Esta es la nota que nunca hubiera querido realizar. Debo hacerlo. Y el lector disculpará si en ella habrá palabras que quizás se repitan, o que el texto pueda resultar inconexo de a ratos. Seguramente lo sea, pero es el precio que el cronista debe pagar cuando realiza algo desde el corazón, y no desde el intelecto. Aquí no hay revisaciones, aquí sólo se da cita el factor genuino y espontáneo que recorre el pedregoso camino que va desde el dolor a la escritura. El 9 de junio, con el anterior número de Voces ya impreso, moría Alberto Postiglioni a causa del Covid o de su internación, vaya uno a saber.
¿Cómo referirme a Alberto sin caer en lo personal? Es imposible. Era un amigo de media vida. Lo conocí en los años 80, de tanto encontrarnos en los festivales de Cinemateca, ese templo sagrado al que nunca dejó de asistir, ni siquiera cuando Lorena Pérez nos enviaba a los críticos las películas en DVD y él le pedía que no, que a él no le mandara los discos porque quería tener la experiencia incanjeable de ver la película en sala. Después, desde el 2006, el quehacer profesional nos juntó más, desde mi afiliación a la Asociación de Críticos Cinematográficos del Uruguay (ACCU) hasta el hecho de compartir varias funciones privadas por semana. Luego, cuando representando a la ACCU debí hacerme cargo -junto a otros colegas- de la programación de varias ediciones del Festival de la Crítica, llevadas a cabo junto a la empresa Movie, fue Alberto quien estuvo a mi lado de sol a sol, acompañándome a embajadas, consulados e institutos culturales, o mirando películas en festivales y muestras, para con ellas alimentar nuestro propio evento. Alberto nunca faltó a la cita con el trabajo. Y eso transformó nuestra relación en algo muy superior a la amistad. Llegamos a sentirnos hermanos de la vida, al punto que, a partir de 2008, convivimos diez días de verano cada año en el Festival de Punta del Este, ganándonos el mote afectuoso de “pareja refrescante”, endilgado no sólo por los colegas de ACCU, sino por los propios organizadores del evento.
Dicen que a la gente querida hay que recordarla siempre en sus mejores momentos, los más prístinos, los de mayor luminosidad humana. Eso con Alberto parece imposible, porque tendríamos que visualizarlo y recordarlo en cada una de las 24 horas de toda su vida. Porque su bonhomía, su natural calidez, su bellísima incapacidad para hacer daño a sabiendas, formaban parte de su mapa genético. Por eso sabrá disculpar el lector si estos renglones son tristes, porque la tristeza me embarga. Recordar en sus mejores instantes a los seres queridos que se nos van no es bueno, como creen algunos. No. A mí me duelen, porque no hacen más que señalar, remarcar, hacernos recordar que ya no están, y herirnos de esa manera con la insensata certeza de su definitiva ausencia. En un poema Idea Vilariño dijo que “uno siempre está solo – pero – a veces – está más solo”. Y con muchísima más fiereza, aunque en otro contexto, Miguel Hernández escribió que “Hoy estoy ya no sé cómo – hoy estoy para penas solamente – hoy no tengo amistad – hoy sólo tengo ansias de arrancarme de cuajo el corazón – y ponerlo debajo de un zapato”. Quiero ser honesto: así me siento respecto a la ausencia de Alberto. Y para esto no hay intelecto que valga. Es sólo el desgarro del alma.
Por supuesto que, como sucede siempre en estos casos, su obituario debería remarcar su innata pasión por el cine, su pluma ágil y diáfana, su decir directo y llano, su entera labor que cubre medio siglo de trabajo cultural, desde sus notas para El Diario hasta sus largos años hablando de cine en el informativo matutino de Radio Imparcial, lugar que ocupó hasta fines de 2018. Y últimamente sus críticas y reseñas de viejas y recordadas películas para el sitio Lavidaenuncine.wordpress.com. Sí, todo eso es válido. Tan así, que Alberto terminó convertido sin quererlo en una suerte de referencia casi bíblica para generaciones de nuevos colegas, que muchas veces acudían a él para informarse de cosas sucedidas en un pasado del cual ellos no habían formado parte, por el simple hecho que aún no habían nacido. Pero por encima del profesional estaba (está) el hombre íntegro, rara avis incapaz de un acto innoble en esta época tan carente de valores que nos está tocando vivir. Cuando la intelligentsia cultural vive peleando por figurar en las redes o los medios, cuando se adopta como norma un lema tan nefasto como el “no importa si hablan bien o mal de mí, lo que importa es que hablen”, Alberto eligió lo opuesto, la suprema humildad de no andar exhibiendo su talento en público, de no pedir lo que le correspondía con la firmeza que hubiera podido desplegar, dado lo dilatado de su carrera. Esa actitud permite hoy un milagro póstumo: que todos, desde los críticos dentro y fuera de ACCU, hasta exhibidores y distribuidores, hayan sentido una opresión en el corazón al haberse enterado que Alberto ya no estará en esa privada, aquel festival o esta asamblea. Ese es el mejor currículum que se puede poseer, un diploma que pocos elegidos pueden exhibir: el que designa a un hombre de bien. Contra eso no hay quien pueda. Ni siquiera la Señora Muerte, que hoy se lo llevó, pero no puede impedir que sigamos recordándolo.
Desde aquí un gran abrazo (y mi apoyo incondicional) para su viuda y sus seres queridos.
Y a vos, Alberto, hermano del alma y la vida, decirte que ya te extrañamos todos. Parece un lugar común. Lo es. También es genuinamente cierto. No sé adónde te habrás ido, si al más allá de quienes creen en Dios, o al más acá de los que padecemos su ausencia. Lo único de lo que podés estar seguro es que estarás siempre conmigo, porque fuiste uno de los mejores regalos que la vida me deparó. Un abrazo sin fin, “compañero del alma, tan temprano”.
POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES
Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.
Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.
Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.
Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo.
Conozca aquí las opciones de apoyo.