¿La aniquilación de Israel es una causa de la izquierda uruguaya? por Alejandro Weisz (1)
Decía Hannah Arendt que la mente totalitaria no combate el pensamiento, sino que evita que el pensamiento ocurra. Y es cierto; se ve en los fanatismos en uso que no solo bloquean la capacidad lógica para relacionar los hechos, sino que también anulan o distorsionan la memoria. Viene esto a propósito del inexplicable crecimiento de la propaganda antisemita en vastos sectores de la izquierda, un hecho que resulta sumamente peligroso en tiempos en que está planteado un conflicto, no de fronteras o territorios, sino de modelos de civilización a lo largo del mundo, pero especialmente en el Medio Oriente.
Algunos sectores de la izquierda culpan inexplicablemente a Israel por la orgia de sangre del 7 de octubre, a la vez que no disimulan la creciente hostilidad hacia los judíos y no judíos que apoyan a Israel en su defensa por la supervivencia y en su esfuerzo por sofocar de una vez por todas el afán destructivo del terrorismo que cometió esos terribles crímenes. En medio de la sucesión de retóricas de ocasión, quizá se pierda de vista la magnitud de la salvajada que cometió Hamás: asesinó, violó, mutiló y después hasta vilipendió los cadáveres de niños, de mujeres, de hombres jóvenes y ancianos. A muchas mujeres y jóvenes secuestradas las sometieron a verdaderos escarnios de perversión sexual, poniendo granadas en sus vaginas y haciéndolas explotar en una suerte de ceremonia demencial donde varios aplaudían la “proeza”. Esas acciones no tienen ninguna causa justa detrás; es el odio puro desatándose contra personas cuyo único crimen es haber nacido judíos. No se puede alegar ninguna razón superior para este espanto, ningún pleito explica mantener secuestrado a bebés recién nacidos, haber matado a embarazadas y haber estrangulado niños como si fueran gallinas para poner en una olla. Esto hizo Hamás en unas pocas horas.; muchas menos, por cierto, que las horas que se tomó el Frente Amplio para esbozar en su momento (dos días después) algún tibio intento de forzada condena con aroma de casi disculpa.
Este tipo de animosidad, hay que decirlo, no es nueva en la izquierda. Comenzó durante las décadas de 1960 y 1970, especialmente después de las victorias del Estado judío sobre una coalición de naciones árabes en la guerra de 1967, y puede vincularse a la ideología de algunas partes de la izquierda organizada, que incluían intentos recurrentes de vincular a Israel con los europeos y el colonialismo. Esa misma izquierda nada tuvo para decir de las masacres de Stalin, de la cruel invasión a Hungría, de la represión e invasión violentísima a Checoslovaquia, de los treinta millones de muertos por hambruna deliberada en el Gran Salto Adelante y en la Revolución Cultural de Mao en China, de los fusilamientos continuos en los primeros años de la Revolución cubana, de las torturas a prisioneros políticos en Nicaragua y Venezuela. Nada de eso le parece tan malo como Israel avanzando sobre Gaza y descubriendo arsenales terroristas en túneles cínicamente construidos bajo hospitales y escuelas para que sus propios niños y su propia población civil oficie de escudo humano a su cobarde y taimada forma de hacer la guerra.
Conduele ver a muchos de nuestros compatriotas paralizados por ciertos automatismos ideológicos y olvidarse de los temas esenciales que están juego. Esa guerra que desató Hamás el 7 de octubre no fue meramente una provocación, sino que –las imágenes lo dicen todo– fue una guerra de aniquilación. Israel tiene, más que el derecho, la obligación de responder como corresponde a esa voluntad de destrucción total que manifiestan Hamás, Irán y otros actores de la región. Entiéndase que el juramento de los encarnizados enemigos de Israel es quitarlo del mapa, hacer de cuenta que no es un país, que no forma parte excelente de la civilización, que no es un miembro activo de la comunidad internacional, que no tiene derecho a existir ni a reclamar que se le respete su soberanía y su integridad territorial, institucional, moral y política. La política del atropello total consiste en la negación absoluta del Estado de Israel desde cualquier perspectiva: para los antisemitas islámicos u occidentales es indiferente la razón. Israel es decididamente inconcebible y como tal se lo ha de tratar en todos los foros y las instancias de debate y movilización. Toda guerra contra Israel es por definición una guerra justa. Tal es el giro que el antisemitismo de todos los signos ha encontrado en estos años decisivos.
Comprendo que hay ciertas formaciones en la izquierda que están alineadas a la política de algunos países que con sus bajos instintos responden a los intereses de Irán y de sus secuaces y por eso se suman dócilmente al discurso antisemita. Eso es esperable en los comunistas y en algunos otros sectores de análoga obediencia; pero lo que realmente sorprende es cómo ciertas corrientes de inspiración más moderada y racional, que quiere compatibilizar sus ideales con un marco de respeto y de valores comunes a la civilización, permanezca en silencio o directamente secunde la agitación de los operadores que le marcan la vanguardia. Eso sí que es una decepción. Y no es un buen augurio para el país.
(1) En representación de Faro de Occidente
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