Según la Real Academia Española (RAE), la corrupción es un fenómeno con múltiples caras, todas preocupantes. Primero, se trata de un proceso de descomposición, una caída en la que lo moral, lo físico o lo estructural se degrada sin remedio. Luego, se manifiesta como un desgaste de valores, normas y costumbres, una erosión de los principios éticos y las normas sociales que deberían ser el cimiento de cualquier comunidad. Finalmente, cuando miramos a las organizaciones, especialmente a las públicas, la corrupción se traduce en el uso ilícito de las funciones para que los que están en el poder saquen beneficios personales, desviando los recursos y la autoridad para favorecer intereses privados.
El problema de la corrupción no es nuevo. Desde la antigüedad, ha sido objeto de reflexión por parte de innumerables filósofos y pensadores. Platón, uno de los filósofos más influyentes de la humanidad, abordó la corrupción en varios de sus diálogos ofreciendo una visión que, aunque enmarcada en su contexto histórico, mantiene una profunda relevancia para nuestro tiempo. En el diálogo La República, Platón esboza una visión del estado ideal, en el cual los gobernantes, conocidos como “filósofos-reyes”, son aquellos individuos que han alcanzado una comprensión profunda del Bien. Para Platón, estos gobernantes ideales no solo poseen un conocimiento abstracto del Bien, sino que también han desarrollado una capacidad moral y ética para aplicar este conocimiento en la gestión del Estado. Esta idea se basa en la creencia de que solo aquellos que comprenden la verdadera naturaleza del Bien pueden tomar decisiones que beneficien a toda la comunidad, garantizando justicia y equidad.
Platón establece que la corrupción surge cuando el poder no es ejercido por estos filósofos-reyes, sino por individuos que han llegado al poder a través de mecanismos que no valoran la virtud ni la sabiduría. En lugar de ser seleccionados por sus cualidades morales y su capacidad para gobernar con justicia, estos gobernantes llegan al poder por intereses materiales, ambiciones personales y egoísmos. Este proceso de selección erróneo resulta en líderes que buscan únicamente su propio beneficio, en lugar de trabajar por el bien común.
El filósofo advierte que, cuando el poder está en manos de tales personas corruptas, el Estado se transforma en una tiranía. En esta forma de gobierno, el poder es ejercido de manera opresiva y autoritaria, y prevalecen la injusticia y la explotación. En lugar de servir al bienestar general, el liderazgo corrupto se centra en mantener su dominio y en satisfacer sus propios deseos y necesidades. La tiranía se caracteriza por la falta de justicia, la corrupción generalizada y la represión de cualquier oposición. Para Platón, este giro hacia la tiranía es una consecuencia inevitable de la corrupción del liderazgo, y representa la degradación más profunda del sistema político y social.
En el diálogo Las Leyes, Platón ofrece una perspectiva más pragmática sobre el problema de la corrupción, reconociendo que la erradicación total de la corrupción es una tarea sumamente desafiante, si no imposible. Mientras que en La República Platón idealiza la figura del filósofo-rey como el gobernante perfecto que puede prevenir la corrupción, en Las Leyes su enfoque cambia hacia una solución más realista y práctica, adecuada para un mundo donde la corrupción es una amenaza constante.
Platón propone un enfoque multifacético para abordar la corrupción a través de un sistema legal y educativo que funcione como una red de seguridad para prevenir y controlar la corrupción. Su propuesta incluye:
Vigilancia de los Gobernantes: Propone un sistema de supervisión constante para asegurar que los gobernantes actúen con transparencia y rendición de cuentas, lo que ayuda a prevenir la corrupción al mantener a los funcionarios bajo observación continua.
Leyes Regulatorias: Recomienda establecer leyes estrictas para regular el comportamiento de los funcionarios públicos, abarcando desde la malversación de fondos hasta el favoritismo, con el fin de crear un marco claro de normas y sanciones.
Educación Moral y Cívica: Aboga por un sistema educativo que enfatice la ética y la moralidad, buscando formar ciudadanos y gobernantes responsables y menos propensos a la corrupción. Esta educación debe ser integral, dirigida tanto a líderes futuros como a la ciudadanía en general.
Platón ofrece un diagnóstico profundo de la corrupción como un problema que nace de la ignorancia, la falta de virtud y la manipulación retórica. Sus soluciones, basadas en la educación y la supervisión, aunque idealistas, proporcionan un marco teórico valioso para abordar la corrupción en nuestros tiempos actuales. Sin embargo, la posible implementación de estas ideas en el mundo moderno requiere una adaptación cuidadosa que considere las complejidades y desafíos contemporáneos. La filosofía de Platón nos enseña que el combate contra la corrupción exige una participación activa y consciente de cada uno de nosotros. No es suficiente con confiar en los mecanismos políticos y legales; es fundamental que cada miembro de la sociedad asuma su rol en la construcción de una cultura de integridad y ética. Solo así podremos aspirar a un sistema en el que la corrupción sea efectivamente erradicada y la justicia prevalezca.
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