Home Política Las legislativas en El Salvador, carril de dominio para Bukele      Ruben Montedonico
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Las legislativas en El Salvador, carril de dominio para Bukele      Ruben Montedonico

Las legislativas en El Salvador, carril de dominio para Bukele        Ruben Montedonico
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A mi recordado y querido Mario López, “Salvatierra”, y a Schafik Hándal, “Simón”, mi compinche.  

Dicen que Nayib Bukele -el presidente- ganó las elecciones del 28 de febrero pasado: en verdad, el partido que dirige -Nuevas Ideas (NI)- tuvo una votación en legislativas y municipales salvadoreñas superando en el Parlamento la mayoría simple de 43 escaños y llegando a la especial (56); si acaso faltasen votos la derechista GANA los proveerá.

Sobre Bukele -que siendo alcalde capitalino fue expulsado del FMLN en 2017- pende la duda acerca de la posibilidad que desarrolle un régimen autoritario (que parece preocupar a Biden) con apoyo de las fuerzas armadas, que ya invadieron una vez el legislativo para presionar a los diputados. Lo cierto es que a dos años de ganar NI la Presidencia no hubo sorpresas en estos comicios: sucedió lo previsto por las encuestas.

Los logros comiciales de su partido convierten a Bukele en el mandatario con más favor popular debido a ciertos apoyos de los medios (mientras se castiga o censuran otros); la “contemplación” expectante de gobiernos de la región y de fuera de ella que no deciden posición; la reducción -por ejemplo- de la criminalidad de las bandas (maras) que asuelan el país y naciones del área. Lo anterior -lo reconozco- es fruto de una estrategia represiva victoriosa, que acompaña las ausencias públicas impuestas por la pandemia e impiden situaciones descontroladas.

También debe decirse que la salida de gente relativamente joven y niños en busca de posibilidades con horizontes de vida de mejor calidad a las ofrecidas localmente sí ha disminuido, pero los ánimos de irse persisten aunque quizá -temporalmente- no tengan la intensidad de sus vecinos hondureños y guatemaltecos.

Los alentadores resultados de Bukele deben interpretarse como un amplio fracaso de los partidos y candidatos considerados tradicionales (FMLN y Arena) y un triunfo de su novel agrupamiento, pese a interrogantes procedentes sobre él desde el exterior.

En lo personal no me ocupo hoy en desentrañar cuestiones tales como las causas por las cuales la ultraderecha -la de civiles y de los militares de la “tandona” (recordar a René Ponce o Vides Casanova) y a Roberto d’Aubuisson, mayor de ejército, dirigente de escuadrones de la muerte y cofundador del partido derechista Arena- condujeron los gobiernos y la represión en tiempos de guerra civil y postguerra.

Mi preocupación apunta a sectores de la izquierda del FMLN, que ha perdido espacios -sin preocuparme por aquellos dirigentes que un día se declararon socialdemócratas para después traicionar hasta el progresismo, votando normas propuestas por la derecha, acompañando a corresponsables del asesinato de Roque Dalton: en el caso me refiero a aconsejados por Humberto Ortega “inculcando” y repitiendo una frase (que él no había acuñado) de que “un político pobre es un pobre político”.

Hay que decir que se pusieron excesivas esperanzas en el cumplimiento de los acuerdos de 1992, que 18 años después Terry Karl -docente de la Universidad de Stanford- diría de ellos (y es válido hasta ahora): “Si en un país hay impunidad para un crimen como el de monseñor Romero, la habrá para el tráfico de drogas, para el tráfico de armas, para lo que está pasando (…) No hay democracia sana sin estado de derecho, y no hay estado de derecho si no se rompe la impunidad. Y romper la impunidad quiere decir ir hasta las personas con poder.”

Tras la larga hegemonía de la derecha, el arribo de una fuerza de izquierda -considerada en 2009- fue el hecho político central. Sin embargo, la ruta que pasó de la unidad de organizaciones político-militares (y en el interior de cada una de ellas) predispuestas para una confrontación violenta, a transitar al campo institucional subordinándose a lo establecido por el método electoral, supuso cambios estratégicos trascendentes de normas y programas para quienes abrevaban, mayoritariamente, sus principios en la erección nacional del socialismo -proclamando su marxismo- surgido de un triunfo armado.

La negociación final no fue repentina sino largamente trabajada para encontrar un camino pacífico, pero la adaptación del FMLN devino en un formato que se modificó cupularmente por algo menor basado en un pragmatismo semiprogresista que abandonó principios al trocarlos por lugares logrados mediante mecanismos electorales, los que resultaron irrelevantes para las grandes mayorías. Por el camino quedaron más cosas por hacer que hechas: el campo y la ciudad permanecieron sin las mudanzas prometidas, con faltas de trabajo, empleo y vivienda digna; sin variantes ni protecciones laborales; deficiente en salud y mayor educación, mientras continuaba manteniendo fiscalidades que no gravaban a dueños del capital.

El FMLN, inserto en el sistema, se mostró incapaz de expandir apoyos y desde el gobierno no marcó diferencias, con el agravante de no tener medios suficientes para reproducir su discurso. Se convirtió en un partido anodino más y sufrió el desgaste de todo gobierno. Al ser incapaz de generar desde una nueva postura otras dirigencias capaces, frescas, que se fijara metas alcanzables; de proteger al pueblo brindándole renovadas sendas educativas, viviendas y empleos con servicios fundamentales, se volcó a administrar lo que había, mostrando poco para ofrecer.

Hoy, cuando la generación histórica de ayer dio de sí hasta donde podía y muchos -por diversos motivos, incluida la muerte- desaparecieron de la escena; con su primer presidente, Mauricio Funes, viviendo exilado -acusado de corrupción-, si se quiere superar el presente que lo conduce a la extinción o a ser solo testimonial, es hora de releer la situación del país, la región y el mundo; adoptar postulados del pasado que sigan siendo válidos; atender exigencias de las mayorías y seguir el derrotero por el que las aspiraciones populares demanden, siendo radicalmente justicieros, con dirigentes capaces de empeñar sus existencias para sostener causas fundamentales.

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