Los que aman odian, Argentina 2017. Dirección: Alejandro Maci. Libreto: el mismo y Esther Feldman basados en novela de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Nicolás Sorín. Con: Guillermo Francella, Luisana Lopilato, Juan Minujin, Justina Bustos, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón, Marilú Marini. Estreno: 5 de octubre. Calificación: Regular.
Los que aman odian gira en torno a Huberman (Guillermo Francella), homeópata que en los años 40 llega a descansar a un enorme hotel oceánico regenteado por su prima (Marilú Marini). Aparentemente en forma casual reencuentra a una joven mujer (Luisana Lopilato) de la que está muy enamorado. La chica llegó allí con su hermana (Justina Bustos), su apoderado (Mario Alarcón) y su futuro cuñado (Juan Minujin), con el cual no puede –o no quiere- dejar de flirtear. La tensión que surge de esa suerte de rectángulo amoroso pondrá en jaque la paz del lugar y de los demás huéspedes, hasta que hay un asesinato y aparece el comisario del lugar (Carlos Portaluppi), para quien todos serán potenciales sospechosos.
El cine comercial argentino que llega a Montevideo parece estar pasando por serios problemas. Primero fueron los ampulosos fracasos de Nieve negra de Martín Hodara y La cordillera de Santiago Mitre, ambas con Ricardo Darín. Luego quedó en evidencia la poca habilidad narrativa de las muy exitosas pero fallidas comedias El fútbol o yo de Martín Carnevale con Adrián Suar, y Mamá se fue de viaje de Ariel Winograd con Diego Peretti. Del lote comercial argentino sólo vale la pena El otro hermano, con Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler, aunque paradójicamente ese policial fue dirigido por Adrián Caetano, que es uruguayo. Ahora Los que aman odian presenta un enorme problema: el de su indefinición, el no saber si decantarse por estudiar la psicología de los personajes diseñados por Silvina Ocampo, o volcarse de lleno al suspenso policial elaborado por Bioy Casares. Ante la duda fatal, el cineasta y colibretista Alejandro Maci elige el peor camino: ir de un lado para otro sin ton ni son.
En la primera mitad se dedica al asunto romántico, dominado por celos y dobleces de conducta, empantanándose en una narración morosa, diálogos recargados, situaciones presuntamente pasionales que en cambio arrancan la involuntaria risa del espectador, y actuaciones artificiales y declamatorias. Del lustroso elenco sólo se salvan Portaluppi y Justina Bustos. Los demás dan lástima, empezando por un incómodo y desubicado Francella. El desastre continúa con Lopilato, que revela su enorme belleza física pero también una total falta de dotes dramáticas, y se acentúa con el vergonzoso nivel de Juan Minujin, como aparente villano sacado del más insoportable de los teleteatros. Lo peor es que nada cambia cuando aparece el muerto, porque todo está tan mal narrado que cualquier espectador atento adivinará quién es el culpable, más allá que los asesinos sean quienes convirtieron una buena novela en estas patéticas y precarias imágenes.
Un último problema es la falta de respeto al público. Pongo ejemplos: 1) Una escena en un mar que (según vociferan los personajes) está muy agitado y peligroso, aparece rodada en la orilla, con menos oleaje que el que hay en una piscina. 2) En un apasionado abrazo Lopilato luce un moretón que Francella le causará en un apretón posterior, en una lamentable falla de continuidad y montaje. 3) La secuencia del robo de un libro rojo no tiene -luego de la vuelta de tuerca final- explicación coherente, sino que fue planeada para despistarnos con un dato falso y gratuito: eso, según Hitchcock, no debe hacerse porque es una suprema deslealtad. Así el cine argentino retrocede 70 años, ya que todo es muy pomposo, pero también muy vacío.
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