LUC Y VENGA por Hoenir Sarthou
Poco a poco, se apaga el bullicio de denuncias, acusaciones e interpelaciones, disminuye el ruido, se disipa el humo, y ¿qué aparece a la vista?
katoen Natie con el puerto de Montevideo en las manos. Todo lo demás es anecdótico: la sorpresa, el griterío, los golpes en el pecho.
El negocio de katoen se cocinó en secreto, como se ha vuelto costumbre. Sin información pública ni intervención del Parlamento. Se cocinó durante la pandemia, aunque se viniera amasando desde antes, mientras todos estábamos pendientes de los partes del SINAE, de las declaraciones del GACH, del conteo de contagios y de muertes, de las vacunas.
Quien haya visto y oído la sesión parlamentaria podrá creer que hubo una batalla encendida, que la oposición frenteamplista hizo todo lo posible y que pesaron los votos parlamentarios del gobierno. Sin embargo, esa no es la realidad.
Si el Frente Amplio y el PIT CNT realmente hubiesen querido impedir el negocio de Katoen, otro gallo habría cantado. Huelgas portuarias, paros generales y denuncias crudas, con nombres y apellidos, habrían incendiado la pradera. Nada de eso ocurrió. La oposición jugó su papel, gritó un poco, le cobró algunos costos electorales futuros al gobierno, y se fue al mazo.
Lo mismo, aunque a la inversa, pasó pocos años atrás, con el negocio de UPM2. Fuertes y acertados discursos parlamentarios críticos, a cargo de Bordaberry y de Lacalle Pou, veladas acusaciones de corrupción, y después… nada. El Parlamento pudo haber investigado, conforme a la Constitución. De hecho, recibió una denuncia formal que se lo habría hecho posible. Pero, a los pocos legisladores blancos y colorados que mostraron inquietud, alguien les tiró de las riendas. Y se fueron también al mazo. No me lo contó nadie. Lo vi suceder.
Hay al menos tres temas en los que las cúpulas del FA y de la coalición oficialista parecen tener un acuerdo tácito: UPM2, Katoen Natie, y la pandemia.
En rigor, esos tres temas son los emergentes de un credo compartido, con muy escasas excepciones, por el sistema partidario uruguayo. Un credo que se basa en dos preceptos fundamentales: 1) Hay que aceptar cualquier inversión extranjera, a cualquier costo; 2) Hay que seguir las recomendaciones, los protocolos y los manuales de buenas prácticas de la gobernanza mundial (ese conglomerado de organismos internacionales, instituciones financieras, calificadoras de riesgo y consultorías tecnocráticas que te dicen cómo se debe administrar un país para conseguir préstamos e inversiones a cualquier costo).
¿Eso significa que los dos grandes bloques partidarios (el FA y la coalición gobernante) finjen sus enfrentamientos?
No, no. Se enfrentan y compiten. Pero no disputan por qué se hace, sino por quién lo hace. La verdadera competencia es por quién ocupa los cargos, firma los contratos de inversión, presenta las leyes (sospechosamente parecidas a las que se aprueban en todo el mundo), obtiene y administra los créditos, y tiende la alfombra roja para los inversores extranjeros y sus consultores.
Quizá el principal problema de nuestro sistema de partidos sea cómo aparecer enfrentado entre sí sin apartarse de ese acuerdo fundamental que lo mimetiza.
La primera alternativa es fácil y un poco obvia: cuando estoy en la oposición, no critico lo que hacés desde el gobierno, sino la forma en que lo hacés. Te acuso de ineficiente, incapaz, torpe e incluso corrupto. Pero no cuestiono la política de fondo que hay detrás.
Los ejemplos sobran. En UPM2, en PLUNA, en Ancap, en Aratirí, en la regasificadora, y ahora en Katoen, se atacó la forma de hacerlo, no la sustancia. Ningún partido con representación en el Senado dijo: “Señores, las políticas seguidas en estos negocios significan la entrega de recursos y de controles estratégicos vitales para la sociedad uruguaya. ¿Es realmente necesario hacerlos? ¿Cuáles son las alternativas?”. No, se dijo que eran negocios mal hechos y que había mal uso de dineros públicos, pero ni una palabra sobre que, en sí, aunque fueran limpiamente negociados, significarían –y significan- una pérdida enorme de soberanía y de riqueza para el Uruguay.
Algo similar, salvando las diferencias, ocurre con la pandemia y con las vacunas. Ninguna voz con representación en el Senado se alzó preocupada por el a menudo irracional recorte de libertades que sufrimos, ni por el cuestionable manejo de la información que se ha hecho y se hace, ni por el secreto que rodea a la compra, a la composición y a los efectos de las vacunas, ni por la discriminación que afecta ahora a quienes no se han vacunado. La cúpula frenteamplista y sus voceros parlamentarios atacaron al gobierno por no encerrar más a la gente y por la supuesta tardanza en conseguir las vacunas. Sobre todo lo otro, ni una palabra. Las políticas pandémicas globales son otro de esos acuerdos tácitos intocables, en que gobierno y oposición no pueden permitirse discrepar.
¿Cómo distinguirse, entonces? ¿Cómo mantener entre los votantes la sensación de que algo cambiará si se vota a uno u a otro? ¿Cómo hacerlo cuando no se puede discrepar en nada realmente trascendente?
Por suerte, para el sistema de partidos, está la LUC. Que se ha convertido en la gran solución discursiva tanto para el gobierno como para la oposicion.
Observen que, antes de que la Corte Electoral haya validado las firmas, el propio gobierno, incluso antes de que el FA y el PIT CNT la lancen, está ansioso por empezar la campaña “LUC sí, LUC no”. Por eso, en estos días, connotados voceros oficialistas se desgañitan anunciando “Vamos a defender la LUC”. Es lógico, porque es la mejor manera de que no se hable más de Katoen y del puerto.
Por su lado, para el FA y el PIT CNT, la LUC es también una bandera indispensable. ¿Cómo hacer que no se discuta la política de negocios de inversión desastrosa que siguió el FA durante sus quince años de gobierno, o los resultados dramáticos de sus políticas sociales y educativas? Sencillo: busquemos un tema que se identifique con el gobierno y que no toque los temas globalmente “intocables”, que no nos recuerde la crisis social, ni el tren de UPM2, ni la entrega del Río Negro, ni los desastres de PLUNA, ANCAP, regasificadora, ni el endeudamiento. Y que tampoco roce la pandemia y sus políticas de encierro y vacunación.
El debate sobre la LUC le sirve en estos momentos al gobierno y a la oposición, porque saca el foco de los temas urticantes que no le convienen a uno ni a otra, y les evita discutir sobre las políticas de fondo, en las que en realidad están de acuerdo.
Así, desde el gobierno, ya se habla de que, si cae la LUC, habrá más delitos y menos presos. Y la oposición advierte que la represión policial será terrible si se mantiene la LUC. Mientras tanto, unos y otros siguen adelante con UPM2, a partir de ahora con Katoen, y con las medidas pandémicas, que son la más grosera violación de las libertades y los derechos desde la dictadura en adelante. Pero de eso no se habla. Porque son intereses y recomendaciones internacionales, por tanto, intocables.
No importa que el debate de la LUC traiga cosas paradójicas, como que el gobierno, supuestamente “de derecha”, haya moderado en la LUC a la bancarización obligatoria, retrasando un poco el control financiero de todo. O que la oposición, supuestamente “de izquierda”, al derogar la LUC, quiera volver a darle al sistema financiero el control de todos los movimientos de dinero (eso pasará si se derogan los 135 artículos).
Nada de eso importa. Porque lo que realmente necesitan el gobierno y la oposición es un tema en el cual enfrentarse sin grandes consecuencias, sin tocar nada “intocable”. Algo así como un “cuarto de los niños” político, en el que sea posible chivear y tirarse las almohadas por la cabeza sin temor a romper algo delicado o peligroso.
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