Las palabras y los dirigentes políticos educadores por Ignacio Martínez

Manifiestos, escritos, comentario, discursos
humaredas perdidas, neblinas espantadas
que dolor de papeles que ha de llevar el viento
que tristeza de tinta que ha de borrar el agua

Las palabras entonces no sirven, son palabras… (Rafael Alberti-Paco Ibáñez)

 

Es necesario hablar de la pedagogía en esa escuela llamada Sociedad. Referentes de esa educación no formal, de esa educación en el aula social, son los dirigentes políticos que van desde el Presidente de la República hasta los Ediles y Alcaldes, pasando por Ministros, Senadores y Diputados. Hay otros dirigentes, claro está, vinculados a los ámbitos sociales más diversos en cooperativas, sindicatos, clubes deportivos, iglesias, etc. Pero en esta oportunidad quiero referirme a los dirigentes políticos porque tienen un nivel de visibilidad ante la sociedad, que prácticamente les da una enorme cantidad de horas docentes a nivel nacional.

El mensaje que se da es, finalmente, de quien lo recibe. Si el dirigente quiso decir “A”, pero lo que queda es “B”, pues el mensaje verdadero será el “B”. “¡Ay, yo no quise decir eso!”, se argumentará, o “se me malentendió” se agregará, pero lo cierto es que lo que quedó en nosotros es el mensaje que perdurará.

Hay que ser y parecer, porque si uno es una buena persona, pero se parece a una mala persona, lo que sucederá, igual que lo de los mensajes “A” o “B”, es que quedará el parecer en la sociedad que observa.

Vivimos en una sociedad observadora, muy crítica, muy acostumbrada a filosofar y deducir. Eso es muy bueno. Las actitudes y las palabras de nuestros dirigentes son bien observadas, tienen críticas y deducciones de nuestro pueblo nada desdeñables. Aquí es donde debemos decir enfáticamente que no basta con conducir un país. Los dirigentes deben ser capaces de mostrar con claridad, con honestidad, con transparencia, con inmenso respeto hacia todos nosotros, esa conducción. Algunos le llamarán carisma, otros le llamarán don, yo le llamo comprensión pedagógico-didáctica y aunque parezca un término un poco rebuscado. Quiero decir que el dirigente debe incorporar en su aprendizaje de tal, este aspecto fundamental, no sólo para el éxito personal de su gestión y la de su gobierno, sino para la función docente que el rol de dirigente tiene en sí misma. Si esto no sucede, si uno dice lo que se le ocurre y como se le canta, lo más probable sea que ayude a generar la idea de que todos los políticos son iguales, homogeneizando la visión del dirigente y de la política como un territorio rancio, de los avivados que nada tienen que ver con nuestro pueblo. Y esto no tiene, en principio, nada que ver con las ideas, sino, esencialmente, con las actitudes y con los actos. Y ¡guarda! a veces un solo acto fallido puede derrumbar mil construcciones positivas. A esto hay que agregarle, claro está, los especialistas en difamar, deformar, mentir, tergiversar y enlodar a sus oponentes.

La fuerza que tiene el compañero Pepe, por ejemplo, ha sido ganada por su modo de vida, su austeridad, su verbo sencillo y su humildad, y tira por la borda la figura del político tradicional, encumbrado e inalcanzable. Eso contribuye enormemente a su popularidad. Los sectores más humildes de la sociedad se sienten muy identificados con él, que además logró, como nadie, que esos mismos sectores que siempre votaron a los doctores encorbatados y acartonados, se volcaran a esta figura que incorporó la faceta de hacer docencia desde su pedagogía tan particular quizá, incluso, sin proponérselo demasiado.

El respeto que generan otros compañeros muchas veces se debe a que han dedicado sus vidas al estudio en sus diferentes áreas y cuando hablan son  extremadamente claros, convincentes, respaldados por el conocimiento y la vehemencia, sin poses ni pretensiones de cinco minutos de fama. Es que cuando alguien dice hasta dos, tiene que dejarnos la sensación de que sabe hasta diez y que tiene aún en el depósito una marcha multitudinaria de argumentos para reforzar lo que dice.

Si transmitimos inseguridad en la exposición, estamos liquidados. Si transmitimos la vulgaridad, las frases hechas, meros argumentos a la defensiva, por la negativa, estamos liquidados.

Si nos queremos hacer los populares o adjetivando inútilmente, estamos liquidados. Si descuidamos la enorme función pedagógica y los desafíos didácticos de nuestras palabras y nuestras acciones, está liquidado el dirigente nuevo para un Uruguay nuevo, y la política seguirá reducida a concebirse como un territorio insano donde la gente se pervierte. Además hay que agregar que para esa difamación están los especialistas de la oposición y de los medios de comunicación que miran con lupa para convertir la coma que pusiste mal, en la lápida de todo tu discurso.

Concluyendo; la función formadora y transformadora del dirigente se vuelve imprescindible en los anhelos de transformaciones y profundizaciones democráticas. Dentro y fuera de filas tenemos ejemplos para ambos lados. Los que dan el ejemplo de cómo relacionarse con la gente y los que deberían callarse la boca. A esos últimos, la historia no los absolverá porque, al fin de cuentas es cierto: el pez por la boca muere..

 

Si abrí los labios para ver el rostro

puro y terrible de mi patria,

si abrí los labios hasta desgarrármelos,

me queda la palabra.

(Blas de Otero)