Una experiencia clave en la vida de Gorge Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair, fue su participación en la guerra civil española. Orwell llega a Barcelona en 1936, y se une a las milicias del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que tenía entre sus líderes a Andreu Nin, ex secretario de León Trotsky. El POUM tenía cercanía con la CNT anarquista, y terminó conformando un bloque que disputó el control del bando republicano en Cataluña contra el estalinismo. Orwell recoge la experiencia de esa lucha intestina en varios artículos de prensa y en su ensayo Homenaje a Cataluña (1938). Es en este ensayo biográfico en donde Orwell da cuenta por primera vez de algunas prácticas que luego volcará en 1984. Sobre el control policíaco del estalinismo afirma: “el clima dominante obligaba a que cualquiera se sintiese como un conspirador; nos pasábamos el día hablando entre susurros en los rincones de los cafés, preguntándonos si la persona que ocupaba la mesa contigua sería confidente de la policía”. En ese contexto la policía secuestra y desaparece a líderes opositores, entre ellos a Andreu Nin.
Un aspecto clave es la forma en que el estalinismo trata al “trotskista”, palabra que designa indistintamente, según Orwell, a quien lucha por la revolución internacional, a quien integra la organización que lidera Trotsky, o a quien es un “fascista camuflado que se finge ultrarrevolucionario para dividir a la izquierda”. La utilización indistinta por parte del estalinismo de las tres acepciones hace que se genere un sentido común de que ser revolucionario es sinónimo de fascista camuflado. Algo similar a como en países como Colombia o Perú se asocia guerrilla con terrorismo o narcotráfico. Operaciones mediáticas tendientes a aislar a quienes cuestionan el orden vigente. Es el germen de lemas del partido en 1984 como “la guerra es la paz” o, con más sofisticación, de la “neolengua”.
El Emmanuel Goldstein de 1984, descrito como “el renegado que desde hacía mucho tiempo había sido una de las figuras principales del Partido, casi con la misma importancia que el Gran Hermano, y luego se había dedicado a actividades contrarrevolucionarias” está inspirado en la construcción estalinista de Trotsky. La existencia de Goldstein es central en el esquema de 1984 porque ese supuesto líder subversivo es el que justifica las prácticas de control social.
1984 entonces es una proyección de las prácticas concretas que Orwell experimentó, prácticas en donde la realidad es manipulada por operaciones de prensa, se instala la sospecha y se reescribe el pasado para que la realidad siempre sea acorde a las predicciones del partido. La novela es inquietante, en particular porque no deja posibilidad alguna a escapar de esa sociedad totalitaria, en donde las personas desaparecen sin que se las pueda mencionar. Lo que también es claro es que, más allá de las intenciones de Orwell, 1984 es una obra que las democracias liberales han utilizado como arma contra todo proyecto revolucionario, no solo contra el estalinismo. Las prácticas que Orwell denuncia no son requisito solo de los estados totalitarios.
Vivimos en un tiempo en que no es necesario instalar cámaras desde una centralidad vigilante porque nosotros mismos portamos teléfonos que monitorean nuestras actividades, y compartimos todo el tiempo información personal, desdibujando la frontera público-privado como nunca antes en la historia. Esto es tomado por el equipo de 2084 para plantear una proyección de la distopía orwelliana desde nuestro presente. El espectáculo propone un despliegue escenográfico infrecuente en nuestro medio (aunque frecuente en la dupla Sawchik-Julio Tabárez). Todo el escenario de la Nelly Gotiño se cubre del universo 2084, generando niveles por donde transitarán los personajes que a su vez son monitoreados por una red de cámaras que proyectan sus acciones en otros lugares de la escenografía. Nada escapa a la red, la platea misma es captada y proyectada en el escenario (y es habilitada a hacer lo mismo con sus teléfonos). El gran hermano aquí es la red que cada individuo alimenta, no es una construcción exterior, sino que es generada por la propia dinámica social en el contexto de “democracias liberales” como han dicho los creadores. No deja de ser paradójico que ese entrelazamiento de individuos en una red se configure en una racionalidad central de todas formas. Aquí no hay un gran hermano exterior, sino que esta cristalización del control social es un producto que genera la propia sociedad “democrática” a partir de la necesidad de “seguridad”. Cesar Troncoso encarna a una figura creada por la red para poder poner rostro y voz a esa centralidad inmanente al colectivo social. Podríamos pensar que esa red se independiza y comienza a operar por sí misma, al modo de HAL 9000 de 2001 odisea del espacio, pero lo inquietante de la propuesta de 2084 más bien parece ser que nosotros estamos satisfechos con ese control absoluto de nuestras vidas, control que fomentamos y alimentamos.
Goldstein no podía faltar, por supuesto, pero aquí esa promesa de libertad/amenaza social a la vez se denomina Lisandro Lascarro. No hay que investigar demasiado para descubrir que Lisandro Lascarro es el verdadero nombre de Pastor Alape, ex guerrillero de las FARC colombianas. El detalle sirve para comprender el control que el equipo tiene del material con el que trabaja. En países “democráticos” como Colombia, los movimientos insurgentes han sido asociados al terrorismo, y han servido para justificar prácticas policíacas del “estado liberal”, siempre amparados en el discurso de la “seguridad”.
El contexto de pandemia, que casi sabotea a 2084, también resignifica al espectáculo. En el último año y medio hemos visto como, zoom mediante, el espacio público se continuó en el privado. Como la población “bien” se convirtió en “policía” denunciando a quienes no respetan estrictamente los “protocolos”. Como la “salud” ha servido de instrumento de control social. Sin que falte la ironía, 2084 también hace referencia a estos hechos. Quedan pocas funciones, no se la pierdan.
- Adaptación dramatúrgica: Marcel Sawchik y Eugenia Fajardo. Dirección: Marcel Sawchik. Idea y producción: Darío Klein. Elenco: Franco Rilla, Valentina Borrás, Adriana Ardoguein, Iair Kaplan, Franco Balestrino, Eduardo Delgado, Nancy Salaberry, Dylan Cortés, Natalia Agosín, Christian Toledo, Federico Zazpe. En audiovisual: Sergio Gorfain, César Troncoso.
Funciones: viernes 17 al domingo 19 de setiembre 20:00 horas. Auditorio Nelly Goitiño del SODRE.
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