Hace algunas semanas, al detenernos en su versión de Sería una pena que se marchitaran las plantas, señalábamos que el “encuentro y desencuentro entre parejas” era un tópico que Cecilia Caballero, como dramaturga o como directora, venía abordando regularmente. Pero también es cierto que la “cuestión social”, por llamarla de alguna manera, es parte sustantiva de su trabajo. Pensemos, por ejemplo, en Pan rallado (escrita y dirigida por Caballero y estrenada en 2023), esa suerte de metáfora sobre la sociedad de consumo contemporánea elaborada desde la situación concreta del accidente laboral que costara la vida a un joven trabajador en un supermercado. O, yendo hacia atrás, en la versión de El rey tuerto, de Marc Crehuet, estrenada en 2017, espectáculo que si bien se centraba en los enredos de dos parejas tenía como contexto a la crisis económica que se vivía en la Europa posterior a 2008. Si, además, recordamos que en el Rey tuerto se mostraba a la policía española reventando ojos de manifestantes, terminaba siendo una obra que echaba luz sobre cómo se ensayan y transmiten las prácticas represivas estatales, pensando que esa misma práctica fue la que los carabineros chilenos llevaron adelante para reprimir las protestas de 2019.
Otros espectáculos de Caballero que podemos vincular a los conflictos sociales y a la represión estatal fueron Medusa, de Ximena Carrera (estrenada en 2019) o El tiempo sin libros, de Lene Therese Teigen (estrenada en 2018). Estos dos espectáculos se centraban en el terrorismo de Estado y la represión durante las dictaduras militares en el Como Sur, pero fundamentalmente sobre las consecuencias de aquellos hechos y sobre la memoria. Y aquí aparecen otros tópicos recurrente en los espectáculos de Caballero, la memoria y su contra-parte, el olvido. O más precisamente, la investigación sobre cómo el olvido nos hace volver sobre caminos fangosos ya transitados, ya sea como integrantes de una pareja, ya sea como colectivo social.
La memoria de la crisis económica del 2002, y las consecuencias de la misma, son el punto de partida de Lo transitorio se convirtió en eterno, espectáculo estrenado en 2023 y que la semana pasada se reestrenara en La Escena. Al igual que Pan rallado, Lo transitorio se convirtió en eterno es producto del trabajo de entrenamiento actoral en formato taller con estudiantes de La Escena. La investigación partió de la propuesta a cada integrante del taller de compartir una historia real, familiar o cercana, sobre la crisis del 2002. Pero luego, al igual que en Pan rallado, esas historias individuales se trabajan conformando un puzzle no solo de palabras sino también de movimientos coreografiados que “hablan” de la temática de la obra. De esta forma pasamos de escenas en que predomina un “coro” a otras en que se individualizan algunas situaciones, que nuevamente se fundirán en el colectivo. Esto permite que el relato proponga un marco global de la crisis en el que, y sin pretender “explicarla”, se señalan algunas de sus características vinculadas a la forma de acumulación de las sociedades contemporáneas, para luego pasar historias que exploran como esa crisis afecta a las personas individualmente. Y si por un lado vemos un sistema financiero aparentemente despersonalizado (que se mueve al ritmo de Money de Pink Floyd), por otro vemos a víctimas de ese sistema, personas concretas que pierden lo que obtuvieron con años de trabajo, o que quedan directamente al costado del camino.
En el marco de esa tensión entre crisis global e historias individuales la protesta se articula de forma desordenada y bufonesca, sin una perspectiva que proponga un horizonte que trascienda la situación. Pero no parece ser una lectura pesimista de la realidad, es una forma de dar cuenta del momento histórico en que vivimos. Como indican los personajes de Lo transitorio se convirtió en eterno, la crisis del 2002 vino precedida de otras en Rusia, en México, en Brasil, y se continuó a nivel global en crisis como la del 2008 que desde los EE.UU se exportó al mundo y desató oleadas de protestas, como las de la España en que se sitúa El rey Tuerto.
Hace algunos días leíamos una entrevista en que Santiago Tavella se mostraba escéptico con las manifestaciones artísticas que se “auto perciben” políticas. La advertencia de Tavella es pertinente, en tanto la intención previa de un artista de abordar una temática política no implica éxito ni artístico ni político. Tampoco implica éxito artístico el que el artista se “auto perciba” ajeno a la política ni que trabaje solo sobre “amor”. La afirmación de Tavella, que tiene un sentido válido, corre el riesgo de volverse dogmática en el sentido opuesto. Un colectivo artístico puede tomar como punto de partida para desarrollar su actividad lo que desee. El amor y el desamor, un accidente laboral, o la crisis económica. Toda actividad humana es pasible de ser elaborada desde una perspectiva artística, y si logra proponer interrogantes y reflexionar junto con el público será exitosa. Cecilia Caballero y el colectivo de La Escena, que se han convertido en uno de los espacios teatrales más relevantes de Montevideo, lo demuestran nuevamente en Lo Transitorio se convirtió en eterno.
Lo transitorio se transformó en eterno. Texto y dirección: Cecilia Caballero Jeske. Elenco: Ana Lucía dos Santos, Brian Laguna, Cecilia Estévez, Cecilia Caputi, Gustavo Sasco, Ismael Díaz, Luana Bermúdez, Lucas Lindmayer, Luciana Grolero, Mariela Kramer, Marisa Leon y Malena Peralta.
Funciones: sábados 11 y 18 a las 18:00, domingo 12 a las 17:00. La Escena (Rivera 2477). Reservas: 098584324.
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