Para el teórico e investigador argentino Jorge Dubatti antes que el teatro existe la “teatralidad” que es su condición de posibilidad. La teatralidad consiste en la “capacidad humana de organizar la mirada del otro, de producir una óptica política o una política de la mirada”. La teatralidad está presente en todas las esferas de la vida humana, en tanto el ser humano es una criatura social, dependiente de las relaciones que establece con otros humanos, y por ende de cómo organiza la mirada de los otros para satisfacer sus necesidades (lo que implica también el dejarse organizar la mirada propia). Como agrega Dubatti, esas redes de miradas “generan acción social en todos los planos de la vida comunitaria y sostienen el poder, el mercado, la totalidad de las prácticas sociales”.
En las sociedades en que algunas decisiones políticas pueden ser puestas en consideración de alguna “platea” que vota por alguna propuesta en detrimento de otras, la capacidad de los políticos de incidir en la mirada de los otros, de organizar la mirada de los otros para aparecer como el portador de las mejores respuestas a determinada coyuntura se intuyó desde siempre. Ya los sofistas de la antigüedad clásica se especializaron en transmitir la capacidad de la “elocuencia”, habilidad que no solo implicaba capacidades retóricas, sino oratorias, “actorales”, de forma que el otro percibiera al “actor-político” como la persona más capaz de dirigir la sociedad. Pero esta consciencia de la “teatralidad” de la política ha ganado protagonismo con la aparición de los medios audiovisuales, y en particular con la producción de espectáculos televisivos como los debates, que tienen como primera referencia masiva el que protagonizaron John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960.
El primer gran punto de interés, para nosotros, de La muerte de todo compartimento estanco se centra justamente en dejar al desnudo ese carácter “teatral” del espectáculo de un debate político-televisivo, apelando a elevar a la enésima potencia la teatralidad del espectáculo teatral. A modo del Marat-Sade de Peter Weiss, en que el espectador antes de entrar a la “sala teatral” es recibido por encargados de un hospicio situándolo de hecho como francés del primer imperio napoleónico, el espectador de La muerte de todo compartimento estanco es recibido en el hall de la sala teatral como plateísta de un programa televisivo que se emitirá en vivo. Continuando con la analogía, así como en Marat-Sade el espectador se desdobla para presenciar una ficción en que el Marqués de Sade debate con el revolucionario Marat mientras se “representa” su asesinato, en La muerte de todo compartimento estanco el espectador se desdobla para ver un debate entre diputados del Frente Amplio y el Partido Nacional, debate que tiene mucho de representación teatral. Los creadores del espectáculo, entonces, han organizado nuestra mirada para colocarnos como si estuviéramos presenciando un debate que estará siendo representado bajo parámetros realistas que no obvian el mostrar el patetismo de algunas situaciones. Y dentro de ese primer pliego, estaremos atentos a cómo, en un set televisivo, se organiza la mirada del espectador que observará el debate a través de las pantallas en su hogar.
Centrados en el debate, es interesante la decisión de los creadores de elegir dos personajes que, ubicados en los dos extremos que se polarizaron en las últimas elecciones, pertenecen al mismo sector social. Son jóvenes diputados de clase media alta que tienen estudios universitarios de posgrado en universidades europeas. Parece proponerse un universo de “representantes” provenientes del mismo sector social que poco tienen que ver con la mayoría de los “representados”. Si bien la irrupción de la protesta social, que se mete a la fuerza en el espacio de debate con una lógica que incomoda encarnada en un dirigente sindical que tiene mucho de burócrata, lo más interesante sigue siendo la teatralidad del debate. Los dos políticos aparecen permanentemente monitoreando, junto a sus asesores con los que se comunican por celular, cómo aparecen en la pantalla, cómo se organiza la mirada del espectador para organizar mejor su discurso.
Pero el hecho periodístico-televisivo en sí también es puesto en foco por parte de los creadores. El conductor del programa de TV también aparece como un “actor” con la pretensión, no lograda, de una objetividad que escape a presiones económicas. La precariedad del trabajo periodístico, en particular del rol de productores y asistentes, es otro de los aspectos que los creadores de La muerte de todo compartimento estanco han decidido poner en su espectáculo.
La lógica del debate en que algunos actores tienden a imponerse a partir de elevar la voz -en una lógica señalada como machista-, el incluir encuestas como suerte de oráculos contemporáneos o la apertura a “exteriores” en las que el espectáculo se nutre del lenguaje audiovisual son algunos aspectos en los que valdría extenderse mucho más. Ante la imposibilidad nos detendremos en el corte más abrupto dentro de la lógica ficcional, cuando el espectáculo deriva en un resumen de la investigación periodística que demuestra como una estafa el funcionamiento de las empresas que miden ratings de televidentes, lo que implica una asignación de recursos económicos digitada por dichas empresas. En este momento la ruptura es abrupta, y la denuncia se realiza por encima del espacio en que ha transcurrido la mayor parte de la representación. Nuevamente se redirecciona nuestra mirada para ver todo lo anterior como el resultado de operaciones que están más allá de nuestro alcance inmediato, e incluso muchas veces más allá del alcance de periodistas y políticos involucrados.
El cúmulo de intereses que confluyen en La muerte de todo compartimento estanco lo vuelve un espectáculo particularmente potente, que nos deja pensando en cómo se estructura una propuesta que habla de hoy, de nuestra realidad social y política inmediata, pero en particular en cómo se nos aparece esa “realidad”, mediada por un sinfín de operadores que pretenden direccionar nuestra mirada. Algo que en definitiva hace el propio espectáculo surgido de la inquietud de Claudio Quijano. Lo “espectacular” de La muerte de todo compartimento estanco, algo particularmente subrayado por Quijano, se erige a partir de una escenografía que reproduce un set televisivo pero que deja abierta ventanas hacia el exterior o hacia el interior de esa organización virtual de nuestra experiencia. Lamentablemente asistimos a la última función de esta creación, pero seguros de que volverán recomendamos desde aquí a estar atentos al reestreno. La muerte de todo compartimento estanco es una invitación a la reflexión sobre nuestra realidad totalmente imprescindible.
La muerte de todo compartimento estanco. Autor: Claudio Quijano (con la colaboración del elenco). Dirección: Claudio Quijano. Elenco: Victoria Pereira, Claudio Quijano, Paola Larrama, Nicolás Tapia, Pablo Sintes y Cecilia Yáñez.
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