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Jan Svankmajer y su obra: Ilustres desconocidos

Jan Svankmajer y su obra: Ilustres desconocidos
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El cinéfilo debería aprovechar el escaso material adulto existente en salas para acceder a la obra de un ilustre desconocido, el checo Jan Svankmajer. “El mundo está dividido en dos tipos de personas: aquellas que nunca oyeron de Jan Svankmajer, y los que conocen su obra y saben que al verla chocan con un genio”. La rotunda frase pertenece al crítico Anthony Lane, de The New Yorker, y se refiere a uno de los cineastas menos conocidos de la actualidad. El British Film Institute reeditó tres discos con los 26 cortos de Svankmajer (cinco horas de duración total) más un imperdible material extra de 180 minutos: dos documentales sobre su vida y obra (Las quimeras de Svankmajer, 2001; El gabinete de Jan Svankmajer, 1984) y un primer corto en que diseñó títeres para Emil Radok (Johanes Doktor Faust, 1958). Ese material (más cinco de sus seis largos) se ven libremente en Hawkmenblues.blogspot.com. El cinéfilo podrá acceder entonces, sin gasto alguno, a la valiosa obra de un artista inclasificable: cineasta, dibujante, poeta, escultor, diseñador y ensayista, un verdadero renacentista que debería ser rescatado de un semi anonimato que no merece.

Las razones para ese desconocimiento popular son múltiples. Svankmajer nunca vivió fuera de Praga, donde nació el 4 de setiembre de 1934 en un hogar muy humilde. Allí padeció 55 años de totalitarismo comunista, el cual censuró y prohibió los sectores más revolucionarios de su obra. Incluso la corta duración de sus films conspiró en su contra, porque ese tipo de material no se distribuye comercialmente. Siendo niño asistió por primera vez a una función de títeres, y el impacto de esa experiencia determinaría su futuro. En 1950 ingresó al Instituto de Artes Visuales y en 1954 a la Academia de Arte Dramático, donde se especializó en diseño y dirección de títeres. Sus referencias son claras: Buñuel, Dalí, Miró, Ernst y Arcimboldo, que lo dirigieron a un terreno peligroso, el de ser surrealista en un país comunista.

Svankmajer debutó en cine en 1964 con El último truco, claro homenaje a Méliès, con el aporte del Teatro Negro de Praga, donde dos magos compiten arriba de un escenario en sombras. Fantasía de Bach (1965), un collage de muros agujereados, puertas y ventanas con música de Bach, fue su película más naturalista y pagó tributo al cine del canadiense Norman McLaren. Punch y Judy (1966) marcó un cambio al mostrar dos violentas marionetas luchando hasta la muerte por la posesión de un cobayo, con influencias del corto La mano de Jiri Trnka. El apartamento (1968) en cambio era un kafkiano ejercicio en el que un hombre se veía atrapado en una habitación sin motivo aparente. En Jabberwocky (1971) asomó por primera vez el imaginario infantil, con una niña que lee un poema de Lewis Carroll mientras sus juguetes cobran vida y acosan a un gato real; en El sótano (1983) otra niña intenta sobreponerse a diversas formas de pánico, en medio de mucho suspenso; y Juegos viriles (1988) tomó contacto con el mundo real, el de la violencia en el fútbol, volcando fuertes dosis de humor negro.

El osario (1970) fue una visita al célebre osario Sedlec, levantado sobre los esqueletos de 50.000 víctimas de la peste negra: el horror y la ironía se dan la mano mediante el contraste del montaje de imágenes con una banda sonora alimentada de abundante jazz, lo que motivó un primer problema con el gobierno. El diario de Leonardo (1972) es una animación inspirada en dibujos de Da Vinci (máquinas voladoras en lucha, jinetes, cabezas que gritan) vinculados a imágenes reales extrañamente similares (bombarderos en picada, motociclistas, caras distorsionadas de espectadores de fútbol). Rodar este corto sin permiso oficial le costó al director la prohibición, levantada recién en 1979.

 Dimensiones de diálogo (1982) marcó nuevas rebeldías: son tres episodios con cabezas que conviven y se transforman mediante la fagocitación, donde aplicó técnicas de arte táctil. Fue calificado de “artista degenerado” y las autoridades volvieron a prohibirlo. Caído el comunismo, La muerte del estalinismo en Bohemia (1990) ajustó las cuentas al sistema: un busto de Stalin era diseccionado, y de él surgían imágenes animadas y documentales que contaban la historia checa de 1948 a 1989, logrando un film enteramente visual, un collage en el que antiguos líderes soviéticos convivían con gimnastas y dibujos con crueles y sádicas orgías del siglo 18. Otras culminaciones son Don Juan (1970), filmado con marionetas gigantes por las calles de Praga; El castillo de Otranto (1979), falso documental inspirador de Zelig de Woody Allen; La caída de la Casa Usher (1981), filmada en blanco y negro con actores y efectos especiales, y El pozo, el péndulo y la esperanza (1983), una lucha a muerte entre un hombre y una máquina. A esa lista habría que sumar cuatro de sus seis ambiciosos largos: Alicia (1988), Fausto (1994), Conspiradores del placer (1996) y El pequeño Otik (2000).

En el universo de Svankmajer el grotesco y el terror gótico conviven con la magia, las leyendas infantiles y el psicoanálisis. A partir de esa mezcla su cine es siempre terreno virgen donde se realiza lo irrealizable: cajones devoran personas (y viceversa), ojos caminan por la calle, objetos diversos cobran vida y alternan en forma amenazante con los humanos, personajes infantiles terminan convertidos en delincuentes juveniles. Jan Svankmajer combina animación, personas y trucos, algunos muy sencillos y efectivos, como una oruga representada por un calcetín con un par de botones como ojos y unos dientes postizos. De esa alquimia de imágenes se generó un arte que merece mayor reconocimiento que el obtenido hasta hoy.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".