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La violencia patriarcal en clave de fina ironía Por Carlos Acevedo

La violencia patriarcal en clave de fina ironía Por Carlos Acevedo
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El cine de industria, cuyo epicentro en Occidente se encuentra en Estados Unidos y en particular en Hollywood, que más que un lugar geográfico se ha convertido ya en un concepto, ha coadyuvado a uniformizar una impronta creativa tendiente al efectismo y la simplicidad temática, en detrimento de la profundidad argumental y reflexiva. Sin embargo, particularmente en Europa, siguen existiendo realizadores que privilegian lo artístico sobre el artificio o el producto meramente pasatista, como es el caso de la directora italiana Paola Cortellesi, con su ópera prima “Siempre nos quedará mañana”.

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Italia estaba, desde hacía diecisiete años, bajo la opresiva égida del dictador fascista Benito Mussolini, lo cual devino, al igual que en la Alemania a partir de 1933, que toda la producción cinematográfica estuviera rígidamente controlada, y orientada, por el Estado.
Desde los estudios de Cinecittá, se elaboraba un cine eminentemente propagandístico, que resaltaba el idealizado pasado del imperio romano, o películas falsamente realistas, que funcionaban como indisimulados panfletos de exaltación al régimen. Los estudios, fundados en 1937, producían, además, tendenciosos dramones ultranacionalistas y comedias costumbristas de escaso vuelo.
Sin embargo, sorteando hábilmente la censura impuesta por el gobierno dictatorial, germinó otra corriente de directores que no hacían mero cine de propaganda.
Esta circunstancia propició, con la caída de Mussolini y el advenimiento de la República, el nacimiento de un movimiento cinematográfico que retomó la creación de historias sencillas, protagonizadas por personajes cotidianos.
En ese contexto, los cineastas se atrevieron a desnudar la realidad de un país arrasado por el autoritarismo y la guerra, con una alta tasa de desempleo, pobreza y miseria social. Esta nueva corriente, bautizada como “Neorrealismo”, tuvo como figuras señeras a cineastas de la talla Roberto Rossellini, cuyo filme emblema
“Roma, ciudad abierta” se considera el primer exponente del movimiento, o descollantes maestros como Vittorio De Sica, Federico Fellini y Luchino Visconti, entre otros. Identificado con la postguerra, el “Neorrealismo” seguiría en pleno apogeo hasta los años sesenta del siglo pasado e influiría en la siguiente generación de directores.
Aquella impronta creativa, lejos de haber descaecido, es retomada por realizadores contemporáneos, como el caso de la actriz, autora, cantante y directora italiana Paola Cortellesi.
De amplia trayectoria como actriz en cine, teatro y televisión, esta talentosa autora incursiona también en el canto y la literatura. “Siempre nos quedará un mañana” es la primera película en la que desempeña el doble rol de protagonista y directora. Con un estilo marcadamente deudor del clásico “Neorrealismo”, desde los códigos visuales, la ambientación en los años cuarenta y el uso del blanco y negro, la realizadora propone un largometraje que mixtura la comedia con el drama.
Ambientada en Italia en 1946, en tiempos de la flamante “República Italiana”, esta película narra la historia de una humilde familia que intenta sobrevivir en una Roma ocupada y empobrecida, por décadas de fascismo y la Segunda Guerra Mundial. En el marco de esta adversa coyuntura, Delia, que es la protagonista, procura llevar adelante su hogar y criar a sus tres hijos, padeciendo el cansancio de trabajados extenuantes y mal pagos, el destrato de su suegro enfermo y la violencia machista de su marido, un autoritario patriarca que la sojuzga y humilla ante la mirada de familiares y amigos.
La ilusión de un viejo romance con un vecino, que Delia llega a vislumbrar como una vía de escape a su asfixiante existencia, la esperanza de ver a su hija casada con un joven de una familia de buena posición económica, la amistad con un soldado norteamericano de las fuerzas de ocupación, la rebeldía de ahorrar a espaldas de su marido y el disfrute de los pequeños placeres robados a un aplastante sistema patriarcal, van marcando la cotidianidad de la sufrida protagonista.
Con apuntes de comedia negra salpicados de ácido humor sardónico, la realizadora concibe un drama impregnado por el estilo del gran Federico Fellini.
En ese contexto, la propuesta está dotada de una cuidada reconstrucción de época, una impecable fotografía y un puñado de conmovedoras actuaciones, reflexionado sobre temas tan perdurables como el machismo, la emancipación y la naturalización de la violencia como lenguaje social, en una colectividad embrutecida por el autoritarismo y la guerra.
El personaje femenino protagónico representa la transición de un país que intenta dejar atrás un pasado de sometimiento y pobreza, para abrazar la ilusión de la libertad y la democracia.
La directora y actriz se permite incluso ironizar con la violencia domestica, a la cual trasmuta en una suerte de danza paródica que procura minimizar la crudeza de una dramática realidad, que por desgracia, aun sigue siendo hegemónica en el presente.

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