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Inquietante novela de gran impacto emocional Por Martín Imer

Inquietante novela de gran impacto emocional Por Martín Imer
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Admito que mi panorama de escritores contemporáneos es más bien limitado, y caigo en la vieja trampa editorial de los booms del momento, las novelas ‘imperdibles’, los autores que, para bien o para mal, sí o sí hay que leerlos y, más que seres humanos, forman parte de un fenómeno más grande que ellos. Generalmente, trato de alejarme de esas modas, o al menos, advertir si son verdaderamente algo valioso o una estrategia de marketing. En el primer puesto, diré que me encontré con trabajos sensibles y muy bonitos de Elena Ferrante (la saga Dos amigas, que tal vez relataré en otra columna) y Sally Rooney (Gente normal, apasionante drama romántico que se transformaba en un estudio implacable de la soledad y la depresión en la juventud moderna). En el segundo, supongo que pondría todos esos booms de literatura adolescente de Wattpad o ese sub-género, siempre presente pero hoy más popular, de la ficción fantástica con toques de romance, enemigos que se vuelven amantes, y tienen cada vez más y más seguidores que luego recomiendan en cada plataforma posible la última y genial novela de este estilo.
Como les comento, me manejo por parámetros muy estrictos, tal vez porque siempre me interesaron más los libros de cine o los clásicos. Pero encuentro llamativo el ejercicio literario de conseguir y leer al menos uno de los libros de quien gana el Nobel de literatura, ese premio tan prestigioso como mítico, que lleva a sus receptores a otro estatus dentro de su oficio, palabras tal vez más autorizadas que otras. El ejercicio lo comencé hace relativamente poco, y con cierto cuestionamiento interior: ¿Es justo, para mi relación lectora con el autor, el seleccionar un texto aleatorio y juzgarlo sin ningún tipo de contexto? ¿Le estoy dando una oportunidad justa? Tal vez eso fue lo que me pasó con Jon Fosse, ganador del año pasado, con quien empecé con la novela Trilogía al ser el primer libro que salió luego del anuncio del premio. Con expectativas altas empecé la lectura, y no hubo elemento que me despertase muchas ganas de seguir leyendo pasando las primeras páginas de texto que no por corto se volvió menos tedioso.
Y las mismas dudas tuve al conseguir La vegetariana, uno de los dos libros que (por ahora) he visto en librerías locales de la autora surcoreana Han Kang, la más reciente galardonada con el Nobel. De nuevo, el prestigio ante el premio la precede, aunque no exactamente la popularidad, factor común en los recientes ganadores. Y nuevamente, me sedujo la idea de una novela corta, de menos de 200 páginas. El libro cuenta la historia de Yeong-hye, una mujer común y corriente cuya vida transcurre de forma tranquila, sin sobresaltos, junto a su esposo, con quien se casó hace pocos años. Una vida normal que de repente tiene un vuelco: una noche, empieza a tener pesadillas, brutales, sangrientas, y cree que la solución puede encontrarse en dejar de comer carne. Lo que podría ser una decisión tan cotidiana como otras, sin embargo, es totalmente rechazada por sus familiares, quienes quieren obligarla a comer carne, generando así una guerra que comienza a dejar huella en el cuerpo cada vez más debilitado de la protagonista, producto de una dieta cada vez más y más limitada. ¿Qué pudo generar algo así en una persona?
El planteo es llamativo y el tratamiento de la autora inquietante, manejando un sutil crescendo de intensidad dramática producto de la violencia que impera en todo el relato. El cuento se divide en tres puntos de vista que revelan distintas aristas: el primero, el del marido de la protagonista, evidencia un inusitado desprecio totalmente naturalizado (un hombre que admite elegir a una mujer por no tener ‘ningún rasgo que la haga destacar’, o, dicho de otra manera, que le presente un reto a su hombría) que cuestiona el lugar de la mujer en una sociedad arraigada a una cultura patriarcal y de sumisión femenina; el segundo, el del cuñado de Yeong-hye, ahonda también en la sumisión desde un lugar aún más retorcido, explorando las partes más oscuras del deseo sexual masculino y como cualquier atenuante es ignorado por el hombre a fin de cumplir sus fantasías. La tercera parte, protagonizada por la hermana de Yeong-hye y ambientada dos años después de todo lo anterior, es tal vez la más lírica: Kang emparenta las vivencias distintas de estas dos mujeres para reflejar que, más allá de sus diferencias, ambas son víctimas de los mandatos que las obligan a tomar un rol específico en la vida de los otros, el cual deben seguir a rajatabla.
La crónica de la salvaje explosión de la protagonista y el amargo destino que le espera queda grabada en la mente del lector y despierta amargas reflexiones no solo sobre ese universo masculino inflexible y dominante sino también sobre la falta de comunicación y comprensión entre los seres humanos. La violencia, a su vez, es protagonista en los tres segmentos, pero está trabajada de una forma elegante que no resulta sensacionalista o morbosa sino que contribuye a la fuerza del mensaje: la necesidad de un cambio en la relación social entre hombres y mujeres en su país, el cual debe empezar por el reconocimiento colectivo de esa situación.
Abandono el libro con sentimientos intensos que quedan en mi mente, tal vez lo mejor que puede decirse de un libro con estas intenciones. Y me intereso aún más por la obra de esta autora, que me tomó por sorpresa: el otro libro que se encuentra localmente, La clase de griego, también promete sensaciones fuertes. Bienvenido el criterio del Nobel, entonces.

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