y contratos que lo endeudan, le hacen perder el control de áreas importantes de la economía y del territorio, y lo comprometen como país durante décadas.

Desde que asumió el actual gobierno, el primer contrato secreto fue el de las vacunas, del que se desconocen precios, condiciones y obigaciones. Luego, también sorpresivamente, la entrega del puerto de Montevideo a la empresa belga Katoen Natie. Y, antes de que se secara la tinta de los decretos del puerto, aparece este gigantesco asunto del tratado con China.

En este caso, el Presidente Lacalle convocó a todos los partidos políticos para informarles la novedad. Parece algo muy garantista. Pero no lo es tanto, habida cuenta de que la casi totalidad de los convocados aprobaron o ratificaron el negocio de UPM2, no indagaron sobre el contrato de las vacunas y no opusieron resistencia efectiva al acuerdo con katoen Natie. De modo que nada garantiza que el interés nacional vaya a ser resguardado en el negocio chino.

Entendámonos:  ya sé que los convocados son los representantes políticos electos por la ciudadanía. No cuestiono la legitimidad de la convocatoria; simplemente, ejerzo el inalienable derecho  a dudar y a cuestionar las decisiones de los representantes políticos. Esa es la otra cara de la democracia, la que permite discrepar sin importar cuán mayoritaria sea una opinión entre los representantes.

La situación actual, en este Uruguay 2021, es que UPM2, aunque tenga semi empantanada la vía,  avanza en la construcción de su planta, con mil privilegios y exoneraciones; se está vacunando a toda la población con sustancias cuya composición desconocemos, bajo la responsabilidad de nadie, a un precio y en condiciones que ignoramos; Katoen Natie se apresta a adueñarse del puerto de Montevideo; y los chinos golpean nuestra puerta ofreciéndonos baratijas,  comprar la celulosa de UPM con exoneraciones y, presumiblemente, pidiendo “de yapa” un puerto.

No se me ocurre una situación en la que la preocupación y la intervención ciudadana fueran más necesarias que en la presente. Porque de ciertas decisiones que se tomarán en los próximos meses y años dependen el tipo de país y el tipo de sociedad que seremos.

Hace ya dos años, cuando se lanzó la iniciativa de reforma constitucional Uruguay Soberano, que se propone regular la contratacion del Estado, recuerdo haber argumentado que la realidad sería la principal promotora de la reforma, porque el modelo global no se contentaría con UPM2, sino que avanzaría en el apoderamiento de nuestros recursos y nuestra soberanía y haría evidente la necesidad de la reforma.

Confieso que en ese momento no creí que lo haría con tanta claridad y empeño. Hoy, 1.400.000.000 potenciales patadas al suelo, entre otras cosas, nos dicen lo contrario.

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