Alguien planteó alguna vez que la desocupación es estructural en el sistema capitalista, porque es lo que hace posible que la competencia por conseguir trabajo baje el salario y asegure la ganancia del capitalista. En momentos de auge económico la desocupación bajará, y en momentos de crisis aumentará, pero siempre habrá un porcentaje de la población que permanecerá desocupada. Entre ese “ejército de reserva” de trabajadores asalariados que entra y sale del mercado de trabajo según los ciclos económicos una parte comienza a quedar estructuralmente fuera, y tratará de subsistir mediante otros métodos, hurgando y reciclando basura, mendigando o delinquiendo. A ese sector de la población Marx lo llamó “Lumpen proletariado”. Así, mientras un sector social “integrado” genera su sistema cultural y de valores alrededor del “trabajo” (sean pobres o ricos) el sector social “excluido” genera una cultura marginal, “lumpen”. Por supuesto, la cultura de los “excluidos” también se convierte en mercancía que a veces consumen los “integrados” (como la cumbia “villera”) y esto complejiza el análisis, pero lo esencial no cambia.
El Marconi, Las Acacias, el Coppola, Unidad Casavalle, o el Borro son algunos barrios de Montevideo particularmente marcados por la pauperización, barrios en que un porcentaje alto de su población sobrevive entre asentamientos irregulares, basurales y la naturalización de la actividad delictiva. El “vamo arriba los chorros” es una consecuencia de años y años de exclusión, y es en ese escenario en que transcurre Cheta, la obra de Florencia Caballero que va en Tractatus.
Caballero reúne a representantes de dos sectores sociales que conviven en esa zona montevideana. Por un lado están Elvis y Dylan, dos hermanos que pertenecen a los sectores más pauperizados, y mientras el menor aún sueña con escapar de su destino mediante el fútbol, el mayor ya está cerca de iniciar una carrera al margen de la ley. Por otro lado Victoria y Fernando pertenecen a sectores de clase media, con otras posibilidades de afrontar la crisis económica que estalla en el año 2002. La situación de los cuatro es atravesada por la misma crisis, pero las posibilidades de sortearla no son iguales.
Cheta tiene algunas similitudes con Rescatate, la obra que Gustavo Bouzas escribiera por el 2006 y que reunía a un grupo de planchas que intentaban rapiñar un local de cobranzas. Pero Bouzas se detenía en los detalles de la vida cotidiana de quienes sobrevivían en la zona de “exclusión social”, en una cultura con valores sociales distintos a los de los sectores integrados. Caballero se ubica, ya desde el nombre del espectáculo, en los sectores sociales “medios” y es desde ese enfoque que también observa la vida de quienes van perdiendo pie.
La decisión es un acierto por varias razones, el más obvio, por la honestidad de la propuesta. Caballero habla de la realidad que conoce, que experimentó, y no hace proyecciones sobre lo que debería ser. Por otro lado la directora es capaz de traducir en imágenes y sonidos las diferencias culturales entre las dos situaciones que conviven. Los championes con resortes frente a las botitas de gamuza con suela de caucho por ejemplo. O el contraste entre Hereford o Radiohead o hasta N Sync con L’ Autentika o Rodrigo. O la obsesión por las camperas Alpha polar como signo de estatus. Todo sin mencionar el inicio en que la correcta pronunciación del inglés parece casi un signo de alienación en el contexto de la obra.
Las escenas en que veremos a los amigos reunirse y separarse, tener gestos de solidaridad y traicionarse, intentar aferrarse uno al otro para terminar totalmente separados irán siendo intercaladas con las noticias de la crisis. También veremos el ascenso y la posterior caída de los gobiernos “progresistas” de la región que prometían un nuevo orden ¿Cómo debemos interpretar esto? ¿Cómo un llamado de atención sobre como los pueblos olvidan lo que pasó apenas ayer? ¿O cómo una denuncia a que las intervenciones asistencialistas que no modifican la estructura económica no logran terminar con la exclusión estructural que genera el “lumpen proletariado”?
En realidad la respuesta la deberá buscar cada espectador, que mientras tanto se enfrentará a un espectáculo de gran vitalidad. Más allá de la reflexión, Cheta es teatralmente contundente, los personajes laten en sus ilusiones de futbolistas, en sus pulsiones sexuales, en sus celebraciones o en su soledad. Y para eso el trabajo físico en el escenario, un trabajo que evidentemente tiene que haber surgido de los ensayos con el aporte creador de los actores, es esencial.
Dentro del elenco se destaca Matilde Nogueira construyendo a Dylan, un niño que sufre las contradicciones sociales en el vínculo con su hermano mientras sueña con partidos en el Camp Nou. Alejandra Artigalás interpretando a Victoria es el eje del espectáculo, ya que es quien representa a la “cheta”, que seguramente es discriminada tanto en el colegio por el barrio en donde vive como en su barrio por ir a un colegio privado. Victoria es el personaje más consciente de la desigualad social, algo que experimenta hasta en el ómnibus que la lleva desde el Centro al Cerrito de la Victoria para volver del colegio. Artigalás logra que el espectador sienta como su personaje se modifica, mientras sus amigos parecen destinados a hundirse.
Cheta es un excelente espectáculo y quedan pocas funciones, así que apúrense a ir a Tractatus.
Cheta. Dramaturgia y dirección: Florencia Caballero. Elenco: Alejandra Artigalás, Bruno Travieso, Jonathan Parada y Matilde Nogueira.
Funciones: jueves y viernes a las 21:00. Tractatus (Ituzaingó y Rambla 25 de Agosto)
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