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Juegos de poder

Juegos de poder
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El juego es un aspecto clave del aprendizaje, niños y niñas “interpretando” los roles adultos en sus juegos paulatinamente “aprenden” a ocuparlos. Es verdad que en muchas de esas actividades lúdicas se imitan ficciones del cine o la televisión, pero basta con prestar un poco de atención para percibir que en los juegos infantiles se transparentan, muchas veces sin filtro alguno, muchos comportamientos que reflejan pensamientos y actitudes de la sociedad adulta, en particular de la familia. No es para nada forzado, entonces, proponer interpretar algunas características de una sociedad dada estudiando los juegos infantiles.

Roma Mahieu es una dramaturga nacida en Polonia en 1937 pero radicada en Argentina desde niña. Escribió su primera obra de teatro en 1975, pero se estrenó en Julio de 1976 bajo el nombre de Juegos a la hora de la siesta luego de descartarse Susana no quiere a Dios. En palabras de la autora la obra es un “discurso sobre lo que la violencia genera en nosotros, toda la violencia, la que deviene de todas las cosas que nuestra sociedad nos endilga”. La decisión de hablar de la violencia a partir de juegos infantiles es más bien una necesidad, como forma de esquivar la censura, pero la potencia de la propuesta tiene consecuencias más allá de esa violencia explícita ejercida desde el estado. Mahieu se basó en los niños que jugaban con sus hijos para escribir la obra, y más allá del traslado a una situación teatral, parte del barrio en que vivía la dejó de saludar al conocer un espectáculo que dejaba entrever el clasismo y la violencia de esa comunidad. La dictadura demoró más tiempo en percibir el potencial “subversivo” de Juegos a la hora de la siesta, y fue a comienzos de 1978, mientras la autora estaba en el exterior, que le sugiere que no regrese al país, ya que “no se podían hacer cargo de su seguridad personal”. Un juicio de los censores sobre la obra es el siguiente: «pone en evidencia las contradicciones de la sociedad, además de la no consideración de la persona por ella misma, sino por lo que tiene o representa. Se pone también en evidencia la arbitrariedad de la Justicia, la perversidad del Ejército y la Policía, la falsedad de los que se llaman cristianos».

La obra se centra en un grupo de niños que juegan en un arenero comandados por Andrés, suerte de líder auto-proclamado con el apoyo de una cuota de violencia y una cuota de juguetes y caramelos que los otros no poseen. Las rencillas surgen sistemáticamente cuando algún niño lo enfrenta, pero las diferencias dejan lugar a otros juegos de forma fluida. Andrés es particularmente violento con las niñas, llama “gorda” a su hermana, e insulta a Susana, una niña más solitaria, en parte excluida por ser de un sector social marginal. Susana parece ser la antagonista más directa de Andrés. En los juegos se reproducen las sistematizaciones y las diferenciaciones sociales adultas, aunque siempre en un tono “teatral”, de “representación” del mundo adulto. Todo lo que sería demasiado explícito se vuelve verosímil y teatralmente verdadero en tanto se intercalan en los juegos esas explosiones de odio aprendidas del mundo adulto y reflejadas aún con cierta torpeza infantil.

Sabrina Yanque, la directora de la versión montevideana que vimos en Tractatus, conoció la obra hace aproximadamente diez años: “en un taller de teatro, que hice de adolescente, al rededor de los 16 años. Me tocó hacer el papel de Susana y fue el momento en que me apasioné del todo por este mundo; por la dramaturgia, por la actuación, por el decir escénico, y por el teatro político de alguna manera. Todo esto con mucha ingenuidad, luego del egreso de la EMAD esa sensación y flechazo que había tenido con Juegos resurgieron. Creí que era momento de poder elegir qué decir y cómo decirlo y entonces me lancé a la dirección”. La lucidez con que la directora se apropia del discurso de Mahieu se percibe ya desde el comienzo del espectáculo, cuando escuchamos un comunicado militar en que se declara que no se someterán a nadie que intente juzgar su accionar durante la dictadura. Si bien la obra originalmente se ubica en la Argentina de 1976, Yanque la ubica en nuestro país diez años después, en el Uruguay de la impunidad que recomenzaba su vida en democracia. La decisión no es casual: “Nos interesaba poner el pienso en América Latina hoy, expresando y mostrando la violencia no solo como parte de la condición humana sino visibilizando como se acrecienta en los sistemas de poder que oprimen a los pueblos. En mayo del 2018 comenzamos el proceso de investigación, teniendo muy presente que al año siguiente tendríamos elecciones nacionales, nos urgía poner en escena estas interrogantes de tipo socio políticas ya que no hacerlas puede llevar a consecuencias similares a la época en la que Roma escribe esta obra”.

Más allá de lo que explícitamente indica la directora, el nuevo contexto en que se ubican estos juegos abre muchas posibilidades de interpretación. Los niños uruguayos del año 86 hoy rondamos las cuatro décadas de vida, y no es descabellado pensarnos generacionalmente como los hijos de un pacto de impunidad del que aún no nos hemos librado. La obra, como está planteada en esta versión, puede leerse como una advertencia hacia el futuro, sí, pero también como una exploración de las causas del presente. También nos permite pensar hoy en cómo los niños y niñas reflejan la violencia actual, en cómo se manifiesta la violencia del mundo adulto de hoy en quienes nos ven como sus referentes a imitar.

La eficacia del espectáculo parece radicar en una decisión clave, el joven elenco no infantiliza su actuación, más bien, en un camino inverso al infantil, los integrantes del mismo parecen “jugar a ser menores”. Y en ese cruce de juegos, de personajes infantiles que juegan a ser mayores y de actores y actrices jóvenes que juegan a ser menores, surge un resultado en que el espectador cree. Creemos en la propuesta, y nos llevamos en la cabeza un puñado de interrogantes que trascienden cualquier juego infantil para alertarnos sobre como el ayer se manifiesta hoy, para intentar que el hoy no se proyecte en un futuro oscuro.

La obra se presentó ocho funciones en Tractatus, pero realmente tiene mucho para ofrecer aún, como agrega la directora: “creemos que es un proyecto con mucho potencial para seguir desarrollándolo, por lo tanto no cerramos la posibilidad a reestrenar o de moverla por barrios por ejemplo”. Ojalá se de pronto, hay mucho para aprender y reflexionar de estos juegos.

Juegos a la hora de la siesta. Autora: Roma Mahieu. Dirección: Sabrina Yanque. Elenco: Carla Pereira, Mauricio Ripoll, Damián Gini, Luisina Pérez, Valentina Borrás, Martín Maristán, Ezequiel Nuñez, Francisco Esmoris.              

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.