Algunas de las producciones teatrales, o vinculadas al teatro, más relevantes de este 2020 atravesado por la pandemia están relacionadas a la perspectiva de género. Desde el ensayo de Yanina Vidal titulado Tiemblen: las brujas hemos vuelto, que indaga sobre performances que devienen en una posible estética feminista, hasta la novela Los senos llenos de noche (editada en diciembre de 2019) de Silvia Prida Orihuela, que ficcionaliza la lucha de varias mujeres pero principalmente la de una hija con síndrome de down que se sobrepone a todo para lograr ser actriz. Entre esos dos trabajos ensayísticos y literarios encontramos también espectáculos como Ellas (dirección de Marcel Sawchik) sobre femicidios; Doméstica realidad (Florencia Dansilio) que aborda lo feminizado del trabajo doméstico sin obviar la perspectiva de clase; Rescate a la dama con Tutú (Fernanda Muslera), en que se estudia la psicología de un personaje marcado por el abuso desde niña; o Revolución Matahari (Mariam Ghougassian y Diego Minetti), que específicamente se detiene en el abuso de poder en el ámbito teatral. En ese contexto el excelente espectáculo Era como que bailaba, escrito y dirigido por Raquel Diana y con actuación de Elisa Fernández, es un mojón más de una temporada especialmente potente en estos abordajes.
Pero Era como que bailaba tiene un antecedente en María Woyzeck estrenado en 2013, cuando se cumplían doscientos años del nacimiento de Georg Büchner. Se ha dicho que con Woyzeck es probable que Büchner haya “sido el primer autor que representó al hombre en una situación de extrema soledad, haciéndolo digno del amor y la piedad de su prójimo”. Pero Woyzeck, más allá de las humillaciones que sufre, termina asesinando a su esposa, y las palabras que se refieren al personaje como alguien digno de amor y piedad son particularmente difíciles de interpretar hoy en día.
Las variaciones textuales entre María Woyzeck, en donde actuaba la propia Raquel Diana, y Era como que bailaba son casi insignificantes, pero el espectáculo es otro. Acompañaba el programa de mano de María Woyzeck un fragmento de un texto de Heiner Müller que rezaba: “Mientras las heridas de los grandes autores comienzan a cicatrizar, la HERIDA WOYZECK permanece abierta. Woyzeck vive donde es enterrado el perro, vive con el negro en la pira de la hoguera”. Pero siete años después, aquel abordaje de Woyzeck desde la perspectiva de su esposa cobra otros sentidos. María, asesinada por su marido, puede ser alguna de las ocho mujeres que son el punto de partida de Ellas, el espectáculo en que ocho actrices traen la historia de ocho femicidios ocurridos en los últimos ocho años. O puede ser muchas otras mujeres asesinadas por quienes se asumen dueños de sus parejas. Y la lucidez de Diana al escribir aquella versión hace siete años hoy es más visible que nunca.
“Por si acaso terminamos por creer que no tenemos historia, ni futuro, ni libertad. Por si la conciencia fuera apenas una luz lejana y el filo de un cuchillo un destino posible cada día, sea esta obra de teatro un abrazo a todas las María Woyzeck que han sido y que son” escribía Diana en el 2013, y quizá hoy hay más claridad para entender estas palabras. “Mirá María -le dice la señora a la protagonista- ya sabemos que no hay pasado y que no hay futuro. Así que si no aprovechás ya, ahora, aquí…”. No hay pasado y no hay futuro, entonces vivimos en este presente inexorable en que algunas personas son dueñas de otras, dice “la señora”. “Mi abuela- decía antes María- tenía un pedacito de espejo que era su tesoro. Decía: los pobres solo tienen un lugarcito en el mundo y un espejo roto para mirarse. Yo no tengo ningún lugar en el mundo. Ni siquiera estoy segura de que exista algo que se llame así. Tengo muchas cosas y cositas… No las que me gustaría, pero ya las voy a conseguir. Y espejos: muchos. El pedacito tuyo que me diste, abuela, tan emocionada, lo tiré: no servía para nada”. Y así María parece intentar desprenderse de su historia, de su lugar, del espejo roto en donde ver su reflejo, para intentar verse en el reflejo de otras “muchas cosas y cositas”…
Esa intención de liquidar la historia y el futuro en un presente inexorable ha sido material de varias reflexiones escénicas de Diana, y si el gesto poético del abrazo permanece, la intención de buscar un sentido más allá de ese abrazo tampoco está ausente. Es quizá eso lo que más se destaca de esta nueva versión, la actriz Elisa Fernández (conocida en el ámbito musical como Eli Almic), le otorga nueva vitalidad al texto. La estética tiene algunos momentos casi de pastiche, como cuando la música tropical permea el habla del personaje, y aquí es cuando más se subraya el diálogo entre la actriz que narra la historia de Maria, y la María que piensa, mientras borbotea la sangre de su cuerpo apuñalado “quién va a limpiar todo esto”.
Pero si hay drama en Era como que bailaba (qué más remedio como se afirma desde la producción), también hay humor. La puesta, nuevamente, es más que el abrazo, también es la complicidad y el homenaje a esas mujeres que se rebelan, que aunque a escondidas, y hasta con culpa, se enfrentan a “la señora” y a quienes pretenden ser sus “dueños”. Y en ese juego la obra tiene muchos momentos que arranca sonrisas de la platea. En ese sentido el trabajo transparente, sin afectaciones, de Elisa Fernández es un valor de la puesta en sí. Apoyada en unos pocos elementos escenográficos, Fernández brinda una de esas actuaciones que nos gusta decir que invitan al teatro por sí mismas.
Era como que bailaba se detiene en la aparente fatalidad que sobrevuela sobre tantas marías, nos hace encariñarnos con ellas, pero también es una invitación a rebelarse ante los discursos fatalistas, a pensar en las razones de esas marías presas, solas, de contrabando “en la caja de un camión atravesando el desierto”. Si la pandemia lo permite este sábado es la última función, no se la pierdan.
Era como que bailaba. Texto y dirección: Raquel Diana. Actriz: Elisa Fernández. Música: Eli Almic.
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