Isabel II de Borbón nació en Madrid, en 1830, y murió en París en 1904. Su reinado fue de 1843 hasta 1868, destronada por la llamada “Revolución Gloriosa”. Sobre ella escribió Benito Pérez Galdós, en su libro “La Reina Isabel”, Memoranda, 1906, página 33: «El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano».
Isabel II, reina del Reino Unido y de los miembros de la Mancomunidad de Naciones (reinos, actualmente Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, Bahamas, Belice, Granada, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nieves; más otros cinco países con sus propios monarcas independientes y el resto, treinta y cuatro, son repúblicas), nació con el nombre de Elizabeth Alexandra Mary, y sin posibilidades de ser reina por su posición distante en la línea de sucesión. Esa posibilidad se abrió cuando tu tío, confeso nazi, fue forzado a abdicar, y asumió su padre.
Y aunque esta Isabel podría merecer idéntica caracterización de parte de Benito Pérez Galdós, ser también “la de los tristes destinos”, en realidad mostró y demostró una capacidad increíble para trascender el pesimismo de los analistas sesudos y los políticos oportunistas, ella ha atravesado su tiempo e instaló 15 primeros ministros y fue contemporánea de 14 presidentes de los Estados Unidos. Pero con Lyndon Johnson nunca se reunió, con todos los demás, sí.
La Casa Windsor
Hablemos de esta monarquía, la Windsor. La monarquía inglesa se autoproclama en el 878, con Alfredo el Grande. Fue éste el primer país de Europa en dejar atrás la monarquía absoluta (1689), con la dinastía de los Estuardo, la última del catolicismo. Guillermo de Orange, primer monarca protestante, se juramenta en la Declaración de Derechos (The Bill of Rights) y se obliga a someterse en algunas cuestiones al Parlamento. Luego vendría Ana I de Gran Bretaña (unifica Inglaterra y Escocia), que se apoderó de Gibraltar, Menorca, Terranova y Acadia, y consolida con el Tratado de Utrech (1713).
La monarquía inglesa es una monarquía constitucional, con un gobierno parlamentario. Se puede decir que el rey o la reina del Reino Unido reinan, pero no gobiernan. El gobierno lo ejerce el Parlamento del Reino Unido.
Conviene, pues, marcar una diferencia conceptual: una cosa es una monarquía constitucional, como ésta, y otra muy diferente es una monarquía parlamentaria. En la constitucional, la monarquía reduce su rol a un conjunto de privilegios y un símbolo de una unidad estatal. En cambio, en la parlamentaria el rey es el jefe del Estado y máximo representante político. Sin embargo, la jefatura de gobierno está a cargo del Poder Ejecutivo y su Primer Ministro, que, como jefe de gabinete, actúa en nombre del rey, pero en concordancia con el espíritu democrático y la soberanía popular. Es decir que el cargo de primer ministro es crucial en esta forma de gobierno, porque sobre éste descansa la coordinación política del Estado.
Más debilitado o más firme, el monarca (vitalicio y heredetario) es un intruso en la representación del soberano, un “funcionario” costoso con una familia más costosa aún. Y un beneficio de impunidad increíble: es, lo que en la jerga jurídica, denominan “inviolable”. Es decir, cuenta con garantía constitucional de inmunidad. Y con privilegios increíbles: exonerada del pago de impuestos y además cobra salarios y manutención.
Recién desde 1993, según dicen, Isabel II ha pagado impuestos. Tras un acuerdo firmado en 27 de noviembre de 1992 entre el fisco y Buckingham Palace se estableció que voluntariamente tanto la reina como su heredero, hoy rey Carlos, pagarían cada año al Tesoro británico un 40% (el tipo marginal) de sus ingresos privados, sea cual sea su procedencia. La Lista Civil (el sueldo con que el Parlamento subsidia a la reina como jefa del Estado) quedará exenta de impuestos, igual. que los palacios, cuya propiedad se entiende como pública, y la formidable colección de arte, que será puesta bajo control de una sociedad especial autofinanciada.
Pero los ingleses ignoran qué significa eso en concreto. Porque tampoco fue Isabel la primera en anunciar pagar impuestos voluntariamente. Antes, la Reina Victoria, en el siglo XIX, y Jorge VI, su padre, anunciaron que harían lo mismo, pero no cambiaron la ley. Y todo se limitó a una operación de imagen.
La prensa poco después informaba que la decisión de Isabel obedeció a otras razones; el Castillo de Windsor debía ser refaccionado tras el incendio que empezó con una lámpara y acabó con las cortinas. La primera estimación de reparación y realajamiento fue de decenas de millones de libras.
En estos días, se ha recordado un informe del Congreso británico de 2013 que puntualiza: «La Reina paga “según las normas” impuesto sobre la renta, de forma voluntaria, y también paga un impuesto sobre sucesiones (…) desde abril de 1993». De forma voluntaria significa que no está alcanzada por la norma.
Esa mujer grande, aferrada al poder y a privilegios no democráticos, le ha costado, por lo menos, 118 millones de euros a los contribuyentes británicos en el 2021. Sin considerar los costos de mantenimiento del Palacio de Buckingham, que también en el 2021 ascendió a 96 millones de euros.
Isabel II siempre se limitó a su rol, a consolidar una corona desprestigiada, funcional a un sistema de gobierno cargado de simbolismo y de silencios significativos. Nunca habló de la guerra del Sur del Atlántico, sea Falklands o Malvinas; como tampoco dijo nada de las andanzas de su hijo Andrew y su responsabilidad en la causa Epstein. El New York Times, en su edición del 17 de enero de 2022 informó que un juez federal de Manhattan ordenó continuar la investigación que involucra al príncipe Andrés en la causa Epstein, desde 2015. En silencio, antes que la investigación concluya y aparezca la sentencia, Isabel le despojó de sus títulos militares y “mecenazgos reales”. Tardía y quirúrgicamente, para preservar el reino de Charles. Y a Camila Bowles, la han hecho reina consorte.
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