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La peste es una farsa

La peste es una farsa
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En 1943, en una París ocupada por los nazis, Charles Dullín montaba Las moscas, de Jean Paul Sartre. Con ese texto Sartre comienza a abordar algunas ideas recurrentes en los autores existencialistas, la peste como metáfora, simbolizada por esas moscas que denuncian la doble moral, y la libertad como condena, por paradójico que esto parezca. En Las moscas Sartre reelabora  la tragedia Electra, que transcurre en Argos luego de que Egisto, en complicidad con Clitemnestra, asesinara a Agamenón.  El luto se impone en la ciudad de forma hipócrita, porque la naturaleza del crimen es conocida. Solo Electra se rebela ante esa doble moral que inunda la ciudad de moscas, pero será su hermano Orestes quien pondrá fin a la peste, asesinando a Egisto y a su propia madre. Cuando Júpiter, el dios supremo, le reprocha a Orestes sus acciones este le responde “no debiste crearme libre, (mi libertad) se ha vuelto contra tí y nada podemos ninguno de los dos (…) No soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte.”

La libertad como condena es una de las manifestaciones del pensamiento de Sartre. Sobre su Orestes dirá: “Lo he mostrado víctima de su libertad como Edipo es víctima de su destino (…) la libertad  no es un no se-qué poder abstracto que permite evadirse de la condición humana; es el compromiso más absurdo y más inexorable”. Ya en la conferencia titulada El existencialismo es un humanismo (1945) Sartre acuñará su célebre sentencia “el hombre está condenado a ser libre”, y agrega “Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez  arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace”.

La peste y la libertad también son protagonistas, aunque en clave de farsa, de Cactus, último espectáculo escrito y dirigido por Yordan Brum. Y no es casualidad. En agosto del 2020, en plena pandemia y por zoom, Brum y un grupo de creadores empiezan un taller de autoficción que partió como disparador de la premisa de Sartre de que “estamos condenados a ser libres”. Según cuenta el director, la idea era cuestionar o poner en contexto personal esa premisa bajo cuatro ejes, infancia, amor, caos y guerra. Las historias individuales fueron elaboradas, cuestionadas y puestas en el contexto de una farsa, que fue la línea estética que decidieron trabajar, trascendiendo las historias individuales. La peste se vuelve el contexto de esa farsa, una peste en la que los niños no nacen y “el hombre libre” agoniza. La peste, al igual que la de Sartre o la de Camus, es una metáfora de la situación humana, lo que se modifica en Cactus es que la “libertad” aparece tan condicionada por el contexto que está muriendo.

Gran parte de los integrantes del taller conforman el equipo que trabajó para montar Cactus en el teatro Stella. En la ciudad apestada en la que transcurre el espectáculo la justicia es interpretada por una suerte de bufón al que “el pueblo” ya no respeta. A modo del Arturo Ui de Brecht, el juez recurre al “teatro” para aprender a “interpretar” y volver a convencer a un pueblo descreído. La muerte acecha, la libertad agoniza, pero lejos de abordar los problemas el juez solo aparece interesado en hacer que “parezca” que las cosas están encauzadas.

La peste, advierte el autor, va más allá de un virus, tiene que ver con el “efecto individual-emocional” que la peste ocasiona. Sin embargo el contexto concreto no deja de aparecer, por ejemplo en la actriz que reclama al juez, a cambio de instruirlo en sus técnicas, que le permita volver a trabajar, que los teatros vuelvan a abrir. Este punto no deja de ser particularmente problemático. ¿El arte se somete al poder a cambio de algunos privilegios? ¿Hay libertad allí? La pregunta sobre las determinaciones que impiden la libertad no estaban ausentes en Sartre, solo que él planteaba que en un cierto momento “el hombre es lo que hace con lo que otros hicieron de él”. O sea, sí, estamos determinados, pero a partir de cierto punto podemos tomar decisiones que operen en la realidad, no modificando el pasado, pero sí el presente. Esta forma de libertad sin embargo aparece agonizando en una farsa surgida en un contexto en que la premisa “libertad responsable” ha tomado el protagonismo y el poder político está más preocupado por los discursos que por los hechos. Los cambios en la subjetividad parecen intensificar un proceso en que la “seguridad”, sanitaria ahora, prima sobre la acción libre de las personas y direcciona su comportamiento.

Si la forma de abordar la libertad como destino inexorable era la tragedia, parece acertado dar vuelta los parámetros estéticos y mostrar la muerte de la libertad en forma de farsa. En Cactus los personajes vinculados al poder no tienen profundidad, son solo máscaras sin mayor substancia. En donde parece emerger algo más que una máscara es en los vínculos, pero allí el código se modifica y la farsa deja paso a cuadros de teatro físico y a coreografías que comunican más allá de lo que las palabras puedan enunciar.

Yordan Brum es un joven creador escénico que en su obra anterior se ha detenido a estudiar la soledad escondida detrás de aparentes vínculos afectivos. En este caso da un paso que brinda una lectura más global de la sociedad en que vive, pero en la que la falsedad no deja de ser protagonista. También realiza un gran trabajo de puesta en escena, combinando cuadros farsescos con coreografías. Dentro de un elenco que no manifiesta irregularidades, se destacan las dos actrices. Malú Contreras interpreta a la actriz con la tarea de enseñar al juez a embaucar a su pueblo, Contreras lidia con el personaje mas contradictorio, lúcido y reflexivo del espectáculo. Vic Quimbo crea a un personaje que es pura potencia, poniendo cuerpo a un caos más destructivo que creador.

Cactus en definitiva es un espectáculo de su tiempo, de los pocos que se han estrenado luego de la pandemia que se permea de los cambios que han surgido en este contexto de encierro e incertidumbre.

Cactus: Autor y director: Yordan Brum. Elenco: Elenco: Emiliano D’Agostino, Damián  Rey, Maximilian Rodríguez, Malú Contreras, Marcos Charrute, Vic Quimbo, Yordan Brum, Juan Macedo Mastracusi.

 

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.