Cuando a fines del 2011 le preguntábamos a Volker Losch, el director alemán que montara en nuestro país Antígona Oriental, sobre las razones de su interés por trabajar en obras clásicas reformuladas nos respondía: “los textos contemporáneos no me eran suficientes (…) los autores contemporáneos solo apuntan a segmentos muy pequeños de la realidad. No se escriben más obras que describan los grandes proyectos sociales, y eso tiene algo que ver con los tiempos, con la globalización, uno solo piensa en segmentos chiquitos y no ve ya el conjunto, lo grande. Por eso la apuesta a la combinación con las grandes obras clásicas, que todavía aportan eso” (Voces Nº 327)
En 2013, cuando Coco Rivero dirigía para la Comedia Nacional Litoral, del libio Wajdi Mouawad, no podíamos dejar de hacer una analogía entre Litoral y el film de Theo Angelopoulos La mirada de Ulises. Decíamos en ese entonces: “En las dos obras un personaje realiza un viaje en busca de sus orígenes. Las dos búsquedas, además, están profundamente marcadas por la guerra. Y ambos creadores recortan la búsqueda de sus personajes, que por supuesto son las suyas también, sobre una estructura que alude a obras de la antigüedad clásica” (Voces Nº 394). Recordábamos allí que el griego Angelopoulos hacía que el personaje de Harvey Keitel, director de cine que se volviera exitoso fuera de su tierra, volviera a los Balcanes en búsqueda de unos rollos de película que aportarían una mirada original perdida. En Litoral Mouawad, quien de niño huyó de Libia en años de guerra civil, hacía que un personaje volviera a su tierra de origen para enterrar a su padre, dando así un cierto sentido a su vida.
Ya en este 2017 volvemos a un ensamble entre estructuras de la antigüedad clásica y el mundo contemporáneo de la mano de un texto de Mouawad, Incendios en este caso, con la dirección del brasileño Aderbal Freire Filho. Si Volker Losch incluía a ex-presas de la última dictadura militar en su coro, ex-presas que interpelaban desde el escenario a nuestra “impunocracia” como dice Roger Rodríguez, para que aquella Antígona de la antigüedad nos hablara hoy, Aderbal Freire cuenta con un texto de Mouawad que ya está en coordenadas contemporáneas, aunque la estructura de tragedia clásica resuene en cada pliegue de la trama. De hecho Aderbal afirmaba hace poco: “tengo la sensación de que a partir de él (de Mouawad) puedo imaginar qué habrán sido las tragedias griegas, en su integralidad, en lo que se muestra y en cómo las veía el público. Con Incendios lo entiendo más que cuando hago una tragedia, un Edipo, una Medea, una Antígona” (Voces Nº 561)
Interesa destacar esa búsqueda de adaptar estructuras clásicas a la realidad contemporánea, más allá de las formas diversas que Losch y Mouawad representan, porque implican un camino a contrapelo de las prácticas mayoritarias de la dramaturgia contemporánea. Volker Losch, desde su lugar en la centralidad europea de la producción teatral, hablaba de que los autores contemporáneos: “solo apuntan a segmentos muy pequeños de la realidad”. La particularidad de Mouawad entonces es que parte de esas subjetividades neuróticas y con la memoria fragmentada que tanto caracterizan a la producción dramática actual, para construir un relato que los contiene pero los trasciende.
Condena estética del horror
En Incendios la incomunicación y la sensación de abandono familiar son estructurantes de subjetividades neuróticas, insatisfechas. En esto Mouawad no se sale de un trillo ampliamente recorrido por la dramaturgia contemporánea. Pero hay un sentido detrás del silencio de Nawal, la madre de los protagonistas Jeanne y Simon. Un sentido con un sino trágico que pareciera escrito por los dioses. Es la muerte la que desencadenará la búsqueda, a través de fragmentos, de las razones de ese silencio maternal. Y la búsqueda, que llevará a los protagonistas desde Occidente al Cercano Oriente, atravesando ciudades, aldeas, cárceles y las consecuencias irracionales de guerras fratricidas, devendrá en una totalización de esas experiencias traumáticas fragmentarias en un relato que les da sentido, aunque también condena a los protagonistas.
Pero si hay capacidad en Mouawad de trascender el camino de las historias mínimas que se diluyen en el mar global sin poder estructurar un contra-relato (algo que también es funcional a un orden económico y político), su totalización escapa a los esquemas didácticos o que pautan un camino hacia determinada utopía. En ese sentido es que late más hondamente el esquema trágico. Decía Nietzsche en El origen de la tragedia: “Para poder vivir, los griegos tuvieron que crear esos dioses desde la más imperiosa necesidad (…) del original orden divino titánico del horror se fue desarrollando en lentas transiciones el orden divino olímpico de la alegría, gracias a aquel instinto apolíneo de la belleza”. De la misma forma el esquema de la tragedia sirve a Mouawad para ordenar esas experiencias individuales y en forma estética enjuiciar a la guerra como impulso irracional, pero allí se detiene. Juzgar el origen irracional de los incendios, argumentar estéticamente en contra del horror, no implica saber como evitarlo. Ni es tarea de Mouawad tampoco.
Incendios en el público
La capacidad de Mouawad de trascender historias individuales da pie a una forma teatral que trasciende ampliamente al living como espacio teatral por excelencia del teatro burgués. Un teatro burgués, naturalista, que al decir de Aderbal Freire: “se fue achicando hasta que vivimos un momento antes del cine muy escueto, muy pobre, y el cine nos abrió otra vez hacia el espacio shakespereano”. El espacio shakespereano vive en la imaginación del espectador, imaginación estimulada en esta versión de Incendios para que estemos durante la función atravesando medio siglo de historia en ciudades de dos continentes, de culturas diversas, para recomponer un puzzle que se completa en esa imaginación del público. Más allá de la capacidad de Aderbal de coreografiar los movimientos de los actores para que el espacio siempre esté cargado de signos que captan la atención del espectador. Más allá de una escenografía monumental, que impone por su sola presencia un tono bélico. Más allá de un excelente trabajo del elenco, con actores que no roban protagonismo sino que trabajan en función de las necesidades de la historia. Más allá de todas esas virtudes, la capacidad de despertar la imaginación del espectador es lo que determina al espectáculo. Cuando Héctor Guido deja de hablar a los protagonistas de la obra y mira la platea para decirle: “entren, pasen” señalando el escenario la apuesta del espectáculo se explicita. La imaginación del espectador es la que se activa a partir del trabajo del director con el elenco, recuperando ese carácter espectacular del hecho teatral sin perder su capacidad de cuestionar la realidad en la que se vive. Incendios es un excelente espectáculo, de esos que marcan un antes y un después en la experiencia de los espectadores.
Incendios. Autor: Wajdi Mouawad (traducción de Laura Puso). Director: Aderbal Freire Filho. Elenco: Estefanía Acosta, Federico Guerra, Héctor Guido, Elizabeth Vignoli, Claudio Lachowicz, Pablo Pípolo, Silvia García, Solange Tenreiro, Anael Bazterrica, Sebastián Silvera.
Funciones: sábados 20:30, domingos 19:30. Sala Campodónico de Teatro El Galpón.
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