Refugio comienza de lleno presentando a uno de sus personajes principales. Alicia habla por teléfono con alguien que, a diferencia de ella, deja todo para último momento. Alicia esperaba a su pareja para pasar unas vacaciones en la sierra, pero una tormenta mantiene las rutas cortadas, no hay vuelos, y las comunicaciones también están sufriendo las consecuencias. Nuestra protagonista se encuentra aislada en un territorio extraño.
Con el diálogo-monólogo inicial Vachi Gutiérrez, la autora, nos ubica espacialmente y nos presenta a un personaje verborrágico, algo irascible, pero ordenado y metódico como ya lo había sugerido el ambiente de la cabaña en la que se encuentra alojado. Esa personalidad parece sentirse algo acorralada al descubrirse aislada en medio del caos que los “elementos” han desatado. Perfectamente podríamos estar al comienzo de una película de terror, y casi como con un guiño, es lo que se sugiere cuando, luego de golpear la puerta, se nos aparece Juana en la cabaña, empapada y huyendo de la tormenta. Pero si hay algo que Alicia y Juana no sentirán será miedo, y lentamente iremos descubriendo historias individuales que más bien nos harán pensar que el miedo es lo que han ido logrando dejar atrás.
El espacio geográfico en el que Alicia y Juana se encuentran se ha convertido en un lugar con una energía particular, en el que se sanan heridas. Juana hace años que vive allí, y dejó atrás una vida de privaciones, maltrato institucional y violencia. Pero no es la energía de las sierras la que la ha sanado. El pueblo se ha convertido en una suerte de comunidad en que las mujeres han construido una forma de vincularse que parece romper con el orden que domina en el resto de la sociedad. Son otras mujeres las que tratan a Juana como una igual. Las que le han hecho entender que ella tiene derecho a que se la respete, a que se valore su opinión, a que se considere su punto de vista. La trayectoria vital de Juana y el encuentro con las mujeres de ese “refugio” entre las sierras de alguna forma ilustran como se construye la subjetividad individual. Juana aprendió a defenderse del entorno más que a integrarlo, pero se descubre a sí misma como integrante de una comunidad ni bien esa comunidad la reconoce como una más.
Por otro lado el encuentro de Juana con Alicia, en un momento particular para Juana, y la imposibilidad de que el resto de la comunidad las pueda auxiliar, pone a Alicia ante la necesidad de superar sus propios fantasmas, sus propios temores. Las marcas dolorosas en la subjetividad de Alicia tienen un cariz distinto al de Juana, pero no han dejado de operar en ella para imposibilitarle enfrentar algunas situaciones. Y el cruce de caminos la ha colocado ante la obligación de superar esos traumas para auxiliar a Juana, quien parece estar allí para permitirle a Alicia enfrentar sus propios demonios.
Como escribíamos hace algunas semanas sobre Jumpy, estamos ante un universo teatral protagonizado por mujeres que propone una forma de vincularse distinta a la predominante. En Refugio aparecen determinados “valores” que escapan a la lógica competitiva de las sociedades contemporáneas. Y sin mayores eufemismos se señala explícitamente la prepotencia institucional que ejercen, por ejemplo, los médicos varones sobre las mujeres jóvenes. Por contraste en Refugio las personas colaboran, se ayudan, aceptan las decisiones de las otras y comparten sus miedos para superarlos. Algo paradójico, al menos desde nuestro punto de vista, es que las diferencias de clase, que existen pues tenemos a una estanciera junto a sus empleadas, parecen no operar al momento de estructurar esa “convivencia”.
El recurso de la videollamada, mediante el cual las protagonistas logran establecer contacto con el exterior, además de dinamizar al espectáculo, parece remitir directamente a la coyuntura de pandemia en que fue concebido este texto. Pero Refugio es una obra que trasciende aquella coyuntura y que indaga en las formas en que se establecen los vínculos, en cómo condicionan y producen subjetividades enfermas. Y propone, en su universo ficcional, otra forma de construir comunidad. Vale decirlo de forma directa: Refugio tiene una dimensión claramente política, aunque quizá el velo con el que percibimos lo que es y lo que no es político no nos permite verlo de forma nítida.
Antes de ir a ver Refugio pensar en Marisa Bentancur y Dahiana Méndez juntas inevitablemente nos retrotraía a Ex-que revienten los actores (2012, donde también actuaba Ramiro Perdomo) y a Uz-El pueblo (2005), ambos espectáculos escritos y dirigidos por Gabriel Calderón. Las dos actrices mantienen su garra y potencia características, lo que les permiten trabajar con gran naturalidad el registro cercano al grotesco porteño. Pero Vachi Gutiérrez tiene una personalidad autoral que la aleja de aquella dinámica exacerbada de las obras de Calderón en la que los personajes se manifestaban casi exclusivamente desde su exterioridad. Alicia y Juana se nos presentan de forma exacerbada al principio, pero luego irán abandonando esa exterioridad inicial para que lentamente descubramos su interioridad, sus miedos, sus cicatrices. Más allá de que esos miedos expliquen o no el comportamiento presente, el trabajo del equipo para que esas transiciones aparezcan desde la misma corporalidad de las actrices es uno de los pilares para que el espectáculo funcione. Y así iremos desde la carcajada a la reflexión intimista en un juego escénico que no tiene altibajos. Ver actuar a Marisa Bentancur y Dahiana Méndez es uno de esos placeres que no hay que perderse.
Refugio. Dramaturgia: Vachi Gutiérrez. Dirección: Ramiro Perdomo. Elenco: Marisa Bentancur y Dahiana Méndez. Escenografía y Vestuario: Cecilia Carriquiry. Diseño de visuales: Miguel Grompone. Iluminación: Juan Andrés Piazza. Música: Pablo Notaro. Fotografía: Diego A. Martínez. Diseño gráfico: Ernesto Álvez. Producción: Ailín Osta Rodríguez.
Funciones: sábados 21:00 y domingos 19:30. Sala 2 del Teatro Circular.
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