Neso, el último espectáculo escrito y dirigido por Marcel Sawchik, parte de imágenes inspiradas en una obra de la artista plástica Beatriz Martínez. La obra de Martínez, también diseñadora teatral, tenía una serie de caballos entremezclados entre dibujos de gritos y entre algunas obras de Goya intervenidas. A partir de allí se construye un relato en que se superponen elementos fácilmente identificables en un contexto rural contemporáneo -con sus tensiones y contradicciones muy concretas-, junto a otros de carácter más pulsional y ahistórico, sublimados en elaboraciones más colectivas como los mitos de la antigüedad. En medio se abre un espacio de un rango amplio que va, al mejor estilo shakesperiano, desde lo pesadillesco hasta lo espectral, con tintes de locura.
En primer lugar, y a partir de la presencia de los caballos, Sawchik coloca la historia en un contexto rural, en una estancia en que conviven estancieros y peones con las contradicciones de clase que no se eluden. El detonante del conflicto central es la sospecha de Andrés Del Río, el estanciero protagonista, de que el hijo que su esposa espera no es suyo. Pero esa sospecha se materializa en un antagonismo con uno de los peones en donde emerge la arbitrariedad y la prepotencia de parte de un sector social, que pretende aún vivir en un orden semi-feudal, ante otro sector que lentamente empieza a dejar de auto-percibirse como una propiedad más del patrón. En este conflicto secundario aparecen hechos que pueden aparecer en páginas policiales, como la noticia de un peón que fue azotado por reclamar por el pago de horas extras. Otro conflicto secundario pero muy presente, y que también tiene correlatos en páginas policiales de actualidad, es la relación de Andrés con su esposa Marita, relación pautada por la violencia y el miedo, en donde los roles de hombre-mujer también tienen un carácter casi feudal. Pero si bien las contradicciones de clase y de género en el contexto rural están claramente presentes en Neso, sobre esto se levantan otros planos. “Todo es cielo y horizonte/ en inmenso campo verde/ pobre de aquel que se pierde/ o que su rumbo estravea” cantaba el Martín Fierro de José Hernández, y si bien lo que domina en Neso es el monte y no la pampa, la sensación de pequeñez humana ante la inmensidad de la naturaleza forma parte de otra de las líneas de tensión de la obra de Sawchik. Un monte que la mitología carga de espectros empieza a jugar un rol protagónico ante el deterioro moral que parece haber carcomido a Andrés.
Neso está dividida en dos unidades, en la primera estalla el conflicto central que es la duda de Andrés y que tendrá una resolución trágica. La segunda unidad sucede diez años después, con escenas casi similares como las del cumpleaños del protagonista. Pero en este segundo movimiento ya no estaremos directamente ante los personajes sino ante la percepción de la realidad que tiene Andrés, que ha sido marcado por la culpa. El estado de putrefacción moral del personaje se trasluce en la escenografía y el vestuario para que el espectador lo viva, sin necesidad de declaraciones. Y la culpa abre espacio al delirio, en donde temores hundidos en el inconsciente se traducen en figuras espectrales que persiguen al personaje. Es muy difícil no pensar en algunas escenas de Macbeth al ver delirar a Andrés, en particular en la locura de Lady Macbeth o en la aparición de Banquo al rey usurpador. El mecanismo que utiliza Sawchik parece ser similar, la culpa se materializa en espectros que persiguen a los personajes, aún en sus sueños. La trama trazada apunta a una resolución trágica también, que no conviene develar aquí. Pero entre el primer y el segundo acto la obra ha ganado en infinitas posibilidades de interpretación, dejando espacio para que el rol creador del espectador tome protagonismo.
Si bien la intención de acercarse a la temática de la impunidad era mucho más explícita en El cordero y el mar (2013, texto de Sawchik y dirección de Adriana Ardoguein) hay algunos aspectos de Neso que nos lo hicieron recordar. En primer lugar el rol de la duda, hay móviles de Andrés que son dudosos, para él y para el espectador, hay muertes que no están confirmadas, y allí el límite entre el delirio y lo sobrenatural no queda definido. Y cómo algunas interrogantes nunca terminan de ser respondidas, será cada espectador el que pondrá el límite, dándole grandes posibilidades al espectáculo. Por otro lado la impunidad también es central, y entremezclada con la culpa es lo que parece generar ese tumor que corroe todos los vínculos. Como se indica en un pasaje: “silencio profundo… silencio en el silencio y también en la palabra… silencio en los huesos y en la comida, en la cama y en el dolor. Diez años. (…) Nadie pregunta. Nadie olvida. Nadie responde. Nadie recuerda. Como si nada…”
Sobre un diseño escenográfico que en principio apenas sugiere el ambiente rural, los actores van entretejiendo una trama que se vuelve pesadillesca, perturbadora, y para eso es clave el diseño sonoro. No solo la excelente música de Lucía Severino para generar climas es un aporte central, también lo es la materialidad de los golpes, de los sonidos de la violencia que surgen del escenario y del espacio adyacente y no de pistas grabadas. Ni hablar de las voces que atormentan a Andrés, entonadas con una cadencia estudiada por los otros personajes, o un diseño de luces siempre atento a marcar algunos “primeros planos” que pautan el hundimiento de Andrés.
Y nos quedamos sin espacio para hablar de Neso, del mito del Centauro que se venga de Heracles en el mismo momento de su agonía, a partir de su propia sangre. Ese es otro pliego que se entremezcla con los anteriores, pero que cada espectador deberá calibrar en qué medida. Queda la invitación para que vayan a descubrirlo por sí mismos. Neso es una experiencia teatral realmente recomendable.
Neso. Texto y dirección: Marcel Sawchik. Elenco: Federico Repetto, Micaela Larrocca, Chelo Boreani, Franco De Lucca, Adriana Ardoguein, Marcel Sawchik, Zoe Alzogaray y Eduardo Montero.
Funciones: sábados 21:00, domingos 20:00. Sala Uno del Teatro Circular de Montevideo.
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