El mar de hielo es una pintura realizada hace casi dos siglos por Caspar David Friedrich, pintor asociado al romanticismo alemán, quien deja entrever en los paisajes de su obra su misticismo cristiano. La pintura en cuestión representa los restos de un naufragio en el ártico y ocupan el centro de la representación una serie de témpanos que han quedado en posición vertical, cual “monolitos funerarios” como alguien ha expresado. Cómo buen romántico, Friedrich representa la lucha del ser humano con la naturaleza, y desde su religiosidad de alguna forma “ordena” u “otorga sentido” a esos contrastes en los que Dios estaría presente. El mar de hielo se exhibe en el museo Kunsthalle de Hamburgo, y es allí, en ese museo, en donde Sergio Blanco ubica, en parte de Barbarie, a sus personajes. Parece difícil asociar a un pintor como Friedrich y en particular a un museo como el Kunsthalle con un universo “bárbaro”, pero justamente en ese contraste parece estar la clave de la obra.
Barbarie en realidad nos propone a un puñado de personajes expuestos a un naufragio similar al representado por Friedrich. La situación es dramática, en tanto el barco ha quedado aislado y encallado en la banquisa de hielo del Ártico. Esa línea argumental es la que será atravesada por las proyecciones de los mismos personajes en el museo de Hamburgo, con un aria de Haendel de fondo, como subrayando el contraste entre la tragedia del naufragio y el refinado confort de la cultura occidental. Ese contraste, sin embargo, está lejos de ser un encumbramiento de la cultura occidental, ya que veremos a los personajes “civilizados” degradarse, de forma cada vez más acelerada, a una condición de bestialidad que tiene que ver más con nuestra dimensión de seres “civilizados” que con la de “animales” capaces de colaborar para enfrentar a la naturaleza.
Volviendo al naufragio, la respuesta inicial de los personajes es la espera, la organización para racionar alimentos y agua, el respeto de cierta estructura jerárquica que garantiza el orden. Pero con el paso de los días la situación se tensa y la desconfianza va ganando protagonismo, iniciándose una serie de estrategias individuales que chocan entre sí con el afán de sobrevivir. A la hora de pensar las situaciones Blanco parece que ubica a los personajes moviéndose tras los parámetros del éxito individual, de la competencia y del “hacé la tuya” que es el motor de las sociedades capitalistas “civilizadas”. Y esto justamente es lo que los lleva a la catástrofe, los hace retroceder como especie. En ese sentido no deja de ser relevante el contraste con la conducta de una pareja inuit que es apresada por la tripulación del barco, o incluso con la conducta de las hordas de lobos polares. Se disparan, inevitablemente, una serie de reflexiones, acerca de la fragilidad de nuestra “civilización”, de lo “primitivo” del comportamiento occidental al momento de luchar por sobrevivir, de la mayor capacidad de formas que llamamos “primitivas” o “bárbaras” para sostener la organización social en contextos de crisis. Y no hablamos, por supuesto, de crisis como la que propone la obra, que parece ser solo una excusa para reflexionar sobre nuestra forma de construir sociedad en nuestro contexto occidental. Será cada espectador el responsable de encontrar sus claves, sus preguntas, sus respuestas. No podemos dejar de señalar aquí el contraste entre la conducta de los personajes de Barbarie con la conducta real que tuvieron un puñado de uruguayos hace casi medio siglo en Los Andes. Pero también es cierto que el grado de fragmentación individualista se ha exacerbado desde aquel momento hasta nuestra posmodernidad contemporánea. Dios es más difícil de encontrar, y el “sentido” de nuestra forma de organizarnos parece ser aislarnos y fragmentarnos.
Blanco escribió esta obra hace diez años, y es Gustavo Saffores, quien ha sido su alter ego en algunas de sus obras “autoficcionales”, el responsable de su estreno. El desafío era grande, como el propio director ha dicho los parlamentos del texto son muy breves, apenas de una línea, y que eso se tradujera a la escena sin que se notara era particularmente relevante. Y los silencios, los gestos, los tiempos manejados en cada escena hacen que nunca estemos ante la sensación de una obra que acribilla con expresiones sin pausa, al contrario, lo locuaz de las expresiones reflejan la angustia y el deterioro espiritual de los personajes. Otra forma de percibir el deterioro interior pasa por la transformación corporal que transmiten las actuaciones, que nos dejan ver cuerpos que se desgastan y “animalizan” con el transcurrir de la obra. Y esto, por paradójico que parezca, sin salirnos de una zona de relativa “abstracción” estética.
Si nunca es posible en el teatro una reproducción naturalista de los representado, mucho menos cuando se propone al Oceánico Ártico como escenario de la acción. El diseño de escenografía parece tomar algunas ideas del cuadro de Friedrich para erigir el barco encallado, eje espacial de la obra. Pero también propone que esa estructura rota, quebrada, se traduzca en pantallas fragmentadas,en donde se proyectarán las imágenes de los protagonistas en el museo de Hamburgo. Las elecciones no pueden ser más acertadas, la fragmentación potencia la idea de comunidad rota en individualidades que compiten entre sí, y la proyección audiovisual parece ser la única forma de introducir ese otro plano de la historia, que contrasta con el central, sin entorpecer el desarrollo del espectáculo como tal.
Una dificultad extra consistía en lograr unidad estética del elenco. Quienes actúan en Barbarie provienen de escuelas y tradiciones muy diversas, y suele ser esta una debilidad cuando vemos obras conformadas por elencos heterogéneos. Saffores logra algo esencial en ese sentido, que el registro por el que camina todo el elenco sea el mismo, y ese límite entre “representar” una sensación o simplemente proponerla para que el espectador sea el que la construya agregaba dificultades extras.
La barbarie está en nosotros parece decirnos este equipo artístico, y quedan pocas funciones para experimentarla. No se la pierdan.
Barbarie. Autor: Sergio Blanco. Dirección: Gustavo Saffores. Elenco: Claudia Trecu, Dahiana Méndez, Fernando Amaral, Pablo Robles, Santiago Sanguinetti, Sebastián Serantes y Soledad Frugone.
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