Todo grupo humano se articula en torno a roles y reglas.
Éstas ultimas para tener vigencia deben contar con la aprobación
común. Al menos las básica.
Tienen que concebirse desde una visión estratégica del país.
Pero reconociendo los Derechos Humanos que no quisiéramos
perder bajo ninguna circunstancia. Perdurables en el tiempo.
Nuestro país tiene una clara vocación táctica.
Mira las cosas a corto plazo.
Impulsa modificaciones coyunturales.
Promueve cambios circunstanciales.
Lanza reformas constitucionales.
¿Surgen intereses sectoriales, corporativos o partidarios?
La respuesta inmediata es reformar la Carta Magna.
La tradición de los últimos años lo muestra muy claro.
Reformas electorales, institucionales o presupuestales.
Todos quieren que su “chacra” figure en la Constitución.
Así se propuso porcentajes fijos para salud o educación.
Así se propone defender a los jubilados y sus ingresos.
Así se impulsaron mecanismos electorales a “medida”.
Si todos le ponemos lo que nos gusta o beneficia
La Constitución se vuelve un engendro emparchado.
Se vuelve inoperante.
Como si armamos un auto con un motor de un Fiat 147,
carrocería de un camión Scania y el manillar de una bicicleta.
No funcionará.
La Constitución no debe ser producto de mayorías circunstanciales.
Que en el futuro pueden ser minorías.
Tiene que ser un acuerdo del colectivo social.
Pocas normas, perfectamente claras que marquen la cancha.
Normas perdurables, aceptadas por la gran mayoría.
Reglas básicas, definidas por consenso.
La Constitución no es un chicle.
*Editorial de VOCES – 6/9/2007
Pasaron dieciséis años y algunas prácticas políticas perduran.
Grupos minoritarios que intentan marcar perfil a cualquier precio.
Y recorre todo el espinel, desde sindicalistas radicales a exmilitares.
En el 2024 van a estar en juego dos modelos de futuro del país.
Enrarecer las elecciones con plebiscitos resulta muy poco serio.
Alfredo García
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