Desde hace algunos días se puede ver en salas uruguayas El otro Tom, la más reciente película de Rodrigo Plá y Laura Santullo, dos uruguayos radicados en México que han logrado crear una filmografía de constante calidad, con recordados títulos como La zona, Un monstruo de mil cabezas y La demora, la cual además fue filmada en nuestro país. En este caso, Santullo, también escritora, vuelve a fusionar cine y literatura, trabajando con un material que también exploró en forma de libro, contando la historia de una madre y su pequeño hijo, a quien le diagnostican un trastorno de déficit atencional con hiperactividad. La joven primeramente decide ceder a las presiones y darle pastillas al chico para calmar su problema, pero las cosas se complican cuando un confuso accidente despierta las alarmas de la mujer acerca de los efectos secundarios de los fármacos. Tanto la película como el libro funcionan como un llamado de atención sobre estos temas, y pudimos hablar con la cineasta sobre la importancia de hablar sobre esto y el proceso de creación de la historia en sus dos formas.
¿Cómo fue el proceso de investigación para esta película? En encontrar los casos, en encontrar todo lo que tiene que ver con los juicios a la farmacéutica…
Fue un trabajo muy largo, fueron muchos años; de algún modo, nos fuimos trasladando en los intereses, durante un tiempo justamente leímos mucho la propia medicación, la Ritalina, porque cuando empezamos a investigar estaba más en boga, y hubo investigaciones muy diversas, también con investigaciones que nos acercaron amigos en torno al trastorno. Y después también lo que hubo fue tratar toda esa investigación de forma más simbólica, tratar de trasladar todo eso a una familia, a las emociones, a las vivencias, que en realidad son meramente una ficción, no es una historia específicamente basada en una historia real; no obstante, creemos que ella te toca y de alguna manera permite acercarse a mucha gente que transita por esa situación como padre o persona medicada.
¿Y por qué siente usted que le hemos dado tanto poder a los fármacos sobre nuestras vidas?
Seguramente hay varias cosas que están en juego, en el caso de la infancia particularmente. Y es un poco la conclusión de lo que uno va llegando y va leyendo al respecto. Creo que también tiene que ver con una forma en la que estamos viviendo de altísimo rendimiento, altísima velocidad, la idea del éxito como una condición importantísima para la vida, una idea muy específica que se vincula con la idea de productividad con el éxito económico, creo que todo eso permea la relación que tenemos con la infancia como laboratorio de la cual saldrá la persona al futuro y de la cual vamos muy rápido. Tampoco podría generalizar, pero en muchos casos se empuja a los niños a que vayan muy rápido, a que rindan, a que muestren el adulto que se va dando, y en ese sentido todos los chiquitos que no encajan en ese esquema o de forma plena (ya sea porque no van tan rápido o porque son dispersos o porque son diferentes a la media), todo eso hace que se genere que salten las alarmas y terminamos viendo muchas de esas situaciones, algunas complicadas y otras no tanto, viéndolas como problemas que hay que corregir, de forma farmacológica, esta situación para que los chicos no sean rezagados, sin pensar que a lo mejor están caminando a su tiempo. Creo que en la infancia específicamente juega mucho esta idea de apresuramiento y en algún tiempo pienso que también para los adultos juega el resolverlo rápido. El problema es que tenemos que buscar una salida a ello, cuando la verdad es que conocerse a sí mismo, y aprender a vivir con uno mismo no es fácil ni rápido.
Entonces ¿A quiénes le facilita la tarea el hecho de categorizar a un niño con problemas, el hecho de darle un diagnóstico rápido, de darle pastillas? ¿Es a un Estado que de cierta forma no puede con todos estos niños?
Tal vez un poco es a todos como sociedad, pienso. Sé que no es fácil y tampoco me gustaría estigmatizar como: las escuelas o el mundo adulto, porque no se trata de que alguien específicamente este haciendo mal, sino que en todo caso entre todos deberíamos cuestionarnos qué hacer o como dialogar con esta condición, esta realidad de algunos niños. Efectivamente en principio esta idea acaba siendo que el mundo adulto se beneficia que el niño se calme, se tranquilice, deje de molestar y no necesariamente que el chiquito o la niña se ve cortado. También se ve estigmatizado en el proceso y con esta relación que tiene en su salud mental y como los demás lo miran en esta condición. Siento que tal vez sigue faltando en general y por eso es importante no dar como concluido dar una medicación y cerramos el caso, sino cómo ayudar al niño. Falta en el mundo de la escuela, preguntarnos cómo hacer una escuela más moderna, cuando la información la tenemos, por ejemplo, en internet; que la escuela se trata de que vos recibías información ahora es un poco distinto, porque ahora en la escuela ordenamos información o aprendemos a ordenarla en este barullo de información. Replantarnos qué lugar lleva la escuela en el mundo de los niños. La idea de que estén quietitos miles de horas y reciban información cuando, aparte, les ocurre que reciben mucha información en otros ámbitos de la vida, capaz que no estaría funcionando tan bien.
Y otra cuestión que está también en El otro Tom y es muy inquietante es todo lo que tiene que ver con la idea de la depresión que le pueden generar las pastillas que consume. ¿Usted cree que sigue siendo tabú la depresión infantil?
Yo creo que no se habla lo suficiente de salud mental en general, ni de la depresión ni todo lo demás. No se habla mucho de salud mental, no se habla de todo lo que nos está pasando, los sentimientos y las emociones y qué se hace, cómo se transita por ellas. Por otro lado, vinculado al tema de la depresión como consecuencia de la propia pastilla, a veces a nivel farmacológico, a nivel secundario, aunque sean muy pocos casos, como en resultados de alguna manera, como consecuencia directa de la medicación, es secundario, hay otro problema que es la idea de que empiezas a consumir alguna clase de fármaco porque tú mismo no podes resolver tal y tal cosa, ósea, hay algo un poco invalidante en el propio diagnostico pero también la idea de que es un químico el que hace por ti lo que tú no puedes hacer. Pienso que, en el caso que fuese necesario para algunos niños la medicación, es importante también planear la ruta de salida, porque es importante aprender a convivir con nosotros mismos y que eso pueda ocurrir sin la necesidad de una muleta química para andar. Me parece importante pensar que el mundo del fármaco siempre debería ser algo circunstancial y muchas veces, vinculado a las investigaciones, las medicaciones psiquiátricas llegan para quedarse a una edad muy temprana, eso debería ser una alarma a considerar: aunque tuvieras que pasar por allí en determinado momento indispensable, de qué modo estás pensando en la salida a eso.
Un detalle que noté es que, mientras que el libro juega con la línea de tiempo, alternando entre los recuerdos de la protagonista y la actualidad, la película es mucho más lineal. ¿A qué se debe este cambio?
Para ser franca, tuvimos muchas dudas al respecto en el caso de la película. La novela nació como jugando. Una curiosidad del proceso del trabajo, a diferencia de otros procesos, es que la película nace paralelamente al libro. Mientras yo hacia la novela, al mismo tiempo íbamos haciendo con Rodrigo el guion cinematográfico, lo cual hizo que hubiera bastantes robos (risas), él iba tomando aspectos. En la novela yo siempre tuve las ganas de sondear otros momentos de la historia, que sabíamos de antemano que no iban a figurar en la película; inventarles una historia anterior — en la película se retoman esos últimos años, de que el niño está medicado. Curiosamente, en algún momento también en la película compartíamos la idea de que temporalmente la línea fuera distinta, que el accidente sucediera antes. Incluso teníamos la idea de que tuviese capítulos, hubo muchos procesos, pero al final nos decantamos por algo más lineal, cronológico, porque de alguna manera eso hacía que el relato estuviese en primer plano y no tanto la estética u otras decisiones de otra naturaleza, tratamos de dejar el relato de forma muy cruda así tomaba mayor relevancia. Sentíamos que de otro modo podíamos tender a dejar en segundo plano o que no brillara tanto la historia que queríamos contar alrededor de ellos dos.
¿Y usted siente alguna diferencia en ese lugar de guionista o de escritora y directora o es parte del mismo proceso?
En un sentido, son como distintas herramientas que están en juego y hay cosas distintas interesantes. Cuando yo escribo literatura estoy más sola en ese proceso, aunque muchas veces Rodrigo va leyendo y vamos opinando o hablando del tema, pero claramente la literatura es un proceso más solitario, de ir purificando y tomando decisiones a solas, para bien o para mal. En el caso del cine tiene todo este encanto de ser parte de un equipo mucho más grande, de un equipo de trabajo que está contando esta historia, pero a la vez la responsabilidad de contarla, y la posibilidad de ir pensando e imaginando a la vez que se construye. Son procesos diferentes que abarcan emociones diferentes. Trabajar como colectivo versus trabajar a solas. Siento que lo que me gusta es contar historias, así que no termina de ser del todo distinto estar en uno u otro proceso.
A mí el personaje principal me recordó mucho al personaje de La demora, otra película que también cargaba con una mujer de la que todos los demás dependen y que en cierto momento explota al sentirse un poco perdida en el rol de que tiene que cumplir. ¿Es la clase de personaje que a usted le interesa? Personajes con fallas, al límite en cierta forma.
Creo que sí, nos interesan sin duda los personajes que tienen o presentan conflictos éticos, nos interesa muchísimo colocar nuestros personajes en dilemas complejos, en lo que piensan acerca de lo que está bien o está mal, que se vean cuestionados en determinadas circunstancias. En La demora es justamente muy claro, porque bueno, toma esta terrible decisión en un momento como el abandono del padre, pero bueno, aquí también de algún modo ella está cuestionándose quién es ella como madre, cómo enfrentar al Estado, y hay un sentido más en que tal vez las dos películas se parecen y es que ambas asisten a un proceso de cambio de estas mujeres: en el primero asume el rol de la madre de su propio padre, que ya está viejito, y ella tendrá que aceptar el movimiento de cambio, y en esta un poco también, porque ella empieza siendo una mama que interactúa con la escuela y los servicios sociales, de alguna manera obedeciendo lo que se le va indicando, sin cuestionarse tal vez sin profundidad, pero después va virando en ser ella el adulto a cargo, que ella es la madre de Tom, que ella es la que está a cargo de tomar las decisiones para bien y para mal. Sin duda, y esto es compartido con Rodrigo, nos importan los personajes lo más parecido que se pueda a las personas, a gente ambigua y contradictoria, que enfrentan determinadas circunstancias. Nos gustan los personajes que se equivocan.
Y se repite en La zona, en Un monstruo de mil cabezas; esas equivocaciones que llevan a conflictos morales interesantes.
Cuando uno consigue colocar en una película un conflicto de esa naturaleza, ético y moral, también pone al espectador en la situación de pensarse a sí mismo en esas circunstancias y eso es muy interesante, eso de no decirle a la gente “esto es lo que hay que hacer, así se obra ante esta situación” sino que cada uno deba verse así mismo ante ese espejo y pensar “¿qué haría yo si me viera metido yo en esas circunstancias?”
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