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La ilusión de la autonomía absoluta por Miguel Pastorino

La ilusión de la autonomía absoluta por Miguel Pastorino
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La ilusión de la modernidad es pensar al ser humano como un ser independiente, con una libertad absoluta, ubicando la realización humana en un horizonte donde los demás son solo límites a esa libertad. Pero lo cierto es que somos seres vulnerables y dependientes, todos somos capaces de ser heridos física o moralmente. Mejor dicho, somos dependientes porque somos vulnerables. Esta no es la condición de algunos seres humanos, sino de todos, de seres que no se bastan a sí mismos para ser, no somos realmente autosuficientes. Es cierto que esta fragilidad constitutiva es más notoria en los primeros años de vida y en la ancianidad, pero no es una dimensión de la vida de la que podamos escapar y que nos ha hecho ocuparnos de los que son más vulnerables por su condición o situación vital. Así lo expresa Adela Cortina: “La interdependencia nos constituye, la solidaridad es irrenunciable” (Etica cosmopolita, 2021, p. 27). Naturalmente tendemos a proteger al débil, desde esa responsabilidad primordial del cuidado paterno: “El hombre no es sólo, y no tanto, lo que hace, sino también lo que le pasa. No se puede tener una visión del ser humano completa sin considerar que los seres humanos somos también aquello que no decidimos, que nos viene de fuera dejándonos postrados e indefensos” (Enrique Anrubia, La fragilidad de los hombres, 2008, p. 10).

Miedo a la vulnerabilidad

El aislamiento social de una sociedad individualista y altamente competitiva hace que muchos teman la ancianidad, porque ya no pueden contar con apoyo social y familiar, porque ya no pueden “valerse por sí mismos”. Las relaciones con los otros son constitutivas de nuestra identidad y nos hacen vernos de determinada manera. Solo quien se siente valorado y aceptado, quien es capaz de encontrar un sentido a su existencia es capaz de valorar su propia vida aún en condiciones de sufrimiento, dependencia y fragilidad. Por eso es fundamental plantearse la cuestión sobre el sentido de la vida en sociedades que viven una pandemia de falta de sentido, oscurecida en gran parte por la hegemonía de valores de productividad y rentabilidad que hacen que las personas se valoren por lo que producen. Asi lo plantea el Dr. Aniceto Masferrer: “Si una de las protagonistas que recorre toda la historia humana ha sido la fragilidad, ¿por qué tanta insoportabilidad ante algo genuinamente humano? La rebelión contra esta fragilidad se convierte en una amenaza para los más vulnerables y débiles, y, en definitiva, para la sociedad entera (…) Si la vulnerabilidad constituye un rasgo inherente de todo ser humano sería un error distinguir entre vidas más o menos valiosas o útiles en base a la capacidad de un ejercicio mínimo de la autonomía de la voluntad, o establecer diversos grados de dignidad en función de la capacidad de disfrutar o experimentar la utilidad de la propia vida”.
La manifestación de la vulnerabilidad humana en todas formas constituye una oportunidad para probar la profundidad y calidad de nuestras relaciones, del respeto por los otros, especialmente una ocasión privilegiada para cuidar de otro como tarea de humanización. Así es que, la moralidad y el desarrollo cívico de una sociedad y del Estado se mide por la protección, respeto y cuidado hacia los ciudadanos más débiles.
La exaltación de la autonomía parece dejar a la dependencia como una de las peores desgracias, para uno mismo y para los demás, por convertirse en una “carga”, en un “peso”. Se ve la dependencia como algo excepcional, inesperado, cuando en realidad es la normalidad humana, constituida por esa fragilidad que se manifiesta en todo lo que somos. Como brillantemente lo expresa el filósofo Daniel Innerarity: “Frente a los ideales de una vida asegurada contra todo riesgo, frente a la ilusión de que resulta posible vivir orillando razonablemente el infortunio, el horizonte de la enfermedad posible nos recuerda algo peculiar de la condición humana: nuestra existencia quebradiza y frágil, necesitada y dependiente de cosas que no están a nuestra absoluta disposición, expuesta a la fortuna. Por eso sufrimos penalidades, necesitamos de los otros, buscamos su reconocimiento, aprobación o amistad, no tenemos garantizada la salud. La peculiar belleza de la excelencia humana reside justamente en su vulnerabilidad”.

El desprecio por la debilidad

El desprecio por nuestra fragilidad, por nuestra vulnerabilidad, se ha traducido siempre a lo largo de la historia en el desprecio por las personas que más nos hacen evidente nuestra condición dependiente. Esas personas son siempre las víctimas de la ilusoria imagen de la humanidad que vive de espaldas a su propia vulnerabilidad.
No es casual que siempre los niños, los ancianos, los enfermos y las personas con discapacidad, sean los que más han padecido ser descartados de una ficticia humanidad de fuertes y autosuficientes. ¿No son siempre ellos los que por necesitar más cuidados son los que son vistos como una carga? Así lo expresa la filósofa norteamericana Marta Nussbaum: “Si nos vemos como dioses autosuficientes, no entendemos los vínculos que nos unen a nuestros congéneres. Y esta falta de comprensión no es inocente. Engendra una perversión dañina de lo social, dado que las personas que se creen por encima de las vicisitudes de la vida tratan a los demás de modos que infringen, a través de la jerarquía, sufrimientos que culpablemente no comprenden” (El ocultamiento de lo humano, 2006, p. 20)
Cuidar nos hace más humanos, mejores personas, nos hace encontrarnos y abrazar nuestra propia vulnerabilidad y nuestros miedos más profundos, haciendo surgir lo mejor de nuestra condición humana. Y es que parece algo de sentido común, pero olvidado, que la moralidad y el desarrollo cívico de una sociedad y del Estado se ha de medir especialmente por el cuidado, el respeto y la protección de los más vulnerables.
No podemos soslayar que es cada vez más difícil vivir comunitariamente la enfermedad, la vejez y el proceso de morir, porque en nuestro contexto sociocultural la soledad de los moribundos es un fiel reflejo de la soledad de los vivos. El modo en que morimos dice mucho sobre el modo en que vivimos.

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