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La sequía y otras sorpresas por Manfred Steffen

La sequía y otras sorpresas por Manfred Steffen
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No hubo ni hay sorpresas. La gran pregunta es si estamos aprendiendo de la crisis actual y si nos estamos preparando para las futuras. Porque si hay algo seguro es que vendrán eventos extremos, cada vez más frecuentes y cada vez más intensos.
Temperaturas pico y prolongadas sequías en varios países de Europa, inundaciones en regiones de nuestro continente, imágenes de Nueva York oscurecida por el humo de los incendios en Canadá y estampidas de miles de turistas huyendo de los incendios en Grecia. Hoy vivimos lo que se anunció hace por lo menos medio siglo. Todo esto está sucediendo simultáneamente y se puede verificar en tiempo real a través de las redes y los medios. En parte se trata de fenómenos climáticos cíclicos, pero parece evidente que tienen algo que ver con la continua depredación de los ecosistemas y el aumento de las emisiones de gases invernadero. Es esperable que esto provoque angustia, discusiones, asignaciones de culpa. En cambio, sí llama la atención que estos eventos provoquen sorpresa. También en el Uruguay.
La información está por todos lados. Vemos el embalse de Paso Severino descendiendo en forma continua. Sin embargo, no aprendemos a proteger las cuencas. La Dra. Tamara Avellán, bióloga y limnóloga, advierte sobre los impactos de las obras de trasvase desde el arroyo San José, sobre sus humedales, que constituyen además una zona protegida. Según el economista Gonzalo Delacámara, director del Center for Water and Climate Adaptation; «El agua hay que pensarla en base a un nuevo concepto de bien público».
Y finalmente, respecto a la ciudadanía, Comunicación Presidencial (@compresidencia) informa diariamente del consumo de agua potable. Constatamos que, a pesar de los llamados a la población, en julio dicho consumo se mantuvo prácticamente inalterado, por encima de los 500 000 metros cúbicos diarios. Seguimos esperando que llueva.
En cuanto al marco institucional, hace ya una década existen las comisiones de cuenca en nuestro país. Si bien su carácter es consultivo, permiten la participación de la ciudadanía en la discusión y en los procesos de toma de decisión. Aparte de la dimensión consultiva, su propio nombre comprende un concepto clave: cuenca. El arroyo o río no es, como se afirma en algunos ámbitos, agua desperdiciada que corre al mar. Por el contrario, constituye un complejo y rico sistema que comprende el cuerpo de agua, los afluentes, las nacientes, las aguas subterráneas, los humedales, los montes ribereños y la fauna que habita el lugar.
Por su diversidad, las cuencas pueden absorber daños o situaciones de estrés y adaptarse a nuevas circunstancias. Sin embargo, también son frágiles. La tala de los montes ribereños para obtención de leña y el desecado de los humedales para urbanizaciones dejan el cuerpo de agua sin la zona buffer, es decir, sin protección. La forestación en las y la extracción descontrolada de agua y sedimentos alteran el conjunto. Los vertederos municipales en la planicie de inundación, pueden ser el origen de problemas de contaminación. Todo esto sucede diariamente, a los ojos de todo el mundo.
La sequía y la consiguiente escasez de agua potable nos enfrenta a límites concretos. La estrategia más barata es cuidar los ríos en su conjunto, teniendo el foco en la cuenca y en todos sus componentes. No se debería olvidar el artículo 47 de nuestra Constitución, que establece que «la prestación del servicio de agua potable y saneamiento deberá hacerse anteponiendo las razones de orden social a las de orden económico». Por otro lado, la sequía nos interpela respecto al uso del agua, el agropecuario, el de la forestación, el industrial y también el de cada ciudadano y cada ciudadana. No alcanza, y por cierto no alcanzará en el futuro, con esperar la lluvia. Habrá que distribuir un bien limitado. El cambio climático y sus eventos extremos, el aumento dramático del uso de agua dulce y el creciente impacto de actividades productivas en las cuencas constituye, todo ello, un contexto altamente explosivo.
Frente a las crisis siempre aparecen los que las niegan, los que dicen que todo se va a arreglar de alguna forma. También están los que dicen que no tienen la culpa y, por ende, la tienen otros. Finalmente, están los que reclaman que alguien les dé una esperanza.
Nadie nos va a dar la esperanza. No vendrá en forma de promesa ni de consuelo. La esperanza necesariamente será producto de la imperiosa necesidad de entender que no estamos frente a un accidente, sino un cambio de época. La esperanza requerirá del esfuerzo individual y de acuerdos políticos más allá de fronteras partidarias. Requerirá de un dialogo entre la ciencia y la política que deberá orientarse en evidencia. Ese esfuerzo deberá comprender los hábitos de consumo y de uso de la energía, así como de una revisión de nuestras actitudes como ciudadanos de un planeta finito.
Posdata montevideana
En los años sesenta nuestro país transitaba una época conflictiva. La democracia, hasta ese momento considerada como inamovible e inalterable, estaba desafiada. En esos años, Mario Benedetti publicaba una colección de cuentos: La muerte y otras sorpresas. El título era extraño. Primero lo vi como una contradicción, un oxímoron. Después me pareció una bofetada cargada de humor irónico, tal vez trágico. Octavio, un montevideano común, le ruega a su amigo y médico que le diga la verdad respecto a su salud. Como todos nosotros, espera que, una vez dicha, esa verdad comprenda alguna esperanza también. Le alcanzaría con «una escueta esperanza, una diminuta esperanza en mínimo singular». Pero las noticias no son buenas. Octavio, de alguna forma lo esperaba. La noticia no parece ser una sorpresa. En cambio, sí lo es que Octavio no se enoje con el mensajero, su amigo. Sale a caminar, cruza la plaza y piensa, ya solo, en su futuro. Piensa en esa esperanza, diminuta, así, en singular y en «la gente apurada, feliz porque no sabe nada de sí misma…».
Cualquier parecido con la realidad es puramente previsible. No hubo ni hay sorpresas.

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