Hacer cine en Uruguay es, de por sí, arriesgado. Como país con una industria cinematográfica poco desarrollada, cada película es un trabajoso esfuerzo de producción, búsqueda de fondos, distribución, etc. Si además se pretende hacer cine policial, género que cuenta con muy escasos exponentes uruguayos, la apuesta es aun más riesgosa. En ese contexto, “Reus, la vuelta al barrio”, actualmente en cartelera, segunda parte del exitoso filme “Reus”, es una rareza dentro del panorama cinematográfico nacional.
La historia del Barrio Reus, conocido popularmente como “El barrio de los judíos”, se retrotrae a más de ciento treinta años. Debe su nombre a Emilio Reus, un empresario español que se dedicó a planificar el barrio con la idea de ofrecer viviendas dignas a la clase obrera, pero sin excluir a los estratos más pudientes.
Con ese propósito, compró una chacra de 18 manzanas al norte del centro de Montevideo, atravesadas por la calle Arenal Grande.
Estaban delineadas, por aquel entonces, algunas calles bien conocidas, que son las que hoy forman las manzanas triangulares. Las proas que delinean estas irregulares manzanas son parte de la identidad del barrio, pero no son obra de la planificación urbana de su fundador, sino que provienen de un ordenamiento territorial precedente.
Reus construyó calles privadas, un poco menos anchas que las públicas, las cuales dividen a la mitad lo que sería una manzana cuadrada normal. Por eso, las manzanas del Barrio Reus son rectangulares.
Es en el marco de esta particular geografía urbana que se ambienta “Reus”, película uruguaya del año 2011, y su secuela. Ambas están inspiradas en hechos reales y narran la conflictiva relación entre la comunidad judía, que comenzó a asentarse en el barrio a principios del siglo veinte ayudando a formarlo, y un clan criminal inspirado en la tristemente célebre banda “Los tumanes”, que asoló a los barrios Reus, Goes y Ciudad Vieja, desde los años setenta del siglo XX hasta mediados de la segunda década del tercer milenio.
En la primera película, los protagonistas son la familia de Don Elías, un empresario judío descendiente de varias generaciones de comerciantes del barrio, y el Tano, líder de un grupo de delincuentes que cobran a los comerciantes por protección y que tiene una lucha personal con el empresario.
En medio de esta verdadera guerra por el control del barrio, irrumpe una nueva camada de delincuentes, de extracción más marginal, que procuran controlar el naciente mercado de la pasta base, que ingresó a nuestro país a principios del nuevo siglo.
Con códigos narrativos típicos del cine policial norteamericano, ya desde el plano secuencia cenital del principio, con esa cámara que lo sobrevuela todo, “Reus” rompió con un estilo de filmar típico del cine nacional. Un ritmo trepidante en las secuencias de acción, una forma de hurgar con la cámara en cada rincón y de filmar la realidad de ambas familias, además del barrio como un protagonista más, marcaron aquella primera obra cinematográfica, cuyo final abierto motiva y pretexta esta segunda parte.
“Reus, la vuelta al barrio” se ambienta varios años después, y comienza con la liberación de la cárcel de uno de los miembros de la antigua banda del Tano, que retorna para ver a su familia en decadencia y a nuevos delincuentes luchando por controlar la zona.
Decidido a reinsertarse socialmente, los acontecimientos lo van empujando a retomar antiguos hábitos y viejas alianzas para defender a su familia. Por otro lado, Don Elías, que busca levantar cabeza luego de algunos negocios fracasados, intenta expulsar a la viuda del Tano y a su hijo del viejo conventillo que habitan, para construir una gran tienda. Si bien ayuda haber visto la primera película para entender mejor la trama de este nuevo título, adecuados “flashbacks” van explicando determinadas situaciones.
Empero, los verdaderos protagonistas de esta secuela son el hijo del viejo líder de aquella banda, un chico sordomudo que sobrevive cometiendo pequeños delitos y vendiendo droga al menudeo, y el vástago del atribulado empresario, cuyo sentido de pertenencia al barrio lo fuerza a luchar por lo que siente suyo, apoyando los planes comerciales de su padre.
Justamente el sentido de pertenencia al barrio es uno de los temas que vertebra el relato, y que motiva las luchas de poder entre los personajes, que son, además de lo meramente comercial, contiendas por mantener una identidad y por no perder su lugar en un barrio que todos sienten propio.
Esta segunda parte mantiene esa cámara inquieta, por momentos frenética, que sobrevuela las calles o se mete en la intimidad de cada casa, para filmar la vida cotidiana de sus personajes.
No existe aquí un planteo maniqueista de buenos versus malos, como en los habituales productos cinematográficos de industria. Todos los protagonistas, a su manera, pelean por aquello que creen justo, moviéndose al margen o fuera de la ley, mediante códigos aceptados por ambas partes.
Con una mirada por momentos reflexiva, por momentos frenética, con personajes reconocibles y cotidianos, y mostrando calles y lugares identificables para todo aquel que conoce la zona, “Reus, la vuelta al barrio” resulta una eficaz historia de impronta localista, pero que al mismo tiempo plantea adecuadamente temas de dimensión universal.
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