Con sus versos, claros, directos y comprometidos, Alfredo Zitarrosa lo enseñó con claridad: “no hay cosa más sin apuro/que un pueblo haciendo la historia/no lo seduce la gloria/ni se imagina el futuro./Marcha con paso seguro,/calculando cada paso/y lo que parece atraso/suele transformarse pronto/en cosas que para el tonto/son causa de su fracaso”.
Eso no lo entendieron algunos constituyentes en Chile. La ansiedad, mala consejera, opacó la conducta de no pocos de los constituyentes que, en medio de una vasta y agitada discusión, se embarcaron en discusiones incomprensibles, agotadoras e inconducentes.
Hace unos meses, más de 7 millones de personas, un poquito más del 78%, votaron afirmativamente reemplazar la Constitución. Pero un número aún mayor, casi el 80%, decidieron que debía hacerse a través de una Convención Constitucional electa por la ciudadanía.
El punto de partida fue de una legitimización soberana contundente para la elaboración de un nuevo acuerdo de reglas de convivencia, de un nuevo pacto político social. Para contextualizar, estamos hablando de normas político-legales que, en primer lugar, “son vinculantes para todos los habitantes e instituciones del Estado, incluyendo aquellas instituciones a cargo de la legislación ordinaria”; su solidez está dada por la enorme legitimidad pública; definen la estructura y funcionamiento de las instituciones de gobierno, los principios políticos y los derechos de los ciudadanos, y en ella misma se establece en qué condiciones especiales se puede reformar. También criterios de representación, libertades y derechos.
Estos conceptos pueden resumirse en lo expresado en la Asamblea Nacional Constituyente francesa del 26 de agosto de 1789, artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: «Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución.»
Pero la Declaración de 1789 advertía de algunas consideraciones de la esencia democrática que fueron desatendidas en el proyecto que elaboró la Constituyente chilena. Por ejemplo, el artículo 6, en su expresión conceptual expresa: “La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes. Debe ser igual para todos, sea para proteger o para castigar. Siendo todos los ciudadanos iguales ante ella, todos son igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimientos”.
La escritora Olympe de Gouges, redactó en setiembre de 1791 bajo el título Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana un texto que propugnaba por la igualdad de derechos, la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación a los varones. Recién en 1986 (sí, 1986), se lo publicó integro, a instancias de Benoïte Groult.
Innovaciones
La primera; en Chile y en el mundo, la redacción del texto del proyecto constitucional fue realizado por un grupo equiparado de hombres y mujeres. Quizás reflejo de esa inspiración, el frustrado texto definía a Chile como una “democracia paritaria”, y mandataba a que las mujeres ocupen al menos el 50% de todos los órganos del estado, e imperativamente ordena la adopción de medidas para “alcanzar la igualdad sustantiva y la paridad”.
La segunda, el giro polémico al definir a Chile como un estado “plurinacional e intercultural”, donde taxativamente enumera 11 pueblos y nacional, así como deja el camino abierto para que otros sean reconocidos” en unas formas que establezca la ley.
Llamativamente, en enunciaciones más parecidas a una expresión de deseo que a un texto constitucional, ordena constituir autonomías regionales indígenas con autonomía política, precisando sí que no se permitirá la secesión, ni atentar contra el carácter único e indivisible de Chile, y finalmente se establece que sus competencias se establecerán por ley.
En otras consideraciones, el proyecto frustrado reconocía los sistemas jurídicos de los pueblos indígenas al tiempo que dice que deben respetar la Constitución y tratados internacionales, y que cualquier impugnación a sus decisiones será resuelta por la Corte Suprema.
Estos capítulos, que más estudiados tendrían otro sustento y viabilidad, no resistieron a la hora de los debates ni el humor de una buena parte de la ciudadanía. La debilidad estriba en que no estaba delimitado el ejercicio de la autonomía política y la justicia indígena.
Inconsistencias en la redacción de los capítulos de los derechos de la mujer también fueron parte de las debilidades del texto, pero éstos más que problemas técnicos generaron una sensación mayor de insatisfacción.
Dentro del conjunto de otros cambios, hay algunos sumamente innovadores, que posiblemente de haber reinado un clima más colaborativo, el resultado habría sido muy otro. Tal el caso del agua, a la que se establece la condición de bien “inapropiable”, que es un derecho humano, ordena y prioriza usos y creo una Agencia Nacional de Aguas. El tema es hoy especialmente sensible pues decenas de comunas viven en “emergencia hídrica”.
En cuanto al sistema político, el frustrado proyecto elimina el Senado, y crea dos cámaras “asimétricas”: Congreso de los diputadas y diputados para leyes y un Cámara de las Regionales, sólo para leyes de acuerdo regional.
El revolcón de los ansiosos
Del 80% inicial al 38%, es un derrape muy grande, y constituye un punto de inflexión en varios sentidos. El volumen de la votación, de amplia respuesta, desnuda la vocación reformista de la sociedad chilena. Es, en este sentido un mensaje fuerte: reforma sí, pero así, de este modo, no.
Sólo en unas pocas comunas (8 si no hubo cambios de última hora) ganó el Apruebo, en todo el resto del país ganó el Rechazo. Boric votó en las presidenciales contundentemente mejor, pero este resultado le afecta y constituye una alerta, que a juzgar por su reacción, lo ha comprendido. Y por ello los ajustes en el equipo de gobierno.
Si bien es cierto que esto es un revolcón, en algunos aspectos es un “queremos ayudarle presidente”. La idea de una nueva constitución sale fortalecida y la urgencia de su resolución también. Rápido no es a las corridas, atropelladamente. Hay decisiones que requieren alcanzar un blend, una maduración, un rescatar opiniones y también percepciones.
Quizás ahora Chile saque enseñanzas, y escuche a Don Alfredo, “no hay cosa más sin apuro/que un pueblo haciendo la historia./ No lo seduce la gloria/ni se imagina el futuro./ Marcha con paso seguro,/calculando cada paso/y lo que parece atraso/suele transformarse pronto/en cosas que para el tonto/son causa de su fracaso”.
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